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El desafío geopolítico de la caravana

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Es difícil separar las condiciones humanitarias y hasta políticamente correctas en el tema de la caravana migrante de las de seguridad, geopolíticas y diplomáticas. No estamos ante movimientos como el del exilio español, en la década de los 30, ni en la del exilio sudamericano, en los 70, o el de los refugiados guatemaltecos que huían de la guerra civil y se asentaron en campamentos en la frontera con Chiapas.

La caravana migrante es otra cosa, un movimiento en el que se unen el hambre, la desesperación, la inseguridad y la violencia, pero también juegos políticos en los que intervienen Estados Unidos, México, los países centroamericanos y actores que van desde grupos políticos y humanitarios ligados a los migrantes hasta el crimen organizado.

Navegar entre todo ello y encontrar respuestas que no caigan ni en la provocación ni en la ingenuidad, es, sin duda, complejo, sobre todo, en una coyuntura donde estamos a escasos 40 días del cambio de administración en México y a tres semanas de las elecciones intermedias en Estados Unidos.

México, más allá de los grises que siempre existen en estos temas, ha sido un país que ha tenido puertas relativamente abiertas a la migración, sobre todo, como decíamos, a la que provenía de refugiados políticos de muchas partes del mundo.

Ahora estamos, como en otros países, ante oleadas migratorias que responden a otras razones y que desafían esas políticas de puertas abiertas porque también estamos ante una ola antiliberal y nacionalista que impulsa los sentimientos antiinmigrantes.

Los esfuerzos de México y la presión de Trump no giran tanto en evitar la entrada de migrantes, sino en que no lleguen a la frontera con Estados Unidos. Ello, quizá, sea cuestionable, pero es una exigencia de real politik para este
gobierno y para el que comenzará el primero de diciembre. La idea parece ser contener, por una parte, la oleada de migrantes en Chiapas, establecer campamentos de refugiados y, a partir de allí, regularizarlos con visas o permisos de trabajo, haciendo un seguimiento individual.

 Eso es lo que se entiende de lo que está queriendo hacer el gobierno mexicano y de lo que propone López Obrador. Hace unas pocas semanas, decíamos aquí que López Obrador tenía razón en no pelearse con Trump por el muro, siempre esgrimido por el mandatario estadunidense.

“En realidad, decíamos, lo que está planteando López Obrador sobre la migración y la frontera es lo que han querido hacer, sin éxito, en los dos últimos sexenios y, sobre todo, en los dos últimos años, con Trump los gobiernos mexicanos: mover la estrategia de control de la frontera norte a la sur, frenar el flujo de migrantes, sobre todo centroamericanos, antes de que comiencen su travesía por México y lleguen a la frontera.

Ese camino que siguen miles de hombres, mujeres y en muchas ocasiones niños sin acompañante es peligroso, dispara la inseguridad y la violencia y termina siendo el corazón del conflicto migratorio con Estados Unidos”.

​Para implementar esa política, el próximo canciller, Marcelo Ebrard, está trabajando una estrategia con las naciones centroamericanas para atender el flujo migratorio proveniente de esos países y tratar de regularizarlo, pero para eso se requiere, simultáneamente, un programa de desarrollo y estabilización en toda esa región azotada por la pobreza, la violencia, el narcotráfico y también los malos gobiernos. México poco puede hacer respecto a estos últimos, pero sí puede ayudar en los demás capítulos, aunque el papel central tendrá que provenir de un real financiamiento y apoyo político estadunidense.

Y para poder comenzar a influir en esa región del mundo se debe empezar por casa. Es la base de la estrategia regional que se quiere implementar en Chiapas y en Oaxaca, a partir de Zonas Económicas Especiales y de la construcción del Corredor Transístmico entre Salina Cruz y Coatzacoalcos, que se constituiría, además, en una suerte de frontera física en el sur del país. Ese punto es central: más allá de cualquier consideración humanitaria, México necesita contar con fronteras seguras. Nuestra frontera sur no es porosa, es casi inexistente, como lo hemos podido comprobar en estos días. Es verdad que la mayoría de quienes han cruzado con la caravana son familias desesperadas que deben ser atendidas, pero tampoco podemos ignorar que existe presencia y presiones de grupos que van desde los traficantes de migrantes que operan, sobre todo, desde San Pedro Sula, en Honduras, hasta los de la Mara 13, salvadoreña, todos ellos con socios criminales en México.

El Corredor Transístmico se convierte así no sólo en una notable vía de comunicación del Pacífico con el Golfo, sino también en una frontera física que permita regular el flujo de personas. Evidentemente, el secreto de todo ello pasa por generar un verdadero desarrollo en el sur del país. Se necesitan planes muy concretos, recursos, infraestructura (en forma prioritaria la llegada de los gasoductos, porque sin gas no se puede instalar en la zona ninguna gran empresa, lo que se dificultará si no se explotan vía fracking los yacimientos en Tamaulipas) y también gobiernos locales eficientes junto con una administración federal realmente enfocada en esa estrategia.

 

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