Ayer no sabía de hoy
Hay tiempos para todo y, definitivamente, creo que es un error enfocar a los niños en el resultado a la larga, más que en el proceso.
Por Paulina Majul Rubio
Cada primer día de clases, desde que lo recuerdo, me sentaba frente a un papel, con un lápiz en la mano y una pregunta que contestar: ¿Cómo te ves en 10 años?
Cada año llenaba la respuesta con imaginación de lo que yo creía que me gustaría hacer, cuando realmente no sabía ni quién era yo. Nos enseñaban a correr antes de caminar; desde ese momento, el presente dejó de ser presente y empezamos a vivir en el futuro.
A lo largo de la vida uno descubre quién es y qué es lo que quiere hacer, pero esto se desarrolla más que nada en la niñez y en la adolescencia; no obstante, cada agosto buscábamos un millón de respuestas a una pregunta sin fundamentos.
Nos enseñan a plantearnos el futuro a tan temprana edad que ni siquiera tomamos en cuenta los distintos cambios que se presentan en la vida, las personas que conoceremos, los intereses que adquiriremos y la personalidad que iremos definiendo, etcétera.
En esta imagen del futuro situamos a nuestro “yo” actual en una vida adulta y lejana, por consecuente, nos transportamos a algo inmediato e irreal. Al ser tan desconocido y distante, nos invade la ansiedad al intentar dar brincos gigantes en los cuales probablemente fallaremos o no estaremos listos, ya que nos faltó construir un puente.
No quiere decir que imaginarnos el futuro esté mal, pero lo que en realidad es necesario es enseñar, desde la infancia, a que los niños vivan en el presente, a conocer el hoy y el ahora; de este modo, en un momento adecuado y más maduro, podrán plantearse hacia dónde quieren dirigir su vida y poco a poco determinar metas que formen sus caminos individuales y no influenciados por lo que creen correcto, según lo que ven en el exterior, en lugar de en el interior.
Es verdad que hay tiempos para todo y, definitivamente, creo que es un error enfocar a los niños en el resultado a la larga, más que en el proceso. La niñez no es momento para saber dónde estudiar la carrera, donde vivir e incluso, el trabajo “ideal”.
Conforme un niño madura y entra a la adolescencia, ya existe lugar para este tipo de preguntas, pero sin dejar de lado que siguen en el proceso de aprendizaje o el hecho de que no hay que saber con precisión; además, tener en cuenta que también es necesario equivocarse mientras que sea lo que uno mismo decidió.
Un niño se guía y aprende por lo que ve y escucha, por lo general de personas adultas; si un niño tiene como ejemplo a maestros o papás, quienes lo alientan a conocer el mundo, le inculcan que está bien no saber las cosas con exactitud y que poco a poco hay que descubrirlas con las herramientas que ellos los guiarán a encontrar; uno crece con mayor seguridad y con una probabilidad elevada de entender qué es lo que realmente quiere hacer en la vida. Sin embargo, si un niño tiene como ejemplo a maestros o papás que le llenan la cabeza de temores, incertidumbre y prisa por brincar hacia el futuro, incrementa la probabilidad de que crezca inseguro de todo y tomando decisiones basadas en el miedo y en cumplimiento de un estándar.
Puedo asegurar que la mayoría, si no es que todos, borraríamos lo que escribimos en esos papeles y contestaríamos con algo diferente; incluso, es probable que, si hoy volvemos a contestar esa pregunta y en 10 años la leemos, vamos a borrarla y volverla a responder.
El futuro se construye día a día con base en hábitos, decisiones, tanto fáciles como difíciles, y momentos en los que simplemente hay que existir y conectar con uno mismo; todo es un proceso. No es necesario saltarse 10 años para saber qué queremos y formar un buen camino. Deberíamos empezar por: ¿Qué quiero hoy y qué voy a hacer al respecto? ¿Qué quiero lograr este mes? Y preguntas que nos guíen hacia un camino de metas a corto plazo que, poco a poco generan un camino estable y duradero en el largo plazo.
Instagram: @paulinamajulr
