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El aborto no es obligatorio

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, con sus fallos sobre el aborto y el inicio de la vida, acaba de dar una contundente demostración de independencia respecto de los poderes religiosos y de los políticos. La oposición de algunas iglesias era esperable, lo mismo que de membretes que tienen detrás a los poderes fácticos, pero lo más interesante es que la Corte se mostró capaz de tomar decisiones que no le aplaudirán en Palacio ni en San Lázaro.

Hasta ahora, no se conoce declaración del Ejecutivo federal en favor de un tema tan controvertido como el citado ni otros que afectan a las mujeres. Incluso, la declaración de López Obrador, una vez que la SCJN falló en contra de las legislaciones antiaborto, fue sencillamente que acataría lo decidido por el Poder Judicial, y nada más.

De este modo, es inconstitucional, en todo el país, la penalización del aborto voluntario si éste se produce en los tres primeros meses de gestación. Ahora lo que procede es que las entidades federativas supriman las disposiciones legales que consideran delito la interrupción del embarazo.

La Corte falló igualmente contra el absurdo de considerar como el inicio de la vida el momento de la concepción, lo que en 2018 decidió el Congreso de Sinaloa, que no está facultado —dijeron los ministros— para definir cuándo empieza la vida. De ahí que se considere inconstitucional reconocer como persona al embrión o al feto.

 

Los argumentos manejados por la Suprema Corte fueron y son ignorados por la Iglesia católica. El órgano de la arquidiócesis capitalina, Desde la Fe, que desde su fanatismo suele ver el mundo al revés, acusó a los señores ministros de propiciar el machismo, dizque por dejar sola a la mujer que se embaraza, lo cual es una redonda mentira, como lo prueba la atención que se ofrece a las mujeres en donde el aborto es legal. Acusar de machismo a la Corte es morderse la lengua, pues en este caso la parte acusadora es el paradigma de la marginación femenina.

La beligerancia de la cúpula del catolicismo que actúa en México no es nueva, pues resulta proverbial su acatamiento de un poder extranjero, como lo muestra su actuación durante la Colonia, su obediencia al Vaticano, en franca oposición a las leyes mexicanas durante las guerras civiles del siglo XIX y en la rebelión cristera, así como en su reiterada toma de partido por las posiciones conservadoras en política interna.

 

Lo terrible, eso sí pecaminoso, es que se oponga a la interrupción del embarazo, pese a que donde impera la prohibición abundan las muertes por las pésimas condiciones de higiene en que se realiza, por abortos mal inducidos o peor ejecutados. Optar por la defensa de lo que ni siquiera es todavía persona, perjudica a la mujer, a la que debe respetarse su derecho a elegir. Eso sí es el más irracional machismo.

El pasado lunes, Fernanda Ávila escribió en El Sol de México que a lo largo de la historia “han existido personajes que han formado parte de la Iglesia y han tenido una opinión distinta” en torno al asunto. Cita la autora que el Concilio de Elvira, del siglo IV, estipulaba que si el aborto se practicaba a consecuencia de un adulterio, debía ser castigado, pero si “se realizaba dentro del matrimonio, era permitido”. Incluso, el mismísimo San Agustín de Hipona “consideraba que un embrión no tenía alma hasta el día 45 después de la concepción” y por tanto su eliminación merecía una pena menor. Para Santo Tomás, otro de los padres de la Iglesia, un embrión no tenía alma, “sino hasta después de varias semanas de embarazo, cuando el feto empezaba a adquirir forma humana”.

Por supuesto, el aborto no es obligatorio para ninguna mujer, pero la jerarquía católica, sus sacerdotes y adeptos pueden creer lo que mejor les parezca, pero en pleno siglo XXI hay leyes civiles, y a ellas debemos atenernos todos.

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