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Sueños descarrilados

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

La volcadura del tren en el que viajaban cientos de migrantes la semana pasada, es una tragedia que refleja la relación que existe entre la migración indocumentada, las fronteras y la seguridad. En contraposición a la linealidad de la vía por la que viaja La Bestia, se derivan múltiples preguntas acerca de un fenómeno que impacta la vida de miles de personas anualmente —tanto extranjeros como de nuestros connacionales— en territorio mexicano.

No son nuevos en México los flujos migratorios irregulares que se internan por la frontera sur con la intención de transitar por nuestro territorio para llegar a Estados Unidos. Sabemos que la inmensa mayoría proviene de Guatemala, Honduras y El Salvador, región azotada ahora por un huracán perfecto compuesto por severos problemas económicos y violencia extrema. El Instituto Global de la Paz señala que Honduras y El Salvador ocupan el primero y segundo puesto como los países con el índice más alto de homicidios por cada 100 mil habitantes (92 y 69 respectivamente) y que en los últimos cinco años hubo un incremento de 100% en el número de homicidios en la región.

Pero es precisamente el hecho de que este fenómeno no es una novedad lo que arroja una cuestión que debe preocuparnos.  La frontera sur de nuestro país es tal, más en términos  nominales que reales. Carece de controles adecuados y su alta porosidad permite el ingreso informal a México de mercancías (legales e ilegales) y de personas provenientes de Centroamérica, pero también de las regiones más remotas inimaginables. Es curioso  que sea precisamente una frontera la que nos conecte con nacionales de Irak, Etiopía o Somalia.

Es público también que los migrantes que se internan por esa zona corren graves riesgos: éstos abarcan desde la extorsión y abuso por parte de bandas criminales y autoridades hasta la precariedad de los medios que utilizan para transitar por nuestro territorio. Según la Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur, que realiza el Colegio de la Frontera Sur, 25% de los centroamericanos utilizan el tren.

Con justa razón distintas voces del sector civil cuestionan la falta de atención por parte de las autoridades para evitar la violencia, las terribles lesiones, si no la muerte de hombres. mujeres y niños que no rebasan en promedio los 25 años.

Sin embargo, dada la complejidad del tema, no existe una medida que por sí misma resolviera la situación. La realidad es que, por lo pronto, surgen más preguntas que respuestas:

¿Se protegen mejor los derechos humanos al facilitar que los migrantes aborden el tren o al impedir que lo hagan? ¿Es mejor liberar el acceso a México eliminando la visa a Centro América y con ello su vulnerabilidad por ser indocumentado? ¿No surgiría entonces un negocio adicional para traficantes y enganchadores para transportarlos al norte y entregarlos igual a bandas delincuenciales? ¿Qué pasaría cuando llegaran a la frontera norte  y no puedan evadir los controles de las autoridades estadunidenses? ¿Qué reacciones habría de la población en esas ciudades cuando los migrantes no puedan cruzar y se queden en sus ciudades?

Si partimos de este trasfondo, se debe pensar en una solución gradual, con múltiples acciones coordinadas y sostenidas a plazo suficiente para por lo menos disminuir drásticamente el uso de este medio de transporte.

En términos específicos, ésta podría incorporar la siguiente serie de propuestas: integrar en la estrategia del gobierno federal contra la delincuencia organizada la investigación y consignación de los delincuentes que operan en el tren; promover campañas de concientización en México y los países de origen, a fin de informar a los migrantes de los altos riesgos en que corren. Hacer presencia disuasiva en los puntos críticos del recorrido  mediante grupos integrados por oficiales de los tres niveles de gobierno (podría ser una de las tareas de la Gendarmería que se piensa iniciar en 2014). Involucrar a las empresas ferroviarias para que colaboren con el proyecto, asegurando, por ejemplo, que sus maquinistas no estén coludidos con la delincuencia.

Es cierto, México debe asumir un mayor liderazgo como actor regional. Lo que la tragedia de la semana pasada ilustra es que un paso crucial para poder lograrlo, es que atienda una responsabilidad doméstica cuya posposición se expresa en el sufrimiento de miles en nuestro territorio.

                *Consultor independiente

                Twitter: @GustavoMohar

                gmohar@yahoo.com

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