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Malas designaciones son una mala diplomacia

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Siempre ha dicho el presidente López Obrador que la mejor política exterior es la política interior, un error sólo comprensible en quien no aprecia la dinámica global, pero un error que se magnifica cuando las decisiones diplomáticas se toman a partir de malos juicios de política interior.

La tanda de designaciones de embajadores y cónsules que anunció el presidente López Obrador (evidentemente decididos en Palacio Nacional) es una de las peores que se han dado a conocer en mucho tiempo y castigan tanto nuestra política exterior como la visión que se tiene de México en el mundo.

El Presidente tiene todo el derecho del mundo, y no tiene por qué ser una mala práctica, al contrario, de designar a miembros de la oposición en cargos diplomáticos, pero cuando esas responsabilidades recaen en gobernadores que acaban de dejar sus cargos, luego de elecciones cuestionadas, la práctica puede resultar contraproducente.

En el caso de España, pareciera que nos estamos tropezando dos veces con la misma piedra. El gobierno de Pedro Sánchez no acaba de dar el plácet al exgobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, propuesto hace ya varios meses y ya aprobado por el Senado, y ahora se propone a la también exgobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, como cónsul en Barcelona. Tanto Quirino como Claudia han sido cuestionados por los procesos electorales estatales, pero no creo, en ninguno de los dos casos, que hayan sido malos gobernadores, al contrario, pero son designaciones políticas, en una sede como la española, muy manoseada en los últimos tres años. Con la República Dominicana no habrá problemas con la designación del también exgobernador priista de Campeche, Carlos Miguel Aysa, pero, sin duda, como en los casos citados, se trata, por una parte, de atraer a priistas, al tiempo que se sigue desgajando a un tricolor con una dirigencia lamentable. Son designaciones de política interna, no de diplomacia exterior.

Hay otras designaciones mucho más cuestionables. Apenas ayer recordábamos en este espacio el caso del asesinato de don Eugenio Garza Sada durante el sexenio de Echeverría. En estos años, el caso volvió a tener amplia repercusión por la defensa que hizo de quienes lo asesinaron, el historiador Pedro Salmerón, cuando fue el director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México. Tuvo que dejar el cargo, pero, además, ello se jalonó con las serias denuncias de acoso y abuso sexual contra Salmerón, tanto durante su paso por el ITAM (por lo que debió abandonar esa casa de estudios) así como en Morena y la UNAM. No se trata de un caso aislado, sino de una suma de acusaciones que surgen dentro del propio seno de la 4T y de alumnas y exalumnas de dos universidades. Ayer lo defendió el presidente López Obrador de una forma lamentable para la dignidad del propio gobierno. El texto que dieron a conocer las denunciantes se titula un acosador no puede ser embajador, y así debe ser. Panamá, una nación hermana y con la cual México siempre ha tenido excelentes relaciones, no merece ese trato.

Lo menos que necesitábamos como embajadores ante Nicaragua y Venezuela es a personajes como Leopoldo de Gyves en Caracas y Guillermo Zamora en Managua. Están en todo su derecho, pero tanto el líder de la COCEI, en Juchitán, como el veterano periodista son fervientes defensores de los regímenes de Nicolás Maduro y Daniel Ortega. En esos países necesitamos quienes tengan una visión objetiva, ponderada, embajadores que, además de relación con el gobierno, la tengan con sociedades castigadas y reprimidas por esos mismos gobiernos. ¿Quién valorará, por ejemplo, el papel de México en las negociaciones en Venezuela si nuestro embajador apoya completamente al régimen de Maduro?, ¿quién podrá creer que tenemos distancia con la dictadura de Ortega con un franco simpatizante en la embajada de nuestro país?

La relación de México con Brasil siempre ha sido la más compleja de América Latina, con fuertes repercusiones geopolíticas, más en estos momentos con un presidente como Jair Bolsonaro. Y ello se acrecentará con el proceso electoral absolutamente polarizado que tendrá la nación sudamericana el año próximo, en lo que, se prevé, será una dura lucha entre el propio Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva. La autora de Como agua para chocolate, la escritora Laura Esquivel, no es la figura idónea para representar a México en medio de esa lucha política y frente a una diplomacia tan experta como Itamaraty. En el contexto de las relaciones con Brasil necesitamos expertos, porque es mucho lo que está en juego en torno a los lazos con América Latina. Laura Esquivel, como escritora respetable, como intelectual, podría tener muchos otros destinos más afines a su perfil que Brasil. Allí necesitamos una embajadora como en su momento lo fue Beatriz Paredes.

Algo habrá con el desempeño de Alfonso Suárez del Real que, de secretario de Gobierno de la Ciudad de México pasó a jefe de oficina de Claudia Sheinbaum y de allí parte a jefe de oficina de enlace de México en Estrasburgo. No lo entiendo, quizá tiene algo que ver con la lucha sucesoria. Lo que sí aplaudo es que se aproveche la experiencia y capacidad de Alicia Bárcena y que cuando deje la secretaría ejecutiva de la CEPAL se haga cargo del instituto Matías Romero.

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