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El difícil neutralismo de México con Ucrania

José Buendía Hegewisch

José Buendía Hegewisch

Número cero

Los malabarismos de México para mantener un difícil neutralismo en la guerra de Ucrania enseñan el poco margen de maniobra de una nación ante conflictos entre dos bloques militares, aunque haya sido actitud constante de su política exterior. El gobierno trata de hilar fino para evadir presiones que lo condicionen, a la vez que no puede escapar de alinearse a la zona de influencia de EU. Se necesita más que destreza para guardar ese equilibrio sin caer, y particularmente, para un país confrontado en su interior.

El radio de acción de una nación que no sea una gran potencia es en política exterior mucho más estrecho que en política interna. Los juegos malabares con la agenda y el debate nacional son útiles para la popularidad o espectáculo de consumo interno, pero no para distraer la atención cuando bloques en conflicto exigen definiciones, y mantenerte neutral te sitúa en el del contrario. El cuestionamiento del presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Capitolio de EU, Bob Menendez, a la decisión del gobierno mexicano de no sumarse a las sanciones económicas a Rusia son muestra clara de que no reconocen su neutralidad. “El mantenerte de lado, independiente de donde el resto del mundo está, es actualmente aliarte con el opresor (Rusia y Putin)”, apostilló.

No sólo EU, sino también la UE y Rusia han enviado señales de que la guerra en Ucrania no hay lugar para la neutralidad. La guerra obliga al mundo a posicionarse, aunque algunos gobiernos como el de López Obrador sigan pensando que pueden preservar su política interior del exterior, a pesar de la actitud internacional y la perspectiva de que el conflicto desemboque en una nueva Guerra Fría. Y con una problemática aún más compleja cuando dentro del país no hay una posición común ni consensos claros, ni dentro ni fuera del gobierno, sobre el lugar donde ubicarse en el contexto mundial.

El neutralismo se ha traducido en posiciones erráticas y zigzagueantes. En su primera reacción intentó no alinearse con ninguno de los bloques militares y después tomó partido al condenar la invasión en la ONU para no aislarse de sus aliados comerciales. Así se lo recordó Olga Sánchez Cordero a Menendez para rechazar sus reclamos, en una declaración a la que podría haber agregado el apoyo a la resolución de la ONU sobre derechos humanos en Ucrania y a violaciones al Derecho Internacional por ataque a instalaciones nucleares. Pero al mismo tiempo, el Presidente decidió no participar en las sanciones económicas contra Rusia, y, a la vez, pedir a Biden reforzar la alianza económica con EU e incorporar a toda América Latina como un bloque continental.

Mantener los equilibrios con tantos intereses y presiones en juego, arrojarlos al aire y voltearlos alternativamente sin que caigan al suelo, es un juego difícil en estas circunstancias. Peor si el contexto internacional acaba por afectar la política doméstica y las implicaciones económicas y comerciales de la guerra no puedan resolverse con autoconsumo, por ejemplo, en gasolina y gas. En el plano interno, la política exterior puede afectar las oportunidades que la cúpula empresarial ve en la guerra para atraer inversiones de EU y sustituir con productos nacionales las importaciones de Asia. La confrontación y divisiones que marcan al país, como reclamó Slim y calificó de “estupideces” también se reflejan en las posiciones ideológicas frente al conflicto, incluso dentro de Morena. Su dirección tuvo que deslindarse de una carta de jóvenes de su partido en Hidalgo que expresaba su apoyo a la invasión rusa y calificaban a Ucrania como territorio fascista. Para muchos cuadros de la izquierda latinoamericana la guerra es una muestra del declive de la hegemonía estadunidense y una provocación a Rusia.

La neutralidad mexicana no es reconocida en el Derecho Internacional, ni por un acuerdo multilateral como el caso de Suiza o Austria, aunque con Ucrania la han abandonado. La defensa de la no intervención y autodeterminación conforme a la doctrina Estrada es una actitud o decisión política unilateral, que en esta coyuntura es puesta en tela de juicio desde el Capitolio y que no obliga a ningún país a aceptarla. México no querría que la comunidad internacional no sancionara a un país si lo invadiera, le dicen… y eso puede hacer que hasta el mejor malabarista pierda el equilibrio.

Apoyamos a Ucrania, pero no con armas.

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