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Adiós

Juan Carlos Sánchez Magallán

Juan Carlos Sánchez Magallán

El 2020 ya se fue, urgía llegara el 2021 por dos razones fundamentales: la llegada de las vacunas, que están en proceso de aplicación, y el arribo de Joe Biden a la Casa Blanca. Para tranquilidad de México y del mundo, Donald Trump se fue hoy a su casa, pues su gestión estuvo plagada de ocurrencias y caprichos. En su arrogancia, lo mismo peleaba con los líderes de China, de Irán o de Corea del Norte para lograr ventajosas negociaciones y aparentar ante sus nacionales un falso nacionalismo redentor. Ciertamente, muchos analistas llegaron a pensar que esta conducta patológica posiblemente desencadenaría “la tercera guerra mundial”, afortunadamente para todos, “el maletín nuclear” no le acompañará nunca jamás.

Fatuo y soberbio, a nuestro país lo trató “con la punta del pie”. Según su humor matutino, desde candidato presidencial nos señaló como asesinos, rateros y violadores. Instalado en la Casa Blanca, nos acusaba de ser los causantes de los problemas migratorios, arancelarios, comerciales y de narcotráfico, cuando ellos son los directamente responsables de que estos asuntos se den. Ciertamente y por instrucciones del presidente Andrés Manuel López Obrador, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubon, tuvo que recurrir a sus habilidades diplomáticas para capotear y sostener una relación bilateral estable con el gobierno vecino para garantizar un trato digno y respetuoso a los 33 millones de connacionales mexicanos radicados allá. La agenda binacional se construirá, además, con el tema de una nueva relación en materia de seguridad, que incluya revisar la circulación de agentes en territorio nacional, el control y venta de armas indiscriminadas en suelo norteamericano que tan lamentables sucesos han provocado en ambos países.

Trump, en su locura de aferrarse al poder, de nuevo recurrió al denuesto y odio, reviviendo los conflictos raciales, reinstalando el supremacismo blanco, consecuencia de su ascendencia alemana. Su altanería y despotismo nunca le permitieron visualizar que su país se construyó con migrantes de todo el mundo.

“La toma del Capitolio” fue alentada por su “sed de poder” y por un supuesto “fraude electoral masivo”, suceso que nos recordó “la toma de la Bastilla” francesa, sólo que ésta fue para lograr derechos de “igualdad, libertad y fraternidad”. O bien, el incendio del Parlamento Alemán de 1933, el Reichstag Fire, usado por los nazis para establecer su ley de emergencia, como atinadamente señaló en su artículo Alfredo Jalife, por ello, a Trump, sus más cercanos le abandonaron, al no acompañarle en su temeraria aventura de derribar el resultado del proceso electoral en el Congreso, que declaró triunfador a Joe Biden, quien será el presidente número 46 del país más poderoso del planeta, y lo primero que realizará será emitir decretos para revertir los vetos migratorios y regresar al Acuerdo de París sobre el cambio climático, según analistas extranjeros.

Su exvicepresidente, Mike Pence, y parte de su gabinete realizaron una votación para destituirlo al considerarlo “incapaz de cumplir con los poderes y deberes de su cargo”, en términos de la 25va enmienda de la Constitución de su país.

Los congresistas Nancy Pelosi y Chuck Schumer, líderes demócratas, le formularon un primer juicio político para destituirlo y un segundo por sedición.

Consumido por la pérdida electoral y el término de su mandato, su presidencia se desmoronó como “castillo de naipes”, irascible, sus últimos eventos públicos fueron las ceremonias de la medalla de la libertad y la medalla nacional de las artes, cubiertas sólo por cámaras de televisión de la oficina de prensa para evitar que realizara comentarios sobre la incitación de los disturbios.

Donald Trump “cosechó lo que sembró”. El verdadero juicio será el de la historia y ése, estoy cierto, ya lo perdió. ¿O no, estimado lector?

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