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La 4T, dos años de un mundo raro

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Una de las cosas que se agradecen del mensaje presidencial de ayer es que duró poco, 45 minutos. Pero eso no lo hizo un mensaje a la nación, una reflexión sobre los desafíos del presente y del futuro. Fue una mañanera condensada, una lluvia de cifras y logros, algunos reales, otros supuestos, donde, según el discurso, México se ha convertido, en apenas dos años, en un país que respeta desde la legalidad hasta la disidencia, donde no hay corrupción ni represión, donde no hay masacres ni privilegios, donde se gobierna basado en la autoridad moral y la austeridad, donde se defiende la naturaleza y la equidad de género.

Obviamente no es así, aunque eso sea lo que pretenda la administración federal. El presidente López Obrador dijo que no todo es perfecto, que tampoco quería imponer una suerte de pensamiento único ni un consenso nacional. Pero que, según sus cifras, el 71 por ciento de la población (el mismo porcentaje que recibe apoyo económico directo del gobierno federal) quiere que siga gobernando. La realidad es que eso no puede ocultar la  polarización, la insatisfacción y el temor por el futuro.

Decíamos ayer que el presidente López Obrador mantiene, con ese u otro porcentaje (probablemente un poco menor), su popularidad y el respaldo de buena parte de la población. Pero que sus políticas, en muchos sentidos, no han funcionado o no tienen el mismo respaldo. El relato que hizo ayer del manejo de la pandemia, de la realidad económica o de la seguridad, no se ajusta a lo que vivimos todos y cada uno de los días.

 

No tendremos en marzo próximo las mismas cifras de empleo de marzo pasado ni se recuperará la economía en el mismo porcentaje en que cayó: la caída económica de este año será de, por lo menos, 9 por ciento y, si bien nos va, la recuperación del año próximo será de 3 por ciento. Se perdieron un millón 200 empleos formales, pero hay siete millones de familias sin ingresos. Qué bueno que haya 40 mil millones de dólares de remesas, pero ése no es un triunfo de la política económica, sino un reflejo de la solidaridad de los paisanos. Sí se construyeron hospitales para atender la pandemia, pero no se hicieron pruebas suficientes como para saber con certidumbre cuántos contagios y cuántos fallecimientos ha habido. No en vano la OMS pide que tomemos en serio la pandemia. La percepción de inseguridad está muy lejos de reflejar esa caída de 30 por ciento en la mayoría de los delitos de los que habló el Presidente.

Los resultados no son los que se presumen. Se dice que primero están los pobres y está bien, pero lo que mueve a las sociedades son las clases medias. La economía no puede basarse sólo en los apoyos sociales y no ir acompañada de medidas económicas que le quiten presión a esa clase media que hoy se ignora. No es prudente ni lógico seguir apretando el cinturón de las clases medias y no disponer en el paquete económico del 2021 de medidas de apoyo, medidas que impacten en el bolsillo de la gente, cosas tan sencillas como poder deducir fiscalmente las colegiaturas o los seguros de gastos médicos. La clase media es mucho más que ese 30 por ciento del que hablaba el presidente López Obrador como privilegiados a los que le queda la satisfacción de apoyar al prójimo. Es una forma de depauperar la política social. Por la misma razón, las mujeres no entienden los feminicidios como una simple línea de continuidad con los homicidios que ocurren a diario.

Tampoco el gobierno funciona adecuadamente porque mucho, demasiado, está centralizado en el propio Presidente y un puñado de colaboradores. Cuando se hacía ayer un recorrido por las labores que realizan las Fuerzas Armadas, no quedaba más que ratificar el caudal de responsabilidades que se concentra en ellas porque no hay quién las asuma, con eficiencia y responsabilidad.

 

¿Cómo entender entonces esta realidad de un presidente popular con políticas que no tienen los resultados que se presumen? Decía aquel famoso consultor de Bill Clinton, Dick Morris, que un gobernante exitoso debía mantenerse fiel a sus principios porque una idea, una propuesta, puede no cuajar en un momento y ser vista como verdad, en otro, por las mayorías. Que se debía aplicar lo que llamaba la triangulación, que no es más que, lisa y llanamente, apropiarse de la plataforma del contendiente, dejándole sin banderas. Y dividir con ello a sus adversarios. Es más, le decía Morris a Clinton que debía reformar a su propio partido “ganando una batalla sobre la corrupción de los viejos líderes”. 

Eso sí es lo que está haciendo López Obrador. Y también es verdad que, como dijo en el inicio de su mensaje el Presidente, en dos años ha modificado profundamente el marco legal, constitucional, para consolidar el régimen de la 4T y su futuro. No sé si las que enumeró López Obrador ayer sean las bases sobre las que se asienta su gobierno, pero la profunda modificación del marco legal, la forma en que se ha apropiado de la agenda nacional y la división a la que ha llevado a sus adversarios, incluyendo la polarización social, sí lo son. El desafío es saber hasta qué punto se puede estirar esa liga sin que se rompa.

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