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López Obrador, promesas y resistecias

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 

No es fácil dirigir este país; no lo ha sido nunca y definitivamente tampoco lo es para la actual administración. La ambiciosa agenda social que ofreció el presidente Andrés Manuel López Obrador -al tomar posesión del cargo hace exactamente un año- ha logrado todavía generar los consensos de gobernabilidad que su proyecto requiere.

Las encuestas revelan un promedio de 60% de apoyo social al presidente pero, por momentos, queda la impresión de no encuentra cómo convencer a sus opositores, empeñados en acusarlo de no reconocer esa otra realidad, la del México que le rechaza porque no le agrada su forma de hacer política ni mucho menos su decisión de enfrentar y terminar con el modelo de desarrollo por el cual se impulsó la inserción del país a la globalidad.

El presidente enfrenta una oposición, dicha sea de paso, a la que tampoco le seducen sus ofertas de pacificación y de mayor seguridad frente al imparable crimen organizado; una oposición que no se conmueve con el combate a la corrupción ni mucho menos con la pretensión de activar el desarrollo en el sureste del país, la región más atrasada y miserable de la república.

¿Por qué no ha sensibilizado a la oposición la propuesta presidencial de cambio? ¿Qué cosas remueve en ella? López Obrador está decidido a pasar a la historia desmontando los engranes ortodoxos que a partir de los años ochenta impulsaron el ajuste del aparato de Estado, modificaron el marco legislativo y renovaron la clase política, así como el perfil de los servidores públicos para insertar el país por derroteros que lo vincularían al comercio exterior acentuando la concentración de riquezas.

Es muy posible que las dificultades de comunicar por parte de la llamada Cuarta Transformación generen resistencias, pero también es cierto que han salido a flote expresiones de un México racista, xenófobo y clasista decidido a detener la transformación anunciada y para eso no estaba preparado el tabasqueño.

En el contexto de sus más de 30 años como opositor, el actual presidente asumió su cargo con la determinación de darle un giro ideológico hacia los temas no atendidos por el desarrollo neoliberal. A muchos se les olvida el papel que jugó cuando abandonó el Partido Revolucionario Institucional a través de la Corriente Democrática que en 1987 impulsó al ex gobernador Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a la presidente de la república, en un proceso electoral polarizado que estuvo a punto de darle el triunfo. En ese mismo proceso Andrés Manuel compitió por parte del bloque opositor por la gubernatura de Tabasco.

Tener presente que la trayectoria también ha sido ideológica en la carrera de López Obrador permite entender, consecuentemente, sus compromisos políticos.

No por otra cosa dijo el año pasado que “el Estado se ocupará de disminuir las desigualdades sociales” y que “no se seguirá desplazando a la justicia social de la agenda del gobierno”.

Nadie podría estar en desacuerdo con este propósito. De hecho, durante el primer año de su gobierno se han realizado varias reformas al marco jurídico y se han reajustado programas sociales. Recuérdese la promesa de campaña donde arengaba que “por el bien de todos, primero los pobres”. El caso es que los cambios estructurales no pueden ser sexenales.

Es por en este sentido que el proyecto presidencial constituye una apuesta a largo plazo, en la que deberá sortear al menos cuatro retos. En primer lugar la imparable violencia del crimen organizado. López Obrador ha dicho que concluyó la guerra con los cárteles, pero éstos no han dejado de pelear entre ellos por el control territorial de sus áreas de influencia, así como por sus actividades delictivas, en permanente incremento y diversificación. El recuento de muertes sigue una espiral creciente tanto como la impunidad con la cual se conducen, lo cual ha sido aprovechado por la oposición.

En segundo lugar pueden citarse los indicadores relacionados con el manejo de la economía durante este primer año, que le generó duras críticas por parte de las agendas calificadoras, aunque otros sectores han reconocido la salud financiera del erario. La reducción del gasto pero también la confrontación con algunos integrantes del sector privado han sido elementos que contribuyeron a generar un escenario de incertidumbre, el cual ahora se trata de remontar con el pacto de inversiones emergentes por parte de dicho sector.

Un tercero elemento que no ha podido enfrentar el gobierno de López Obrador es la crítica, tanto periodística como en redes sociales. Existe una disputa permanente entre sus seguidores y quienes lo rechazan por influir en el ánimo de millones de espectadores de ese juego digital en el que la verdad y la política están expuestas las 24 horas los 365 días del año. Ejércitos de bots luchan en ambos bandos, con triunfos a favor de uno y otro, como parte de una dinámica que resulta interminable pero también insufrible. Todos los días en esta frecuencia sublimada de la opinión pública el mandatario hace malabares por posicionarse y sostenerse, partiendo de su convicción respecto a la libertad de expresión.

El cuarto escollo que el Ejecutivo debe salvar es de carácter interno y tiene que ver con los asuntos internos de su partido, el Movimiento de Renovación Nacional. Ideológicamente no hay partido, ya que los principios que un sector de Morena enarbola son rechazados por otro sector. Y sin dirección de principios no puede haber mucho menos comprensión del proyecto de cambio que López Obrador está impulsando. Habrá que esperar a la renovación de dirigencia y al reposicionamiento partidista frente a la Cuarta Transformación. Después de todo esa es la plataforma ideológica que habrá de impulsar al relevo presidencial.

 

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