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La Unión Europea: una unión democrática con sentido social

Gautier Mignot

Gautier Mignot

Ventana a Europa

Existe, a veces, la percepción equivocada, fuera de la Unión Europea (UE), pero también entre sus ciudadanos, de que la UE es una organización poco democrática, dirigida por tecnócratas con una fuerte influencia neoliberal, privilegiando el libre funcionamiento de los mercados y de las empresas privadas sobre cualquier otra consideración. La realidad es totalmente diferente.

En primer lugar, la UE es profundamente democrática. Sus leyes son debatidas y adoptadas por dos instituciones colegisladoras: el Parlamento Europeo, electo directamente cada cinco años por los ciudadanos europeos, y el Consejo, en el cual están representados los gobiernos de los 27 Estados miembros que gozan ellos mismos de legitimidad democrática. La Comisión Europea, encargada de presentar las propuestas legislativas y de ejecutarlas, es conformada, a su vez, por 27 comisarios, cuyo nombramiento por el Consejo Europeo es ratificado por el Parlamento Europeo y son políticamente responsables ante este último. Son, en su inmensa mayoría, personalidades con una larga trayectoria política, que vienen de diferentes horizontes políticos.

En el Parlamento Europeo existen siete grupos políticos que representan todo el abanico de ideologías, desde la izquierda radical hasta la extrema derecha. Las leyes se adoptan por mayoría absoluta y, como en cualquier parlamento democrático, los debates dan, regularmente, lugar a duros enfrentamientos verbales. Algunos grupos critican el funcionamiento mismo de la UE o hasta su existencia. Sin embargo, ningún grupo político o coalición posee la mayoría absoluta. Eso obliga a los parlamentarios que quieren adoptar leyes a buscar compromisos que alcancen dicha mayoría. Lo mismo aplica en el Consejo, en el cual los gobiernos de los Estados miembros tienen sensibilidades políticas diversas: allí también las decisiones se toman, con contadas excepciones, por mayoría calificada (y eso no tiene equivalente en ninguna otra organización supranacional). Al final del proceso legislativo deben negociar los dos colegisladores y lo hacen generalmente con éxito, como lo demuestran legislaciones pioneras como las que se adoptaron en 2022 para regular los mercados y servicios digitales.

Este ejemplo demuestra también la inexactitud de la visión de una UE “neoliberal”, cuando es más bien uno de los modelos más avanzados en el mundo de regulación de los intereses económicos privados. Es cierto que uno de los objetivos de la UE, definidos en sus tratados fundadores, es asegurar la libre competencia y el funcionamiento de los mercados, pero eso no es en sí mismo un objetivo “neoliberal”. Además, el modelo que asignan esos tratados es el de una economía social de mercado, en el cual la equidad, la cohesión social y el desarrollo humano son sus prioridades. Basta con mirar las cifras de gasto social de la UE y de sus Estados miembros para ver que son las más elevadas del mundo, siendo, por ejemplo, en promedio, dos a tres veces superiores, en relación con el PIB, a los que se observan en América Latina. Esta preocupación por el desarrollo humano y sostenible se traduce también en la política exterior de la UE que, junto con sus Estados miembros, aporta más de la mitad de la ayuda pública al desarrollo en el mundo.

Existen, en realidad, muchas visiones diferentes y a veces opuestas sobre las políticas que debe implementar la UE. Pero el hecho de que estas diferencias no se queden en enfrentamientos estériles y que se resuelvan, en muchos casos, gracias a la negociación y a los compromisos, no es una señal de falta de democracia o de “pensamiento neoliberal único”, al contrario. Las elecciones al Parlamento Europeo, que tendrán lugar en 2024, serán otra ocasión más de demostrar la realidad y la vitalidad de la democracia europea.

 

 

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