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Escenarios que no son tan distantes

Julio Faesler

Julio Faesler

Mientras nosotros estamos dedicados a poner en or­den nuestros asuntos políticos caseros, al otro lado del mundo los líderes de China y Rusia se reúnen en la legendaria Samarkanda, como “grandes potencias”, antes de participar en la reunión de la Organización de Coope­ración de Shanghái, para ponerse de acuerdo sobre cómo mejor atender la compartida responsabilidad que sienten tener de ofrecer a un mundo caótico la estabilidad y energía positiva que falta.

La reunión de Xi Ping y Vladimir Putin se realiza, efecti­vamente, en momentos en que, desde la II Segunda Guerra Mundial, más coinciden conflictos en todos los continentes, muchos de ellos de alta mortandad en un “mundo caótico”.

Así se dieron conversaciones en esa cumbre regional con varios, como las de Putin con Recep Tayyip Erdogán de Tur­quía o con Narendra Modi de la India, sobre asuntos que requieren urgente atención.

Es evidente que Putin tiene necesidad de consolidar su imagen y prestigio en un mun­do que le es generalmente adverso, particu­larmente con Xi Ping, que se ha guardado de tomar partido en cuanto a la invasión que el ruso desató este año contra Ucrania.

En un entorno internacional, que los mis­mos líderes chino y ruso califican de caótico, es curioso que ellos declaren ser los llamados a cumplir nobles objetivos que declaran cuan­do de ellos mismos parte en buena medida el ambiente de la inquietud e inseguridad que se extiende en el mundo actual afectando la vida cotidiana de todos los continentes.

El que la China de Xi Ping declare proponerse a impar­tir orden y equilibrio mundial contrasta rudamente con el trato que da a los ughir que, por musulmanes, son objeto desde hace muchos años de discriminación y persecuciones a manos del gobierno de Beijing, que los encierra en esta­blecimientos especializados para “reeducarlos” y borrar su identidad nacional ejecutando una política truculenta mu­chas veces denunciada en organismos internacionales de derechos humanos.

El comportamiento chino en lo económico y comercial entra en diametral conflicto con las normas de ética en los mercados internacionales que se desarticulan con sus expor­taciones a precios artificialmente inferiores a los de costos normales de producción. Sus prácticas violan reglas de la OMC y motivan usuales reclamaciones judiciales. China es el principal autor del caso que denuncia.

El grandioso programa de Ruta y Franja es centro de la estrategia hegemónica china que abarca más de 70 países en su versión terrestre y que, al perforar una tras otra las naciones que formaban la unión soviética, es un asunto pre­ocupante para Rusia. La versión marítima de ese programa origina un serio desequilibrio con la responsabilidad que In­dia siente tener sobre las rutas oceánicas que enlazan Asia con Europa. La tensión se expresa en el aumento notorio de las fuerzas marítimas chinas e indias que buscan supremacía que también reclama Estados Unidos, que tiene obligaciones con países amigos como Japón o Tailandia.

La altiva declaración conjunta rusa y china de ofrecer equilibrio y estabilidad en el contencioso entorno mundial choca estruendosamente en lo que se refiere al comporta­miento de Rusia. Putin es objeto de condena internacional por desencadenar una increíblemente absurda guerra que ya ha costado miles de muertes civiles y militares llevado por un irracional sueño de recuperar las glorias zaristas y soviéticas con su criminal invasión a Ucrania cuna milenaria de la cul­tura rusa para recordarle a su población con “ejercicios militares” que es parte inseparable de Rusia.

Son esas las credenciales con que Putin se atreve a hablar de su propósito de contribuir a la paz buscando asociarse con Xi Ping. La incongruencia de ambos líderes es flagrante. Tanto Rusia como China llevan tiempo de ha­berse desvinculado de su pasado comunismo marxista-leninista para entregarse a sus respectivos muy sui generis capitalismos de partidos únicos, pero “democráticos”, con los que compiten con armas tan económicas como ideo­lógicas por conquistar la hegemonía planetaria. La oposición nos tiene que servir para reflexionar en nuestra propia ruta que será la de confiar en el valor de las libertades individua­les o preferir la ruta del poder personalista como ruta hacia la justicia y desarrollo social. El dilema parece, por ahora, claro.

La historia enseña, empero, que todos los regímenes obe­decen a sus propias dinámicas. Las decisiones que México tome en el azaroso curso de su superación deben responder a sus propias necesidades como a sus propias ambiciones, pero también a las lecciones de las experiencias de otros pueblos.

Las fiestas patrias han de servirnos para reflexionar.

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