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Renacimiento de cárteles y otros fracasos

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El domingo, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció su discurso de celebración del primer aniversario de su llegada al poder, casi no dijo una palabra respecto a la situación de inseguridad que vive el país, al año más violento de la historia. Se refirió a datos no comprobables de hace siete, diez años. Dijo que se trata de una situación heredada, pero lo cierto es que aunque haya podido ser heredada, durante este año la situación no ha hecho más que agravarse.

El domingo del festejo presidencial hubo 127 asesinatos, nunca antes había habido tantos en apenas un día. Mientras,  en Villa Unión, Coahuila, el intento de toma de la localidad por parte de un grupo criminal ha terminado con veintidós muertos, la mayoría, por lo menos dieciséis  de ellos, sicarios del Cártel del Noreste (CDN), un derivado de Los Zetas.

El Presidente ayer mismo calificó lo sucedido en Villa Unión como un caso “excepcional”. Es gravísimo, pero no es excepcional: en todo el año ha habido enfrentamientos de este tipo en distintos puntos del país. En algunas zonas, como en la sierra y en la región de Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán, son casi cotidianos. Apenas en octubre pasado hubo una emboscada a policías en Aguililla, Michoacán, que dejó 13 policías muertos. Unos días después, en otro enfrentamiento en Topochica, Guerrero, hubo  un saldo de 14 sicarios y un soldado muertos. Poco antes, en Minatitlán, se asesinó a todos los integrantes de una familia durante una fiesta: 14 muertos, incluyendo un bebé de un año. A las semanas siguientes, ya en Coatzacoalcos, el tiroteo en un centro nocturno dejó 31 muertos. Y la lista podría seguir con hechos como éstos casi día por día.

Lo ocurrido en Villa Unión es significativo por otra causa. Hace un año, Los Zetas habían, prácticamente, dejado de existir, el combate de las fuerzas de seguridad destruyó casi por completo a este grupo criminal, sobre todo en la frontera norte. Gracias a esto perdieron territorios y rutas. Pero en diciembre, con la nueva estrategia de seguridad de pacificación, el combate contra ellos cesó. Los grupos restantes, ligados a la familia Treviño, pudieron volver a rearticularse y a pelear por los territorios que consideraban suyos. No se apaciguaron. Al contrario, siguiendo las tácticas de Los Zetas, armaron grupos de sicarios muy violentos (la llamada Tropa del Infierno, dedicada a combatir a otros cárteles de la zona, sobre todo a los del Golfo y el CJNG) y comenzaron a disputar territorio por territorio.

Las batallas callejeras que se libran en Nuevo Laredo tienen ese origen. El ataque a Villa Unión tenía como objetivo recuperar una plaza pequeña, muy cerca de la frontera, clave por la cantidad de brechas que se abren desde allí hacia nuestro país vecino y hacia territorio tamaulipeco y de Nuevo León. La lucha del Cártel del Noreste ha repercutido también en un fuerte incremento de la violencia en este último estado, donde han vuelto a aparecer grupos que prácticamente habían desaparecido en el pasado reciente. Incluso hechos como los de Culiacán lo que demuestran es que cuando el Estado ha intentado alguna acción contra ese status quo, la reacción es tan violenta que inhibe las responsabilidades del propio Estado.

Es la mejor demostración de que la estrategia de seguridad y pacificación, ratificada el domingo por el presidente Andrés Manuel, no funciona; que los grupos criminales, incluso los que estaban al borde de la desaparición, se hayan aprovechado de la virtual tregua existente para rearmarse, fortalecerse y volver a pelear por sus territorios. Ese largo periodo de tregua les ha permitido prepararse para responder con extrema violencia cuando son molestados. Es la demostración de un fracaso y, como vimos, está lejos de ser un caso excepcional.

Qué bueno que ayer el presidente López Obrador recibió a integrantes de las familias LeBarón y Langford, víctimas de la masacre cometida en la frontera entre Sonora y Chihuahua, donde fueron asesinados y quemados seis niños y tres mujeres, todos de nacionalidad estadunidense. Y qué bueno –esperemos alguna información adicional– que cuatro integrantes del grupo de La Línea fueron ya detenidos por ese crimen.

Lo triste es que hasta hace poco, La Línea prácticamente había desaparecido, junto con el llamado cártel de Juárez. Ha sido, sobre todo durante el último año, que han reaparecido sus integrantes y, como los del CDN, han vuelto a pelear por los que fueron sus viejos territorios, chocando con otros cárteles que se habían quedado con ellos y golpeando, como siempre, a la ciudadanía a la que expolian para financiarse.

Si se hubiera seguido el combate contra La Línea y el cártel de Juárez, tanto en el ámbito estatal como federal, hoy esos grupos probablemente ya no existirían en el panorama criminal.

Por eso, entre otras muchas razones más, se debe revertir la actual estrategia de seguridad.

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