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Serenidad y Estado de derecho

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Casi todo se ha escrito sobre los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en Iguala, Guerrero, la desaparición de 43 estudiantes que hoy se presumen muertos; triste realidad que nos resistimos a aceptar, no obstante, que las investigaciones realizadas permiten suponer que ese será el lastimoso desenlace que revelarán los exámenes forenses solicitados a una institución austriaca de indudable reputación. En ella se hicieron los exámenes de ADN que permitieron identificar los restos de Mozart extraídos de una fosa común donde estuvieron por más de dos siglos.

Este episodio ha develado los enormes pendientes que nuestro país tiene en materia de seguridad y procuración de justicia. Desnudan la debilidad de las instituciones responsables de aplicar la ley, la penetración de la delincuencia en los distintos ámbitos de gobierno y el deterioro moral, ético y humano de los criminales que participaron en la ejecución de esta historia macabra.

A ello se han sumado expresiones de violencia y radicalismo por parte de grupos no identificados que parecen brotar de manera espontánea en distintas partes del país con el aparente objetivo de provocar a la autoridad para que ésta se vea obligada a responder, contener o reprimir el vandalismo. Se puede suponer que buscan que se genere una víctima que aumente la indignación hacia el gobierno, el cual tendría dificultad para justificar el legítimo uso de la fuerza.

Todo lo anterior ha colocado al gobierno en el banquillo de los acusados y ha dado pauta para cuestionar de manera genérica al Ejército, a los policías, a los presidentes municipales, a sus esposas, a los gobernadores, a los partidos políticos, a los legisladores, en suma a todas las instituciones públicas responsables de velar por el Estado de derecho.

Se nos olvidan los miles y miles de mexicanos de las distintas fuerzas del orden que todos los días salen de sus casas a trabajar comprometidos con el cumplimiento de las tareas que les han sido asignadas; son en su inmensa mayoría jóvenes mal pagados, casi nunca reconocidos que de manera silenciosa se enfrentan a otros jóvenes —los delincuentes que provienen de las mismas clases sociales—. Tal es el caso de una joven mujer dedicada a tareas de inteligencia que tuve el privilegio de conocer. Ella con orgullo me dijo ser madre soltera de un niño de cinco años, me aclaró que había elegido esa profesión: “Por dejarle a mi hijo un México mejor al que a mí me ha tocado vivir”. También el de otro joven investigador, golpeado de manera cobarde y abusiva por una célula delictiva, que al terminar su recuperación médica solicitó se le permitiera regresar a su trabajo, con el cual “más que nunca quería cumplir”.

Se suman a estos ejemplos los elementos de la Fuerza Civil, policía estatal de Nuevo León, integrada por mujeres y hombres jóvenes que reciben una buena capacitación, visten con orgullo su uniforme y mantienen un compromiso diario de honradez y valentía;  los mueve el  incentivo de dar a sus familias una vida digna. Por último, y no por eso menos importante, basta hablar con los jóvenes soldados en Tamaulipas para valorar su sentido de nacionalismo y orgullo castrense, dispuestos a jugarse la vida. ¿Hemos pensado en ellos y  la deuda que todos les debemos?  Lo mismo se puede decir de la gran mayoría de los funcionarios y empleados de las instituciones antes mencionadas. En el servicio público de los tres Poderes laboran miles de personas que desarrollan a diario su mejor esfuerzo y que al llegar a su edad de jubilación, cuando ya no tienen cabida en el mercado laboral, reciben una pensión que no les permite vivir con la “honrada medianía” que aspiraba Juárez. Hay que sumar las miles de organizaciones de la sociedad civil que han surgido en nuestro país en los últimos años dedicadas a la defensa de los derechos humanos, los migrantes, el medio ambiente, los discapacitados, las mujeres, los homosexuales y otros grupos marginados. Con mínimos recursos trabajan para mejorar nuestro país. En estos tiempos de grandes cambios y eventos inesperados que convulsionan el orden mundial hasta ahora establecido, hemos presenciado la Primavera Árabe, la fallida esperanza del presidente Obama, las revueltas en Brasil, el resurgimiento del autoritarismo ruso con sus aspiraciones expansionistas, los bombardeos implacables a los refugiados palestinos, el fortalecido terrorismo de la jihad con el Estado Islámico, las jóvenes nigerianas secuestradas por el Boko Haram, la masacre de los kurdos. Eventos que han generado zozobra, frustración, destrucción y muerte. Nuestro país enfrenta momentos de convulsión. Debemos encontrar nuestra propia manera de transformarnos de manera pacífica y aprovechar el enorme valor y deseo de superación de la inmensa mayoría de los mexicanos, como los ejemplos de los jóvenes a los que me referí. Existe en el ambiente un ánimo generalizado por encontrar un camino para canalizar esa energía de manera solidaria y constructiva. Para ello se requiere serenidad, liderazgo y una fórmula simple: la aplicación de la ley.

                *Director Grupo Atalaya

                gustavomohar@gmail.com

                Twitter: @GustavoMohar

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