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AMLO, covid y la grilla

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

Están de plácemes los críticos de todo lo que hace, dice o calla el presidente López Obrador. Ante el resultado de la prueba de covid, celebran que el mandatario por fin salga positivo en algo. Más allá de ese chiste de mala leche, hay otras observaciones que cabe valorar, pues tienen relación con el contagio de AMLO y el futuro inmediato de la República.

En diversos foros se pide información precisa, actualizada y, por supuesto, veraz sobre la salud del Ejecutivo. Se arguye que los mexicanos tenemos derecho a conocer su real estado físico y hasta mental. Como telón de fondo, circulan las más peregrinas versiones, desde la oficial, que pretende minimizar su situación médica, hasta la de quienes auguran y hasta proponen el deceso.

Ante tales versiones, no sobra recordar que en muchos países la salud del jefe de Estado no es algo que pueda divulgarse. Razones de seguridad nacional obligan a limitar esa información que, más allá de su veracidad o inexactitud, puede incidir negativamente en las finanzas y otros renglones económicos, lo mismo que en la política.

De ahí que la información sobre el estado de salud de un jefe de Estado se deba manejar con sumo cuidado, pues es asunto que debe ser discreto y, en cierto momento, hasta secreto. Lo que se ofrece comúnmente son versiones tranquilizantes y generalmente optimistas. Sólo en casos extremos e irremediables se llega a aceptar que las cosas no están del todo bien y se prepara a la opinión pública para recibir la noticia fatal sin mayor sobresalto.

Como diría el propio enfermo, gracias a Dios que no estamos en esa situación límite. Por ahora, habrá que creerlo, pero aun si en unos días se reintegra el Presidente a sus actividades, desde ahora sus colaboradores más cercanos se preparan para lo peor, pues lo que estaría en juego en ese caso sería la sucesión, el poder que puede, como diría don Jesús Reyes Heroles, que algo sabía de esas cosas.

La Constitución establece que “en caso de falta absoluta del Presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o sustituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor a sesenta días, el secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo”, pero cumplidos los dos primeros años del sexenio el Congreso debe elegir un presidente sustituto.

Es de imaginarse el grillerío que se puede desatar. En ausencia del Presidente sería la secretaria de Gobernación (la Constitución dice “el Secretario”, así, con mayúscula) quien entraría a ocupar el Poder Ejecutivo, pero la disputa se centraría en dos funcionarios actuales: el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y la jefa del Gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum.

A Ebrard le arrastra el colmillo y ha ido colocando a gente en puestos clave. En lo personal, ha destacado por su hiperactivismo y omnipresencia política. Recientemente expuso con brillantez la posición de México ante el conflicto palestino-israelí. En lo que se refiere a la elección presidencial de Estados Unidos, cuando las primeras encuestas de salida dieron por ganador a Joe Biden, él seguramente sugirió salir de inmediato a felicitarlo, pero fue interrumpido abruptamente durante una conferencia mañanera. Pero lo cierto es que suele ir un paso delante de los demás.

Claudia Sheinbaum, la otra aspirante, ha tenido que lidiar con la carga mayor de la pandemia, frecuentemente contra la opinión de López-Gatell, pero de polarizarse la competencia entre ella y Ebrard, gran parte de los cuadros de Morena le darían su apoyo para cerrarle el paso a su contrincante, que ya tiene a su gente en la dirección de Morena y en la conducción de la Cámara de Diputados, con la muy probable alianza con el líder del Senado.

El ejercicio de analizar fuerzas cobra sentido en las actuales circunstancias, con AMLO contagiado, pero también puede resultar útil si, como es muy probable, Morena pierde la mayoría de diputados en las elecciones de principios de junio y al siguiente año es destituido, como pretende la oposición.

El poder inviste de facultades casi mágicas a quienes lo detentan, pero, a fin de cuentas, se trata de seres humanos, con las fortalezas y debilidades de todo ser humano. No hay que olvidarlo.

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