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Anomia a la mexicana

José Luis Jaimes Rosado

José Luis Jaimes Rosado

Llegar a gobernar un país ahogado en la corrupción, polarizado socialmente desde lo económico hasta lo deportivo, unos acostumbrados a tener más y más mientras que otros “afortunados” reciben apoyos y ayudas y no evolucionan su contexto inmediato, obliga a determinar el epicentro. El círculo cercano a la presente administración federal debió establecer un foco, una médula, una célula madre de la hecatombe mexicana. 

Ante el entramado social de ausencia de normas, tendencias a trasgredir la ley, incumplimiento de reglas o una larga lista de características como abuso, arbitrariedad, despotismo, ilegalidad, excesos, libertinaje, inseguridad e impunidad… (se vale añadir a gusto, modo y experiencia), el sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917) propuso el concepto: anomia.

Desde la etimología, anomia es falta de leyes, desprecio por las leyes, negación del acuerdo social, sustracción voluntaria del marco jurídico contextual o ausencia de estatutos u ordenanzas. Concepto que impactó desde la sociología hasta la sicología, donde se refiere como un trastorno mental que no permite a la persona llamar a las cosas por su nombre.

Diseñar el plan de desarrollo para una sociedad acostumbrada a quebrantar el orden normativo como las escenas de rapiña ante el gasolinazo o la falta de regulación moral ante la rapiña en los accidentes carreteros de camiones de carga y pasiones humanas violentas en las justas deportivas, debió llevar a la reflexión sobre la elevada tasa de conductas desviadas (levantones, desapariciones, feminicidios, fraudes) y de comportamientos autodestructivos (matanzas, drogadicción, alcoholismo, violencia intrafamiliar, economía informal). Sin duda, todo lo anterior son los síntomas de una patología del sistema normativo y su acatamiento.

Leer en el periódico sobre la muerte de un sistema y la refundación de otro es reflejo de la perspectiva de Jean Duvignaud: una sociedad que aún no muere y otra que aún no nace. El “detalle” está en la transformación que registra elevación en el índice de suicidios por percibir inutilidad de esfuerzo o penurias económicas particulares por despido laboral con descenso del poder adquisitivo y las consecuentes pérdidas (salud, auto, estudios, vacaciones).

Otro síntoma registrable es la constante manifestación, en el entorno, de personas iracundas, decepcionadas, cansadas o de fácil exasperación como consecuencia de la carencia de viabilidad para planear el futuro individual, en pareja, en familia.

Si la sociedad percibe falta de equilibrios entre las promesas de campaña, los objetivos de gobierno, las cuentas presupuestales y la realidad en el bolsillo ciudadano, la aplicación norteamericana de anomia de hace 90 años explica que es la falta de equilibrios entre medios y fines de acción y su vaga definición. 

Todo lo anterior crea tensiones sociales desde los poderes políticos (Ejecutivo, Legislativo, Judicial; federal, estatal, municipal) hasta extravíos que merman las normas colectivas, pero que, sin embargo, pueden desencadenar diversos procesos como la reorganización social o la reconstrucción sobre nuevas bases del sistema social, vía por la que al parecer habría apostado el actual grupo en el poder.

Anomia y criminalidad han creado una relación directa tanto en los estudios disciplinarios por las comprobaciones científicas como por el día a día de la población ante las evidencias periodísticas o la experiencia personal. Y es que un país puede llegar a ser un “Estado anómico”, sin paz interna de ningún tipo (social, cultural, ecológico, económico) y sin seguridad pública (ciudadana, jurídica, humana), lo que constituye un contexto de desorden e incertidumbre para los mexicanos.

 

Periodista y académico de la UNAM

opinionexcelsior@gimm.com.mx

 

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