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China

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Hace unos días tuve el privilegio de ser invitado a una plática que dieron dos embajadores mexicanos de gran prestigio: Eugenio Anguiano y Julián Ventura. El tema que expusieron fue sobre China, su lugar en el mundo y su importancia para México.

Ambos representan lo mejor de la diplomacia mexicana: profesionalismo, sensibilidad, compromiso y una profunda convicción de servicio.

Eugenio fue designado por el presidente Luis Echeverría en 1980 como embajador ante el gobierno del célebre Mao Tse-Tung, figura controversial del siglo XX, promotor de la destructora Revolución Cultural, escritor, fundador en 1921 del Partido Comunista, hoy poderoso instrumento de control de cerca de 1,200 millones de seres humanos.

Anguiano aprendió chino, el cual habla con fluidez, su destacado desempeño hizo que fuera designado dos veces como embajador ante ese país al ganarse la confianza y respeto de la nomenclatura china. Pueden buscar en las redes sociales la imagen de nuestro joven embajador al presentar sus cartas credenciales al líder Mao.

Julián llegó a Beijing, designado por el presidente Calderón, en 2013 después de haber trabajado 21 años en el Servicio Exterior Mexicano. Fue subsecretario para América del Norte y, hasta hace poco, responsable de las relaciones con Europa, Asia y África.

En su plática demostró su sólido conocimiento de la transformación que ha tenido China desde 1978, año en que sus líderes decidieron dejar atrás la ortodoxia comunista para integrarse al circuito económico del mundo occidental. Explicó con claridad por qué ese país es el principal reto para la supremacía de Estados Unidos, desplazando a Rusia, que buscará ser su aliada.

Uno de sus principales mensajes y reflexiones fue que la dirigencia política china actúa con una visión estratégica de largo plazo. Sus decisiones se toman previendo sus efectos en un plazo no menor de 30 a 50 años. Lo hacen convencidos y conscientes de su rol histórico en el que están destinados a ser la gran potencia mundial; en unas décadas pasaron de ser un país básicamente agrícola a una nación con un enorme poder económico y militar.

Mao falleció en 1976, pero su influencia sigue presente hasta la fecha. Su cuerpo embalsamado está en un gran mausoleo en la Plaza Tiananmen y su retrato en la entrada de la famosa Ciudad Sagrada, sede de los emperadores de ese milenario país. Recomiendo la lectura del libro Maoism, a global history, escrito por Julia Lovell, historiadora estadunidense especializada en el surgimiento, evolución y vigencia del maoísmo. Cito un párrafo que resume su libro:

“Por lo pronto, China está siendo gobernada por un partido que continúa enfatizando su carácter marxista-leninista-maoísta, a la vez que proclama la necesidad de adaptarse a las fuerzas del mercado, con base en un comprensivo plan que reconoce su compleja diversidad, nunca vista”.

En 1980 tuve oportunidad de viajar a China como parte de una delegación de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, encabezada por el entonces subsecretario Jesús Silva-Herzog Flores. En la entrevista con su homólogo chino, Silva-Herzog le cuestionó la apertura de tiendas de Coca-Cola y Kentucky Fried Chicken, que habíamos visto camino a la reunión. Largas filas de personas esperaban pacientemente su turno. La respuesta fue clara: “cuando se gobierna a más de mil millones de personas, en el gobierno tomamos el tiempo necesario para evaluar las consecuencias de cada una de nuestras decisiones, después de varios años, acordamos iniciar un proceso de integración a la economía global con esos dos símbolos del Occidente; en 30 años verán a China como un activo actor participando en la inevitable globalización”.

 

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