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Tamaulipas, el horror

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

En los pasados días nos hemos enterado del enorme deterioro que Tamaulipas ha sufrido no ahora, sino desde hace muchos años. Hemos recibido un alud de noticias sobre: enfrentamientos violentos, cuerpos mutilados, secuestros y extorsión generalizada en contra de todo tipo de negocios y ciudadanos, sin importar su condición económica. Tampico, ciudad de donde han surgido grandes empresarios y políticos, cuna del desarrollo petrolero del país y sede de una deliciosa tradición culinaria; es hoy una triste sombra de lo que fue.  Innumerables negocios cerrados, desempleo galopante, fuga de capitales y el exilio forzado de sus mejores hombres y mujeres. Familias enteras separadas, desarraigadas en otras ciudades o en el extranjero, lo cual me consta por las experiencias de amigos entrañables. Se fueron después de haber buscado alguna respuesta a su desesperación ni sus alcaldes, gobernadores ni autoridades federales la dieron. ¿Qué más dolor que negociar la devolución de un abuelo secuestrado, sufrir las amenazas de sus captores, la zozobra del paso de los día y recibirlo con su mano diezmada con dos dedos  mutilados? Insisto, todo esto no es nuevo, Tamaulipas ocupa el primer lugar en fugas violentas de su lastimoso “sistema penitenciario”.  La lista es larga y abarca casi cada centro penitenciario del estado. Hay casos como el que tuvo lugar el 17 de diciembre de 2010 cuando se fugaron de la cárcel en Nuevo Laredo… 141 convictos. O el asalto en Reynosa donde un comando armado sobornó a los guardias, se introdujo en las instalaciones, desarmó a todos los custodios y empleados, liberó a más de 30 de sus colegas y se retiró  sin apuro alguno.  ¿Qué más se necesitaba para entender el profundo deterioro sistémico de las instituciones estatales responsables de procurar justicia a sus ciudadanos? En este espacio he narrado en  diversas entregas la enorme tragedia que viven los emigrantes mexicanos y los extranjeros que cruzan por nuestro territorio. Los riesgos que siempre han enfrentado, se han visto agravado en los últimos años por la delincuencia organizada o bandas locales que han encontrado en ellos un lucrativo negocio. Los polleros dejaron de ser facilitadores para convertirse en traidores, abusan de la esperanza que les depositan y los entregan a criminales que los secuestran, agreden, violan, hasta que pagan el rescate enviado por sus ya de por sí pobres parientes, o los amigos que los esperaban del otro lado de la frontera. ¿No es una terrible ironía que al huir de la pobreza y la violencia que viven en sus pueblos, la encuentren de nuevo en su lucha por no resignarse y buscar un  futuro mejor? No hay mejor ejemplo para describir lo anterior que la masacre que sucedió en el municipio de San Fernando en Tamaulipas en agosto de  2010. 72 personas murieron acribilladas, ejecutadas por un grupo de sicarios enviado por sus jefes al sospechar que en el camión en el que viajaban rumbo a la frontera, en realidad se trataba de reclutas del bando enemigo. No les importó saber si eran extranjeros, en su gran mayoría centroamericanos humildes —campesinos y trabajadores de la construcción—. Hombres, mujeres y niños pagaron con su vida por transitar en esa región tamaulipeca que sigue siendo en extremo peligrosa por la presencia y control que todavía hoy ejerce en ella, uno de los cárteles más temidos y violentos que sufre el país.  ¿Puede haber escena más dantesca que esa? Un poco tiempo después, en el mismo lugar donde sucedió la masacre arriba descrita, se encontraron varias fosas clandestinas con un total de 193 cuerpos que se presume eran de migrantes; sólo se supone porque no fue posible identificarlos, ya que los asesinos les quitaron todo lo que llevaban, incluso alguna credencial, licencia o algo que permitiera saber quiénes eran. Tamaulipas es el estado donde termina el recorrido del tren llamado La Bestia. Las personas que logran llegar al final de su trayecto, inician la búsqueda de quién los pueda ayudar a cruzar la frontera, es el punto donde más secuestros de migrantes ocurren,  esto explica por qué con regularidad nos enteramos de que el Ejército rescata decenas de personas en casas de seguridad, que son extorsionados para poder seguir su camino. Para sumar a lo insólito, el gobierno de Estados Unidos  (sin importarle las consecuencias de sus decisiones injustas y demagógicas), ha deportado en las ciudades fronterizas de Tamaulipas en los que va de este año, a más de 20 mil mexicanos desarraigados. Éstos se encuentran sin dinero, con ello son candidatos naturales para que los delincuentes vean en ellos un botín o militancia forzada.  La decisión del gobierno federal de implantar el Plan de Seguridad para Tamaulipas merece toda nuestra aprobación y apoyo. Bastante sufrimiento han tenido sus habitantes; la delincuencia ha gozado de impunidad, controla carreteras, garitas y puertos marítimos estratégicos para el comercio internacional; su abuso y violencia enfermiza ha generado pánico, desasosiego y desesperanza en la población local. El reto es enorme y requerirá perseverancia, estrategia, coordinación y cohesión entre las fuerzas de seguridad civiles y militares  junto con la sociedad civil. Al recorrer hace unas semanas la carretera que lleva a ciudad Camargo, 50 kilómetros al sur de Reynosa, pude observar pueblos abandonados, casas balaceadas, sicarios y halcones que informan quién pasa por ella, me recordó  escenas magistralmente expuestas en  la película El Infierno, dirigida por Luis Estrada. Eso es hoy Tamaulipas, el horror.

                *Director de Grupo Atalaya      

                 gustavomohar@gmail.com

                Twitter:@GustavoMohar

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