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Sacar el bronce

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Retirar la estatua de Cristóbal Colón de su pedestal, en Paseo de la Reforma, no consuma ningún acto de justicia en favor de los pueblos indígenas. Sólo es un símbolo y una respuesta a la tendencia creciente de remover y defenestrar a personajes ligados a la esclavitud y el genocidio en todo el mundo, como ha sucedido con Robert Milligan y Edward Colston.

En México, las autoridades desmontaron el conjunto escultórico dedicado a Colón —integrado por el navegante europeo y los frailes Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan Pérez de Marchena y Diego de Deza— bajo un discurso ambiguo. Por un lado, el INAH y la Secretaría de Gobierno local, argumentaron la protección del patrimonio cultural de la capital, pero luego la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, pidió “una reflexión colectiva” sobre el tema, con miras a las celebraciones de 2021, que sería declarado el Año de la Reconciliación, el Reconocimiento y el Origen Pluricultural de la Nación Mexicana, como se observa en la propuesta de la diputada morenista Eugenia Hernández Pérez.

En este punto ciego me inclino por la reflexión de Hugo Arciniega: “Desde el Egipto faraónico, por lo menos, erigir, modificar y abolir efigies es un proceso que se ha mantenido constantemente en los asentamientos humanos”, y recuerda que, en 1844, la escultura de Antonio López de Santa Anna fue derribada en la Plaza del Volador (hoy Suprema Corte de Justicia), mientras que una turba enardecida desenterró su pierna del panteón de Santa Paula y la arrastró por las calles de la capital.

Dudo que eliminar la estatua cambie algo profundo en la historia nacional, pero es cierto que la reapropiación del espacio público nos invita a su relectura. Esperemos que esa reflexión no se realice con el catalejo del odio y la revancha, en un marco de vencedores y vencidos, porque su resultado sería limitado y en su discurso hablaría el cobre, no el bronce.

No me preocupa la votación que ejercite la arena pública para desentronizar al navegante, siento más curiosidad por el estudio genético que José Antonio Lorente aplicará a los restos de Colón para determinar su origen definitivo, pues se lo disputan desde Portugal hasta Croacia.

Dichos resultados se revelarán en octubre de 2021 y, aunque su origen no sellará su destino, espero que la avalancha de la opinión pública no plantee también el cambio de nombre a calles y escuelas públicas llamadas así en honor al viajero, o que se considere la expulsión de los restos de Hernán
Cortés
, resguardados en la Iglesia de Jesús Nazareno, en el Centro Histórico.

El reto llegará cuando se haya consensuado el retiro de la estatua (que es lo más seguro) porque se impondrá las preguntas obvias: ¿quién ocupará su lugar? y ¿la decisión se tomará a mano alzada? ¿Alguien propondrá a Malintzin (La Malinche), a poetas mexicas como Nezahualcóyotl y Axayácatl o a Sor Juana Inés de la Cruz? Ojalá estemos a la altura del momento y que la decisión no se tome con la soberbia de los ojos “cultos y cristalinos” del presente.

Por desgracia, todo este ejercicio servirá de poco para mejorar el conocimiento de las manifestaciones culturales indígenas de México. Valdría más la pena instituir la enseñanza obligatoria del náhuatl, maya o zapoteco; o que nuestros gobernantes y secretarios de Estado dominaran alguna de estas lenguas y mostraran su interés en el tema, más allá de discursos, rebozos, atuendos tradicionales y billetes con motivos prehispánicos.

Octavio Paz afirmaba que “la historia no es un absoluto que se realiza, sino un proceso que sin cesar se afirma y se niega. La historia es tiempo; nada en ella es durable y permanente”. Pero, en esta ocasión, me parece que insistimos en reescribir el pasado en torno al cobre y el estaño, porque no tenemos nada grande de qué ocuparnos en el presente.

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