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Primera mujer frente a crisis de seguridad pública

José Buendía Hegewisch

José Buendía Hegewisch

Número cero

Los movimientos en el gabinete de López Obrador no dejan de sorprender, tras dos años de gobierno, porque muchas de sus jugadas políticas se cocinan en la cabeza de un ajedrecista solitario que observa los equilibrios internos y se cuida de todos con la desconfianza del “hombre fuerte”. Sus lances se interpretan por lo que dicen, disimulan u ocultan, incluso a su propio equipo. Es el caso de su ofrecimiento a Rosa Icela Rodríguez para que, por primera vez, una mujer ocupe la Seguridad Pública, en un mensaje equívoco sobre la forma de militarizar la estrategia anticrimen y su relación con las Fuerzas Armadas tras la detención de Cienfuegos en EU.

Sí, la nominación responde a criterios subjetivos de lealtad y honestidad que el Presidente premia de un funcionario, dos características necesariamente valoradas en un terreno cedido a los militares y donde poco podrá hacer un civil, salvo ser su vigía. Pero el reto de los potentes cárteles de Jalisco o Santa Rosa requiere no sólo de obediencia, sino también de experiencia para cumplir con el mayor pendiente del gobierno: la crisis de seguridad y la creciente violencia criminal. Ella tiene antecedentes en la coordinación de Seguridad en el gobierno de Marcelo Ebrard, en la CDMX, y también con Sheinbaum como su segunda de abordo, así como contacto con los militares por su breve e irrelevante paso por Aduanas y Puertos, también a su cargo.

¿Cuál es el significado para los militares en el contexto del caso Cienfuegos? Su nombramiento podría suponer abrirse a nuevas costumbres, como que el Ejército se tenga que coordinar, por primera vez, con una mujer civil en un encargo minado por la herencia negra del crimen y la corrupción de los cárteles, a pesar de declaraciones contrarias de Durazo en su carta de renuncia. ¿Es un mensaje para aclimatar la idea de que una mujer pueda ser comandante en jefe y alcanzar la presidencia? A Rodríguez le correspondería coordinar el gabinete de seguridad, en el que participa el Ejército y la Marina, así como la Guardia Nacional, aunque con las dudas sobre su margen de acción en el mando operativo. Si sólo estuviera para recibir instrucciones, la novedad sería un disfraz sin mayor cambio en las prácticas institucionales, muy distinto al significado, por ejemplo, del paso de Michelle Bachelet por las fuerzas armadas antes de llegar a la presidencia. Por lo pronto, Claudia Sheinbaum se apresuró a saludar su nombramiento.

La jugada es un movimiento a varias bandas. La propuesta de una civil responde a la situación comprometida que deja la acusación sobre la penetración del narco en las instituciones de seguridad y hasta la cúpula militar con las detenciones de García Luna y Cienfuegos en EU, aunque sin hasta ahora mostrarse pruebas. Además, contradice la declaración de despedida de Alfonso Durazo de la secretaria de haber quedado en el pasado el contubernio con la delincuencia.

El caso genera fuertes molestias en el Ejército y preocupación en la Marina por la respuesta tibia del gobierno, a pesar de responsabilizarlos de la seguridad pública. ¿Quiénes son sus aliados en Palacio?, se preguntan. Un civil puede servir para distanciarse del “golpe” a la imagen del ejército y dar respuesta a las críticas por dejar a los militares al frente de la seguridad.

Pero su nombramiento también es una contestación al mayor reclamo de las mujeres por el feminicidio, que junto con los homicidios, en niveles récord respecto a los últimos gobiernos, es la herencia que recibe de Durazo. Sin embargo, los colectivos de mujeres reciben el mensaje con escepticismo y el temor de que la misoginia que denunciara Sánchez Cordero del propio gobierno la despojara de otra diferencia más que de ser leal al Presidente. En Rodríguez reconocen aportaciones en seguridad en la CDMX y un enfoque social frente a la violencia, pero insuficiente para abrir el camino de las mujeres al poder.

El sentido de todas esas jugadas está en la cabeza del Presidente, como los movimientos de un ajedrecista, más que como la estrategia de un equipo de beisbol. Y lo que parece claro es que movió una pieza suya al centro de la relación más compleja de su gobierno con los militares, tan leal que ni siquiera tuvo que preguntarle antes de proponerla.

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