Los placeres de la lectura y de la relectura

Jorge Luis Borges decía que al placer de leer solamente lo superaba el placer de releer. Yo, sin duda alguna, suscribiría sus palabras.

Como lo he dicho, el fin de año es propicio para leer y releer. Mi padre recomendaba nueve recetas para hacer de la lectura uno de los mayores placeres.

La primera, leer en español, uno de los lenguajes más bellos de Occidente. Segunda, hacerlo en un jardín aromatizado y no necesariamente en la biblioteca. Tercera, colocado bajo la sombra que proteja del sol del trópico húmedo. Cuarta, refrescar el ambiente y el sonido con el alboroto de un apantle o de una fuente de agua fresca que provenga del deshielo de las montañas.

Quinta, sexta, séptima y octava, acompañar el libro con un poco de queso fino de La Mancha, con un vaso de buen vino del Mediterráneo, con una taza de café robusto de la América Latina y con un tabaco fresco de las Antillas. El noveno y último elemento tiene que ser un agregado personal y exclusivo. Para cada quien, la paz, la serenidad, la compañía, el confort, la hora, la indumentaria o, incluso, la ayuda.

Leer así es todo un deleite. Pero el placer de releer encierra otro placer distinto y no sólo repetitivo. Jorge Luis Borges decía que al placer de leer solamente lo superaba el placer de releer. Yo, sin duda alguna, suscribiría sus palabras. El gran placer de la lectura es muchas veces superado por el mayor placer de la relectura.

Suele suceder que la primera lectura nos concentra sobremanera en la trama, en la tesis o en el tema, según se trate de una novela, de un ensayo o de un tratado, respectivamente, haciéndonos relegar nuestra atención sobre el texto, el estilo o el carácter de la obra. 

Solamente las “segundas” lecturas invierten el proceso. Ante un contenido ya conocido o ante un desenlace ya sabido, el repaso de los fragmentos que nos resultan predilectos nos permite decantar y analizar las diversas ideas del autor, la selección de sus palabras, la intención de sus mensajes y el diseño de sus construcciones literarias.

Ello tan sólo en aquellas obras que nos merecen una segunda lectura. Porque la primera lectura es, además, un cedazo que criba aquellos escritos que van a vivir en nuestra biblioteca y en nuestro recuerdo, así como aquellos que se habrán de depositar y consumir en las hogueras de nuestra chimenea y de nuestro olvido.

Hay fragmentos de obras que he leído más de cien veces a lo largo de la vida y puedo asegurar que la ocasión más reciente ha sido, hasta ahora, la más grata y fructífera de todas ellas. Mucho de lo que leí de joven me ha acompañado casi todos los días.

En algunos casos, como un tributo de homenaje, he adquirido ya en mi edad madura las mejores ediciones que se han impreso de ellas y que me lo hayan permitido tanto el surtido de las librerías como las posibilidades de mi bolsillo. Sobra decir que no son para adorno de mis libreros, sino que son libros “vivos” que conviven conmigo.   

Lo mismo me sucede con la música y la pintura. Para mí, resulta mutilado todo viaje a Guadalajara si no me permite ver El Hombre de Fuego. Por eso trato de darme la oportunidad de visitar el ex hospicio y allí, bajo la cúpula, me acuesto unos minutos en las bancas colocadas para ello. Allí veo a Orozco pintando, pero allí también pienso que, en efecto, los hombres somos de fuego. Pienso en lo que, con mi fuego, he creado y alumbrado. Pienso en lo que, con mi fuego, he destruido y arrasado. Pienso en lo que, a mi fuego, le queda por hacer y por vivir antes de sofocarse y extinguirse.

Tiene razón Borges. Me gusta leer y más me gusta releer. Tengo libros políticos o jurídicos que viven en mi alcoba y, durante mis viajes, a alguno de ellos le toca el turno de acompañarme. En ocasiones no se abren durante semanas o meses, pero en otras me platican nuevamente mientras estoy en el reposo, en el avión o en el insomnio. Y, entonces, casi siempre se vuelven a cerrar ya con nuevas señales y con nuevas anotaciones.

Eso significa que ya nos dijimos cosas nuevas, pero con las mismas palabras, como lo hacen los viejos amigos.