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La realidad vuelve a destruir los indicadores

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

No hay una sola encuesta seria en la que las dos preocupaciones centrales de los mexicanos no sean la seguridad y la economía, su entorno y su bolsillo. Puede ser que la popularidad presidencial siga estando alta, pero cuando se va hacia las políticas concretas, sobre todo en esos dos temas, los índices se derrumban. La economía requiere de un capítulo aparte, ya lo haremos, pero sólo digamos que no hemos crecido comparativamente con 2018 en toda esta administración, ni antes ni después de la pandemia. 

En seguridad, la insistencia en los números y las declaraciones de que vamos mejor pierden sentido ante la realidad cotidiana. 

 Dar a conocer números sin explicar contextos, realidades, situaciones particulares, sin poner el acento en los qué y el por qué la inseguridad se enraíza en distintos puntos del país, no tiene sentido. Incluso resulta contraproducente. El lunes, la secretaria de seguridad ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, informó en la mañanera que había avances en casi todos los índices de la seguridad pública. Puede ser, pero en las horas posteriores esas declaraciones se dieron de bruces con la realidad. 

 En Sinaloa, fuerzas de la Guardia Nacional tuvieron durísimos enfrentamientos con grupos criminales del Cártel de Sinaloa; en Jalisco fueron mucho más duros aún, con la gente del Mencho y el CJNG. 

Esos enfrentamientos se trasladaron a Zacatecas, donde la aparición de muertos, desmembrados y los tiroteos entre grupos criminales es cosa de todos los días, incluyendo, el fin de semana, el asesinato de un niño de tres años en una iglesia. En Colima, como ya hemos dicho muchas veces, hay una ola terrible de asesinatos producto de luchas entre grupos que se han separado del CJNG, ayer hubo desde combates hasta cuerpos desollados, las imágenes son terribles. También el Ejército y la Guardia Nacional sufrieron ataques en Chihuahua. Los feminicidios siguen a la orden del día. Ahí está el de Cecilia Monzón para confirmarlo. 

Y la mañana de ayer, en Celaya, Guanajuato, en otra de esas masacres que, según el gobierno federal, ya no existen, aunque, en promedio, ocurren una o dos por semana, un grupo criminal de unas 15 personas llegó a un hotel en varias camionetas, ametralló a huéspedes y comensales en el bar del mismo, dejó unos 11 asesinados, luego, con bombas molotov, incendiaron el hotel, el bar y otros locales, y a unos metros de allí dejaron bolsas con tres cuerpos desmembrados. 

¿Recuerda usted cómo se celebró la detención de El Marro, el líder del Cártel de Santa Rosa de Lima? Pues bien, eso ocurrió hace casi dos años, pero desde entonces el huachicoleo, como muchas otras actividades criminales, sigue con toda intensidad en Guanajuato, así como los enfrentamientos entre grupos criminales y la expoliación de la sociedad, sobre todo con extorsiones. Y las masacres no sólo son cotidianas. 

 El caso de Guanajuato es la mejor demostración de lo que decimos. ¿De qué sirve dar cifras de supuestos avances o festejar la caída de un criminal o la desaparición de su grupo (aquí siempre dijimos que, más allá de su participación en la violencia local, el Cártel de Santa Rosa de Lima no era ni una organización de primer nivel y ni siquiera merecía el nombre de cártel) si eso no se refleja en nada, si la violencia continúa sin modificaciones?, ¿cuál es la narrativa, la explicación que dan las autoridades para justificar que su estrategia de seguridad avanza, más allá de dar a conocer números que muchas veces lo que hacen es confirmar que no hay avance alguno, cuando la realidad muestra algo completamente diferente? 

 La estrategia de abrazos y no balazos ha sido un rotundo fracaso. Todo indica que, en el ámbito militar, desde agosto pasado, ha comenzado una vuelta de tuerca en la misma y los picos de violencia, intercalados sucesivamente con caídas de los mismos, parecerían confirmar esos cambios. Pero los mismos no se explican ni parecen contar con una narrativa mínima que una situación como la que estamos viviendo exigiría. Se ha hablado mucho en esta administración de lo sucedido en el sexenio de Calderón, pero lo cierto es que entonces, aunque fuera en buena medida fallida, había una narrativa, se sabía qué estaba sucediendo en distintos puntos del país y por qué ocurría eso. Y los números en estadísticas criminales estaban, entonces, mejor que ahora. 

 Sigo pensando que son muy pocas las estrategias de seguridad que funcionan. Una de ellas es la de la capital del país. El lunes se cuestionó esa estrategia por el asesinato en un despacho de abogados de tres personas en la colonia Roma, relacionados, aparentemente, con la actividad de juicios de desalojo que ejercía el titular del mismo. Es un hecho lamentable, pero puntual, que no cambia el escenario, como lo demostró la caída, el día de ayer, de toda una banda de extorsionadores. La estrategia tiene que ser combinar inteligencia con capacidad operativa; coordinar instituciones; no dar abrazos ni proteger criminales, sino dar golpes certeros a la cabeza y a la base de las organizaciones criminales, un día sí y el otro también; no permitir que se reagrupen y organicen; fragmentarlas; que el control territorial sea de las fuerzas de seguridad, no de los criminales. Por supuesto, depurar instituciones y mejorar la calidad de trabajo de las mismas. 

 Y explicar qué está sucediendo y por qué. Eso que vemos en la Ciudad de México no lo vemos en el resto del país, donde sólo se ofrecen numeralias sin contexto ni explicación alguna. También sin sentido. 

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