La gentrificación y el derecho a vivir con dignidad en la CDMX
En los últimos años, la Ciudad de México ha sido escenario de una transformación urbana acelerada fuertemente impactada por la gentrificación. Lo que a simple vista podría parecer una mejora urbana a partir de calles más limpias, fachadas renovadas, nuevos comercios, ...
En los últimos años, la Ciudad de México ha sido escenario de una transformación urbana acelerada fuertemente impactada por la gentrificación. Lo que a simple vista podría parecer una mejora urbana a partir de calles más limpias, fachadas renovadas, nuevos comercios, ciclovías, cafés de especialidad y una amplia diversidad de culturas que convergen en el mismo entorno, en realidad esconde un fenómeno mucho más complejo y doloroso: el desplazamiento progresivo de los habitantes tradicionales de distintos barrios. Colonias como Roma, Condesa, Juárez, Escandón, Santa María la Ribera o la Portales están viendo cómo sus vecinos de toda la vida deben abandonar los espacios que han habitado por generaciones simplemente porque ya no pueden pagar el precio de seguir ahí.
El incremento abrupto en los precios de las rentas y venta de vivienda ha hecho que vivir en estas zonas se vuelva insostenible para gran parte de la población local. De acuerdo con algunas investigaciones, las rentas en colonias como Roma-Condesa han subido hasta en 80% desde la pandemia. Así, familias enteras que crecieron en estos barrios se han visto empujadas a zonas periféricas o incluso fuera de la ciudad, perdiendo no sólo sus hogares, sino también sus redes comunitarias, su historia compartida y su arraigo emocional.
Y es que, donde antes había tianguis, panaderías de barrio, misceláneas y papelerías, ahora florecen establecimientos que responden a otros intereses y estilos de vida, como restaurantes de fusión, tiendas conceptuales, boutiques y nuevos desarrollos inmobiliarios. En apariencia, todo mejora, ¿pero quién se beneficia realmente de esta transformación?
Muchos defienden la gentrificación como sinónimo de desarrollo, pero ese supuesto progreso tiene un costo muy alto: desplaza a los habitantes tradicionales en favor de los intereses de los recién llegados, lo cual no parece lo más adecuado, pues no puede haber una ciudad justa si se privilegia al turismo y al capital global por encima de quienes les han dado identidad y vida a los barrios durante generaciones.
La llegada masiva de nómadas digitales tras la pandemia ha intensificado este fenómeno. Muchos de ellos, atraídos por el clima, la comida, la cultura y el bajo costo de vida (desde su perspectiva), ven en la Ciudad de México un paraíso urbano. Y cabe señalar que no se trata de culpar a estas personas por buscar una mejor calidad de vida, pues el problema no está en los individuos, sino en la falta de regulación que ha permitido que este fenómeno impacte en el mercado de vivienda, haciéndolo más excluyente.
Más allá de estar o no de acuerdo con la gentrificación, el debate debe centrarse en la necesidad de mantener una ciudad abierta, cosmopolita y hospitalaria, pero sin que la convivencia intercultural lleve a la sustitución sistemática de sus habitantes tradicionales. No se trata de cerrar la puerta al mundo, sino de abrir los ojos ante la desigualdad que este proceso está generando y establecer políticas públicas que protejan el derecho a habitar dignamente.
Es urgente estructurar mecanismos para regular el mercado de vivienda, con énfasis en los sistemas de renta temporal, control en el alza de los alquileres en zonas de alta presión inmobiliaria y asegurar que la vivienda siga accesible para quienes han habitado los barrios, las colonias y los pueblos por décadas. Porque una ciudad que expulsa a su gente no se transforma para mejorar.
La realidad exige tomar acción y enfrentar este fenómeno con estrategias claras que garanticen el derecho de los capitalinos a vivir con dignidad en una ciudad que funcione como hogar, no como un escaparate. La Ciudad de México también debe priorizar a quienes la habitan, no sólo a quienes la visitan o invierten en ella.
