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Permiso para matar

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Son tantos y tan frecuentes los asesinatos contra políticos que ya no sabemos si hay un permiso para matar, informal pero muy efectivo y muy cumplidor. Pero, además, la actual matanza de políticos no respeta los tradicionales cánones que advertían quién es el que manda y quiénes son los que obedecen.

Para explicarme, me resulta oportuno narrar una regla que parece plena de brutalidad, pero que, en realidad, es una norma de concordia y de pacificación. La estableció el presidente Plutarco Elías Calles y decía que “sólo el secretario de Gobernación tiene permiso para matar”. Creo que esto merece una explicación.

Después de consumada la lucha revolucionaria, el país se sumergió en una violencia que cobró más de un millón de vidas. No sólo las de ciudadanos comunes, sino las de tres presidentes, las de 50 líderes políticos y las de otros menos encumbrados. Madero, Carranza, Obregón, Zapata, Villa y Serrano, entre muchos otros, fueron asesinados “a-la-mala” y fuera del campo de batalla. Por ello se puso un alto a ese salvajismo.

La regla callista no era una invitación para que el secretario de Gobernación se convirtiera en un matón, sino una severa advertencia para todos, en el sentido de que aquel que resolviera sus disputas políticas por la vía del asesinato se las tendría que ver con la ley, fuera quien fuera.

Calles era un estadista, no un humanista. Su preocupación no sólo eran las vidas, por más que le dolieran. Pero, más le preocupaba el respeto al sistema de poder. El Presidente dejó muy claro, con sus propias palabras, que “él no era tan sólo un monigote ni nada más estaba pintado”.

El resultado fue que el país se pacificó, la política se despistolizó y los señores de Bucareli nunca tuvieron que matar para cumplir con sus funciones. Pese a que tres de ellos fueron acusados por diversas voces, yo estoy seguro de mis muy sólidas deducciones políticas para exculparlos plenamente.

He mencionado esta referencia de historia política para dejar en claro que la actual criminalidad política no es un asunto de gendarmes, sino de gobernantes. No está en juego la seguridad, sino la gobernabilidad. Es grave que no funcione la policía, pero es más grave que no funcione el gobierno.

Después de esa falta de respeto al poder, luego viene la burla de ponerle “las orejas de burro” a todos los funcionarios que a diario aparecen ante los medios para informar lo poco que saben del crimen de ese día. No se dan cuenta de su propio ridículo.

He recordado que, en mi paso de tres sexenios por la procuración de justicia, hubo algo que con frecuencia me mencionan los amables. Desde luego, me complace que transitamos con legalidad, con honestidad, con efectividad, con seriedad y con respetabilidad. Pero, sobre todo, hay un punto que mucho me satisface.

Que en tantos años no nos mataron ni un solo agente de la procuración. En eso, allí están los datos duros y verdaderos. Eso fue producto de que los más feroces cárteles siempre nos tuvieron una mezcla de mucho respeto y de mucho miedo. Y, la verdad, tenían mucha razón en respetarnos y mucha razón en temernos.

Esa combinación es una joya. Porque temernos y no respetarnos o respetarnos y no temernos hubiera sido una pobreza. No se diga ni respetarnos ni temernos, lo cual hubiera sido una miseria. Creo que más o menos así están ahora los funcionarios a los que ya no les profesan ni respeto ni temor. Pero no estoy muy seguro de si ya se dieron cuenta de ello. O si viven en la ingenuidad de ignorarlo o en el cinismo de negarlo.

No vaya siendo que Calles tuviera razón y nuestros gobiernos fueran vistos como monigotes pintados, tanto por las mafias mexicanas como por los dictadorzuelos sureños que ya no nos respetan como antes nos respetaron hasta los verdaderos tiranos que fueron Jorge Videla y Augusto Pinochet, cuando asilamos ni más ni menos que a los Cámpora y a los Allende, porque entonces se refugiaban en nuestras embajadas los señorones, no los señorzuelos.

 

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