La desconexión de la clase política
El error más común de los políticos es confundir plataforma con estrategia. Abrir cuenta no es conversar. Postear no es escuchar.
Si usted es un estratega político, un candidato o simplemente alguien interesado en el futuro de nuestra democracia, tengo una noticia que podría arruinarle el café de la mañana: es muy probable que no tenga la menor idea de cómo comunicarse con los menores de 30 años. Y no, no es una exageración retórica; es una realidad respaldada por datos duros que exponen una desconexión alarmante entre la clase política tradicional y la generación que heredará el país.
Durante décadas bastaba con TV, radio y prensa: el ciudadano “debía” ir por la información. Hoy, un estudio del Pew Research Center (Naomi Forman-Katz, Michael Lipka, Katerina Eva Matsa, entre otros) confirma la ruptura: ese guion ya no alcanza para hablarle a los jóvenes adultos.
Su hallazgo central no es “desinformación”, sino arquitectura de consumo: entre 18 y 29 años la noticia rara vez se busca; se encuentra. Para los más jóvenes, el contacto con lo público ocurre de manera incidental, en el desplazamiento infinito del celular: 70% dice que su noticia política llega porque “se la topa”, no porque la esté buscando.
El dato es brutal: apenas 15% de quienes tienen entre 18 y 29 años dice seguir las noticias “todo o casi todo el tiempo”. En paralelo, las redes sociales es el lugar donde los menores de 30 se informan más que cualquier otro grupo etario: 76% obtiene noticias ahí al menos a veces, frente a 28% entre los de 65 o más. Y no sólo eso: en ese ecosistema confían casi lo mismo en lo que ven en redes que en organizaciones nacionales de noticias (50% vs. 51% dice tener “mucha” o “algo” de confianza). Este cambio de confianza —más distribuida, más horizontal— debería alarmar a cualquiera que crea que la política se gana solo con “cobertura” tradicional.
El error más común de los políticos es confundir plataforma con estrategia. Abrir cuenta no es conversar. Postear no es escuchar. El estudio describe un consumo marcado por video, creadores y “news influencers”: 38% de los menores de 30 dice informarse regularmente con ellos. Ahí está la primera desconexión: los partidos siguen pensando en comunicación como transmisión (yo hablo, tú recibes), mientras los jóvenes la viven como interacción (comento, comparto, confronto, memeo, verifico con mi red). Cuando la política llega empaquetada como sermón, el algoritmo la castiga y la audiencia la evita.
Hay otra clave que la política suele ignorar: el clima emocional. Muchos jóvenes reportan que la noticia les provoca miedo o confusión con frecuencia; no es extraño que “apaguen” para cuidar su salud mental. En campañas, sin embargo, se insiste en el repertorio del pánico: “Si no gano, viene el desastre”. Ese tono puede movilizar a electorados más tradicionales, pero a los jóvenes los satura.
¿Entonces qué significa acercarse a los jóvenes sin caer en el ridículo del baile forzado o el eslogan juvenil? Primero, reconocer que el punto de entrada no es el discurso, sino el formato. Segundo, asumir que la credibilidad hoy se construye en redes de confianza. Tercero, cambiar el “te explico” por el “te pregunto”: consultas reales, agendas codiseñadas, rendición de cuentas en vivo y seguimiento público a compromisos.
También hay una lección sobre autoridad. Se documenta que los jóvenes definen “periodista” de forma más amplia (y aquí solo describo, no valido): podcasters, newsletter writers y creadores pueden entrar en esa categoría. Traducido a política: la intermediación ya no es monopolio de los noticiarios nocturnos. Si un candidato quiere hablar de seguridad, economía o clima, necesitará aprender a sostener conversaciones en entornos donde habrá réplicas inmediatas y fact-checking.
En México, la brecha es generacional: los jóvenes piden utilidad, coherencia y respeto. Menos propaganda; más hechos auditables.
No hay nada nuevo en el discurso y el poder se agota.
