Logo de Excélsior                                                        

Voluntad y esperanza

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Hace unos días el gobierno federal anunció una multimillonaria inversión en la infraestructura por donde transita el tren conocido como La Bestia, lo cual le permitirá aumentar su velocidad en 40 por ciento. La noticia decía que uno de los efectos positivos de esa medida es que con ello se ayudará a disminuir el número de migrantes que lo utilizan para cruzar nuestro territorio con el fin de llegar a la frontera con Estados Unidos.

En una columna anterior (“Sueños descarrilados” del 1º de septiembre pasado) describí los enormes riesgos y las tragedias humanas que La Bestia ha representado para miles de hombres, mujeres y niños. El sólo hecho de tener que subirse en un tren en movimiento, aferrarse a su techo para no caerse, ser asaltados, golpeados, violados por bandas del delincuentes sin escrúpulos y, en ocasiones, extorsionados por todo tipo de autoridades. Apunté la complejidad del asunto para el cual no hay soluciones fáciles ni rápidas, pero que algo había que intentar.

¿Será que aumentar la velocidad del tren desalentará a los migrantes a no subirse en él?

La decisión de abandonar el lugar donde se vive es producto de muchos factores que impulsan a millones de seres humanos todos los días. Las razones son múltiples, pero hay constantes universales: falta de oportunidad para tener una vida mejor para ellos y sus hijos, la ausencia de empleo, la existencia de redes sociales que les animan a reunirse con sus familiares, amigos o vecinos; huir de la violencia en sus comunidades o de la violencia familiar. En México, aumenta el número de menores de edad que viajan solos huyendo de las pandillas que asuelan a Honduras, El Salvador y Guatemala.

Pero hay un aspecto que destaca sobre los demás: la enorme voluntad, arrojo y decisión por arriesgar todo para cruzar las fronteras y llegar a su destino. Algunos incidentes lo ilustran :

En el puerto fronterizo entre Tijuana y San Iisidro, los agentes migratorios de EU encontraron un menor de edad escondido en el interior del asiento delantero de una camioneta. Es decir, habían vaciado el contenido del mismo y colocado al niño, de no más de siete años, sentado, siguiendo la forma del asiento. El agente se percató de ello, al notar un leve movimiento cuando inspeccionaba el vehículo.

En la frontera entre Sonora y Arizona hay un punto donde cruzan todos los días miles de migrantes: el desierto de Altar. Las temperaturas alcanzan los 50 grados centígrados, el desierto se extiende por kilómetros desolados. Los migrantes se internan por las noches y los espera una caminata de, por lo menos, dos o tres días. En medio del desierto la patrulla fronteriza construyó una instalación donde llevan a las personas que rescatan, muchas a punto de morir deshidratadas. Hay un cuarto especial para darles atención médica de emergencia, agua, alimento. En una ocasión estaban allí una docena de migrantes de Oaxaca que intentaban llegar a Los Ángeles. Semidesnudos, con labios y pies lacerados, cubiertos con la arena del desierto que les daba una apariencia fantasmagórica. Al preguntarles qué se podía hacer por ellos, su respuesta unánime fue: que nos dejen seguir, sólo venimos a trabajar, no le haremos mal a nadie.

Hace cerca de diez años los gobiernos de México y Estados Unidos acordaron regresar a sus lugares de origen a migrantes que fueran detenidos en la zona arriba referida como una manera de apoyar a aquellos que prefirieran regresarse adonde habían salido y haber fallado en sus intentos de cruzar el desierto. En una ocasión, se rescató a una mujer embarazada de varios meses que viajaba con su hija de no más de diez años. La señora se negaba a ser repatriada al interior de México, quería alcanzar a su marido para lo cual había tenido que vender todo su escaso patrimonio. No obstante que una ejemplar funcionaria mexicana de la cancillería la trató de convencer de que arriesgaba su vida y la de su hija al pretender seguir con su viaje, sus intentos fueron en vano. Ambas fueron devueltas al lado mexicano de la frontera donde la madre intentaría volver a cruzar.

Historias como éstas suceden cada día, son la expresión humana, concreta, de la dimensión trágica de la migración indocumentada. Los consulados mexicanos en EU cuentan con innumerables casos donde han protegido, orientado y salvado la vida de muchísimos mexicanos, es una historia de orgullo y dignidad que merece ser difundida.

Nota del autor. En mi columna anterior, titulada “Los que triunfaron”, se omitió incluir que las cifras y citas que en ella aparecen fueron tomadas del libro El sueño que unió a la frontera de Josefina Vázquez Mota.

                *Director del Grupo Atalaya

                Twitter: @GustavoMohar

Comparte en Redes Sociales

Más de Gustavo Mohar