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Defensa y Ejército: un cambio profundo

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

La reconfiguración de la Secretaría de la Defensa Nacional no es un cambio cosmético ni tampoco sólo administrativo, es una de esas modificaciones de fondo de una institución que desde hace décadas no sufría alteraciones en su estructura, pese a que, en esos mismos años, han aumentado dramáticamente sus responsabilidades, su proyección, sus tareas.

Los cambios en la Secretaría de la Defensa implican, básicamente, adecuar la estructura de mando a sus responsabilidades y a la de otras fuerzas armadas, con las que las mexicanas tienen relación, en especial las de Estados Unidos. Hasta ahora, el Presidente de la República era, es, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, pero en la figura del general secretario concurrían las responsabilidades de secretario de una institución con tareas y estructura tan amplia como la Sedena, pero también la del control conjunto del Ejército y la Fuerza Aérea y la propia comandancia del Ejército.

Para la mayoría de la gente, incluso para buena parte de nuestros legisladores y funcionarios, no existe diferencia entre esas tareas, pero son responsabilidades muy diferentes. Con la nueva configuración tenemos a un secretario de la Defensa que comandará, debajo de él, a un Estado Mayor que, en los hechos, se convierte en un Estado Mayor Conjunto, con tres áreas de mando, tres comandancias, cada una con su respectivo estado mayor: la nueva Comandancia del Ejército (que quedó bajo el mando del general Eufemio Ibarra Flores, un oficial con 46 años de servicio (quien era, hasta julio pasado, jefe de la región militar de Llano Largo en Guerrero), la de la Fuerza Aérea y, ya en los hechos y, si se aprueba la propuesta legislativa, que aparentemente irá en paquete con todas estas otras reformas, la de la Guardia Nacional.

En otros países, como Estados Unidos, la Marina es también una rama que se encuentra bajo el paraguas de mando de la Defensa y es parte del Estado Mayor Conjunto. En este caso no ha sido así porque, me imagino, existe una identidad muy diferenciada entre esas armas y tanto política como administrativamente sería, por lo menos hoy, conflictivo hacerlo. Lo mismo sucede con contar, como muchos otros países, con un secretario o secretaria de la Defensa de origen civil. Podría suceder en el futuro, pero para eso es imprescindible tener una diferenciación entre el secretario de la Defensa y la Comandancia del Ejército, aunque el primero tenga bajo su mando al segundo. Tener un funcionario de origen civil en Defensa no es probable en el futuro inmediato, pero es posible contar con un comandante del Ejército que no provenga de la estructura militar es impensable, en México o en cualquier otro país de origen democrático. Ninguna de esas dos reformas se darán en el futuro próximo, ni creo que tampoco en el mediano plazo. Cuando se habla de la homologación de la estructura militar con la de otros países no estamos hablando de repercusiones operativas, de formación o de cooperación. Hay temas que a veces en la vorágine que vivimos no registramos correctamente.

El 18 de marzo pasado, en este espacio destacamos las declaraciones del jefe del Comando Norte, el general Glen D. VanHerker, en las que expresó su preocupación por el crecimiento del crimen organizado en México, cuando sostuvo que entre 30 y 35 por ciento del territorio nacional estaba bajo control de esos grupos.

Esa declaración, obviamente, se llevó todos los titulares, pero no sólo dijo eso. Ese mismo día, ante un comité del senado estadunidense, el general VanHerck calificó de “fantástica” la cooperación con las Fuerzas Armadas mexicanas. “Desde el punto de vista de nuestra relación con los militares mexicanos, ellos son tremendos socios, tenemos una relación fantástica de militar a militar”, dijo VanHerck ante el Comité. Aseguró, incluso, que el trabajo del Comando Norte con los altos mandos militares mexicanos se mantuvo de forma cercana en forma virtual durante la pandemia y también a través de los oficiales mexicanos destacados en la sede del Comando Norte, en Colorado Springs, donde suele haber encuentros regulares y trabajos de adiestramento común desde la creación del Comando Norte, en 2002, poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 para proteger, precisamente, la seguridad regional y la interior de la Unión Americana.

Esa declaración ante el comité del senado, decíamos entonces y reiteramos ahora, implica otra cosa muy importante: ni las fuerzas armadas ni el Comando Norte, compartían los términos de la investigación que la DEA realizó contra el general Salvador Cienfuegos. VanHerck, que fue designado en agosto del 2020 como jefe del Comando Norte, tiene que haber estado al tanto de lo ocurrido. La colaboración “fantástica” que dice tener el general VanHerck con los militares mexicanos no admitiría que la confianza fuera vulnerada. Esa colaboración no admite, tampoco, tiempos sexenales.

Todo esto sirve también para algo en lo que aquí hemos insistido. Los mandos militares de Estados Unidos no comparten el temor que aquí algunos expresan de que las Fuerzas Armadas mexicanas terminen siendo un símil de las venezolanas o cubanas. Si fuera así, no existiría ni esa confianza ni esa colaboración.

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