En búsqueda de la identidad perdida

Todos los países desarrollan a lo largo de su historia narrativa, alrededor de la cual construyen su identidad, sus valores y la manera en que se identifican consigo mismos. En ocasiones, esas visiones se originan en hechos que forjaron su historia, que trascienden el ...

Todos los países desarrollan a lo largo de su historia narrativa, alrededor de la cual construyen su identidad, sus valores y la manera en que se identifican consigo mismos. 

En ocasiones, esas visiones se originan en hechos que forjaron su historia, que trascienden el tiempo, otros son producto de coyunturas que simbolizan actos heroicos que generan orgullo, identidad y cohesión. Unas más se forman a lo largo de los años mediante la construcción gradual de valores comunes, tradiciones, rituales, prácticas sociales, que se arraigan en la mentalidad y actitud colectiva.

En el caso de Estados Unidos, dos de las principales ideas que han jugado ese papel son la migración y la oportunidad que tiene toda persona de construirse un mejor futuro.

En el asunto migratorio, desde su fundación hasta la fecha, pocos temas despiertan tantas pasiones como la presencia de ciudadanos de otros países en su territorio.

Impulsados por su deseo de progresar, su infatigable trabajo, su  capacidad de adaptación a nuevas reglas, obligados a competir para destacar, los migrantes explican en gran medida el que Estados Unidos sea hoy la mayor potencia de la historia.

Provenientes de los cinco continentes, de todas las razas, religiones, orígenes sociales, lenguas y culturas,  los migrantes han trabajado en el campo, en la construcción, en los servicios básicos, pero también en las grandes innovaciones tecnológicas, en los servicios financieros y el entretenimiento, han sido y siguen siendo, destacados dirigentes políticos, científicos, académicos e intelectuales.

No es casual que de los mil premios Nobel entregados desde hace 113 años, 347 han sido a ciudadanos de ese país o extranjeros que han adoptado su nacionalidad, como el mexicano Mario Molina.

Por generaciones, el estadunidense vivió con la convicción de que con trabajo y esfuerzo, tendría un creciente nivel de ingreso, buena educación para sus hijos, acceso a servicios de salud, vivienda, uno o más autos, y en su momento, a un cómodo retiro.

Sin embargo, dos hechos recientes sacudieron esa cosmovisión: los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la severa crisis económica iniciada en 2007, cuyas secuelas persisten hasta la fecha.

Los atentados dirigidos por Bin Laden rompieron el sentimiento de inviolabilidad que habían gozado desde siempre. Pearl Harbor y antes Pancho Villa, eran los únicos referentes históricos, no comparables con la magnitud, impacto y simbolismo que tuvo la destrucción de las Torres Gemelas y la explosión en el Pentágono.

A partir de esa fecha, la política migratoria tomó un giro inédito y se insertó como un asunto de seguridad nacional. La prioridad es evitar a toda costa que se repita un ataque terrorista. Entre otras múltiples consecuencias, el control de la frontera con México ocupa hoy un lugar destacado en la agenda de las autoridades militares, de seguridad e inteligencia.

Por otra parte, la crisis desatada en 2007 por los excesos de los grandes consorcios financieros, termina de manera abrupta con una etapa de bonanza, prosperidad y gasto excesivo. De un día para otro, millones de familias perdieron sus propiedades, cayeron en insolvencia, y sobre todo, perdieron su empleo. 

En un interesante artículo publicado por Robert Samuelson en el Washington Post el 13 de octubre, el autor sostiene que esos buenos tiempos se fueron para no volver. Sostiene que por diversas razones se ha perdido ¨la presunción de un crecimiento económico sostenido lo cual fue clave para la filosofía y la organización de Estados Unidos desde la post guerra¨.

Por eso la sociedad estadunidense vive hoy con un sentimiento de angustia e incertidumbre que la lleva a defender su lugar en una actitud de ¨juego de sillas¨en la que por  cada persona que gana un lugar, otra lo pierde.

Estamos pues, ante un escenario de profundas transformaciones sobre la manera en que Estados Unidos se concibe a sí mismo.

Es en este complejo entorno en el que Obama tendrá que maniobrar las próximas semanas, para que el Congreso apruebe la reforma migratoria. Enfrentará una minoría radical, que como vimos en las semanas pasadas, con tal de hacer fracasar al Presidente estuvo cerca de llevar al mundo a una nueva catástrofe económica.

Asimismo, varios miembros de dicha facción han mostrado la misma visceralidad respecto al tema migratorio. No tan sólo exigen fanáticamente que se selle la frontera, sino que muestran un desdén cercano a la xenofobia hacia la comunidad hispana.

El debate migratorio que viene va mucho más allá de legalizaciones, visas, patrones y trabajadores extranjeros. En realidad, es un debate sobre la identidad, la cultura y los valores que han hecho hasta ahora el “sueño americano¨. Lo irónico es que en ello se juega el porvenir de millones de mexicanos.

                                                 *Consultor independiente

                                                        @GustavoMohar

                                                gustavo.mohar@gmail.com

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