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T-MEC y vigilancia laboral

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

Se firmó el Tratado México-Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y todo fue congratularse por ese documento, al que se celebra por considerarlo una especie de panacea para nuestros males económicos, aunque lo cierto es que el anterior Tratado de Libre Comercio no representó un mejoramiento para el grueso de la población.

Los más contentos con el T-MEC son, sobre todo, accionistas y ejecutivos de las empresas exportadoras, muchas de ellas de matriz extranjera, como las automovilísticas, que han aprovechado la mano de obra barata de los mexicanos para bajar sus costos de producción, pues, para atraer la inversión foránea, el neoliberalismo optó por la caída en picada de los salarios reales, a los que las políticas priistas y panistas hicieron perder hasta 75% de su poder adquisitivo.

Por supuesto, de no haberse firmado el T-MEC, muchas empresas hubieran tenido que cerrar y mandar al desempleo a miles de trabajadores, pero lo anterior no significa que estemos entrando en una era de felicidad, como lo cantan algunos propagandistas del acuerdo.

Los muchos meses de negociaciones causaron desconcierto, en algunos momentos crearon falsas esperanzas y los arbitrarios desplantes del energúmeno del gran copete agregaron al proceso una incertidumbre que llevó a realizar no pocas concesiones.

Como es obvio, para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador era vital la firma del documento, pues, de otra manera, se le hubiera culpado de los inevitables problemas que desataría la cancelación del tratado y sus relaciones con el empresariado, de por sí complicadas, se hubieran precipitado en un proceso de acusaciones mutuas y consecuencias imprevisibles.

AMLO necesitaba un fuerte equipo negociador. De ahí que encomendara el asunto no a la secretaria de Economía o al titular de Hacienda, pues ambos carecen de experiencia en estas lides. El dedazo recayó en el vicepresidente Marcelo Ebrard, que tampoco entiende mucho del asunto, pero al que cobija el equipo de Relaciones Exteriores y la experiencia adquirida en estos meses.

Después de la firma, surgieron versiones no confirmadas de que había un apartado secreto o semisecreto —la tan manoseada “letra chiquita”— que resultaba comprometedor para México, lo que, por supuesto, negaron los negociadores nacionales, pero diversas declaraciones dejaron serias dudas sobre lo firmado.

Los empresarios que habían fungido como supuestos asesores no conocieron el protocolo modificatorio antes de la firma y la subsecretaria Luz María de la Mora Sánchez fue tajante: “En la Secretaría de Economía —dijo— aún no hemos recibido el texto definitivo”. Finalmente, pudieron conocer lo pactado gracias a que la parte estadunidense lo difundió el día 11 del presente mes.

Un punto que suscitó controversia fue el anuncio de un comité de la Cámara de Representantes, según el cual se crearía la figura de agregados laborales en la embajada de Estados Unidos en México, no en Canadá, los que tendrían la función de vigilar las prácticas laborales y reportarlas a Washington.

Jesús Seade, subsecretario para América del Norte de la SRE, al comparecer ante el Senado, primero negó que se fuera a acreditar un agregado laboral y hasta acusó a la prensa de difundir una versión malintencionada. Sin embargo, al avanzar la comparecencia declaró en su extraña sintaxis que “la embajada de Estados Unidos tiene un anuncio de contratar a un agregado”, el que serviría “para monitorear qué está pasando en México por la Reforma Laboral”, pero que la cancillería mexicana tendría que aprobar la creación de ese puesto en la embajada de Estados Unidos en México.

Otras autoridades mexicanas salieron a decir que no se había acordado crear la figura de los agregados laborales, sino que la vigilancia la ejercerían “paneles”, los que, para la secretaria del Trabajo y Previsión Social, Luisa María Alcalde Luján, operarían en ambos sentidos, pues México también podrá presentar denuncias, lo que no estaría mal, habida cuenta de los múltiples abusos que padecen nuestros connacionales en el país del norte, pero es de temerse que el optimismo de la señorita Alcalde no tome en cuenta la asimetría entre ambas naciones y la arbitrariedad con que suele manejarse el imperio. Los hechos tendrán la última palabra.

 

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