¿Y si todos son iguales?

Cada vez son más las voces que consideran que ni tener elecciones confiables, ni la alternancia ni los gobiernos divididos ni el multipartidismo han logrado cambiar mucho el estado de las cosas. Las promesas de la transición democrática fueron una utopía, pero su ...

Cada vez son más las voces que consideran que ni tener elecciones confiables, ni la alternancia ni los gobiernos divididos ni el multipartidismo han logrado cambiar mucho el estado de las cosas. Las promesas de la transición democrática fueron una utopía, pero su desempeño ha sido decepcionante y produce entre muchos una gran indignación. En consecuencia, es probable que la mayoría de los ciudadanos se abstengan, de votar en las próximas elecciones federales.

Para algunos, la promesa, incumplida de la democracia era que, con elecciones confiables llegarían los buenos políticos y el buen gobierno. Varios años después, todo pareciera indicar que “todos (los políticos o partidos) son iguales”: entre ineptos, corruptos o corruptibles. Permítanme asumir como verdadera la falsa premisa de que “todos son iguales”. ¿Qué tipo de gobierno podríamos esperar en un mundo en el que todos los políticos fueran iguales? No es una pregunta original ni nueva. James Madison escribió que si todos fuéramos ángeles, no haría falta gobierno. Y que si todos los gobernantes fueran ángeles, no harían falta mecanismos para controlarlos o echarlos fuera del cargo.

Otros pensadores clásicos afirmaron que al diseñar cualquier sistema de gobierno y establecer pesos y contrapesos, valía la pena suponer que todos los gobernantes serían unos truhanes o sinvergüenzas motivados principalmente por sus intereses privados. ¿Para qué sirven los pesos y contrapesos de un régimen de separación de Poderes? No es para dar lugar a que los muy honorables legisladores negocien amigablemente con un Presidente benevolente. Al contrario, la idea es, justamente, utilizar la ambición de unos para controlar o paliar la ambición de otros. Si suficientes legisladores ambicionan la reelección, o la silla presidencial misma, tendrán fuertes incentivos para vigilar el desempeño del Ejecutivo y crear leyes que faciliten esta tarea. Y si el Presidente quiere que su partido aumente su fuerza en el Congreso, tendrá incentivos para producir buenos resultados. ¿Podemos impedir que políticos ambiciosos lleguen al poder? No. Lo más que podemos hacer como votantes es tener cuidado de elegir al que parezca más competente o confiable entre quienes consigan un lugar en la boleta electoral. ¿Para qué sirve la competencia electoral entre truhanes? Para que el más competente o confiable de ellos pueda dejar fuera a los más corruptos o incompetentes. Y de ahí la importancia de los debates y las campañas negativas, por ejemplo. ¿Para qué sirve la alternancia entre truhanes? Para que los nuevos revisen el desempeño de sus predecesores, los traigan a cuentas de ser necesario, y/o se esfuercen más que ellos so pena de perder la próxima elección. En el peor de los casos, la alternancia permite la rotación de cuadros entre distintos clubes de corruptos, algunos podrán ser vigilados por la oposición. ¿Para qué sirve la fragmentación de un Congreso? Para que el Ejecutivo no cuente con una mayoría de legisladores de su mismo partido que le solapen posibles corruptelas o le aprueben sin chistar su agenda. Por otro lado, para que los representantes de diferentes partidos se vean obligados a negociar y, en una de esas, logren mejores leyes o políticas públicas. ¿Para qué sirve el multipartidismo? Para garantizar que ningún partido logre mantenerse en el poder por demasiados años y para impedir que una mayoría simple atropelle los intereses de las minorías. Para atar las manos de los malos gobernantes, necesitamos más votos de castigo, elecciones más competitivas, más alternancia y más fragmentación en los congresos, no menos.

                Twitter: @javieraparicio

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