Dibujos en la pared

“Si las paredes hablaran” y en realidad sí hablan, pero sólo a quienes escuchan, a quienes realmente prestan atención a los detalles.

Por Paulina Majul Rubio

Después de caminar entre las calles leyendo los letreros y contando los números, llegamos a esa casa, la casa 14. Nos encontramos frente a una reja polvorienta, con telarañas y un candado que limitaba nuestro paso a lo que se veía al fondo, una casa grande de color rosa claro y un jardín con pasto largo por no haber sido podado en mucho tiempo.

Mirando la casa pensé en cómo fue vivir ahí, llegar después de un día en la playa o después del colegio a comer, además de todas las historias que se cuentan al ver la fachada del lugar, aquellas que ocurrían mientras las rejas seguían limpias, cuando el candado no limitaba la entrada, el pasto recién cortado y la pintura rosa casi fresca; finalmente me imaginé ser esa niña que hoy puede ver los recuerdos dibujados en las paredes.

Desde pequeña me cuesta mucho desprenderme de las cosas y despedirme de lugares, me ha costado mucho dejar ir; todo a mi alrededor carga con recuerdos y sentimientos, por eso siento que estos lugares o cosas, de cierto modo, mantienen vivas ambas cosas. Poco a poco he tenido que aprender a soltar y dejar todo en donde pertenece y aceptar que ya fue. De este modo me doy cuenta de que todo aquello que quiero mantener vivo, en mis recuerdos siempre lo estará; es fácil decir: “sólo es una casa” o “sólo es un juguete”, pero ¿cómo es que uno puede desmontar esta nostalgia de lo que un día fue?

Es verdad, una vez más vuelvo a escribir sobre sensaciones del pasado, pero por esto mismo pregunto, ¿qué más hay tan sentimental, nostálgico y profundo como el pasado?

La manera de despedirme de aquello sin dejar ir lo que sentí es al escribir, y esta vez no lo hago precisamente por mí, sino por ella que hoy ya no es una niña, pero recopila todos los recuerdos de la casa que le dio tantos colores para dibujar en las paredes y que ahora puede enmarcar en sus memorias.

Todos tenemos historias que contar, pero aun dando todos los detalles de ello, nadie tendrá el sentimiento tan vivo como uno mismo y es por esta razón por la que al ver esta casa, me llené de curiosidad queriendo entrar e imaginar haber sido esa niña que hoy me describe los dibujos de su vida, creando sensaciones frescas en la mía.

“Si las paredes hablaran” y en realidad sí hablan, pero sólo a quienes escuchan, a quienes realmente prestan atención a los detalles; los lugares no sólo dan espacio a los recuerdos, sino que también se vuelven parte del recuerdo. Una casa es un templo para quienes la habitan y un misterio para quienes no, si uno tiene suficiente suerte, las paredes se convertirán en almacenes infinitos para poco a poco llenarse de colores e historias que contar. Al ver esa casa, ella quiso ser esa niña otra vez, así como yo imaginé serlo. Dicho esto, me repito a mí misma que eso es lo que nos queda al pasar el tiempo, imaginar y recordar; para ello no necesitamos algo físico, sólo se requiere conectar con esa persona que algún día fuimos para volver a serlo y así mantener vivo el recuerdo.

Dejar ir duele, pero como dije antes, lo que no queremos olvidar no se olvida y aferrarnos a las cosas no hará que vuelvan; ella aún es la niña que se paseaba por las calles europeas, pero ya no vive en el mismo lugar, ni con las mismas personas, o en la misma época; las paredes de la casa vuelven a traducir los dibujos aún sin estar ella ahí. Las paredes van con ella, así como aquellas personas que ya no están físicamente, igual que todo aquello a lo que le tuvo que decir adiós.

Las paredes que vi tras las rejas me recordaron lo importante que es cuidar esas historias que marcan nuestros caminos, manteniendo vivos aquellos recuerdos de lo que algún día sentimos y llevamos dentro sin despintar esos colores que dibujamos en la pared.

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