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México, el país donde lloran las niñas

Francisco Zea

Francisco Zea

Línea estratégica

 

Sin duda, mi gran preocupación en la semana que pasó tiene que ver con la muerte, en condiciones de verdad cual más crueles, de tres niñas. La primera, entre Chihuahua y Nuevo León, donde un amigo de la familia se aprovechó de la cercanía para llevarse a una pequeña de 8 años, violarla y, posteriormente, matarla a puñaladas. Afortunadamente, este cerdo está detenido, gracias a la cooperación de la ciudadanía. La segunda, igualmente de 8 años, en Durango, su primo de 12 años les dijo a los papás que irían a pescar, cuando regresó, la pequeña de 8 años no volvió con él, y ante la insistencia de parientes y autoridades, confesó que la había matado, en un ataque de ira. Que no era poco común, pues, a sus 12 años, tenía una fuerte adicción a las drogas. De esto hablaré más adelante. El último que describo y quizá el más ignominioso es el asesinato brutal de una bebé de tan sólo 8 meses, debido a una brutal golpiza de su propio padre. La grave falta que cometió este pequeño ser humano, que apenas rebasaba los 60 cm de altura y los 8 kilos de peso, fue que no dejaba de llorar.

Las primeras conclusiones, que nos editan de una reflexión profunda, nos hablan de una sociedad que huele a podrido. Una sociedad que ya cedió su poder ante el pretexto estúpido de que tenemos un gobierno incapaz y ladrón, pero que no atina a ver que su propio núcleo ha cedido a cosas más importantes. Ha cedido a la mentira, ha hipotecado a la familia por obtener estatus, dinero y posición, por vanagloriar falsos profetas y héroes que son la antítesis de la autoridad, y como la autoridad nos salió idiota, entonces, el narco asesino, pero benefactor, es bueno; el ladrón sanguinario, pero surgido de la opresión, está legitimado.

Recientemente, un estudio de la ONG Impunidad Cero no sólo reveló, sino que además confirmó lo que ya la UAM y la Universidad de Bolonia habían dado a conocer, los delitos en este país que alcanzan una sentencia condenatoria son del orden de 1.5%, lo que significa 98.5% de impunidad. Hay entidades que no llegan al 5% y las campeonas alcanzan el 4%, debido a lo patético de las cifras; creo que ni una ni otra merecen una mención en este espacio. El problema en el aire es que ante una impunidad tan salvaje, el sistema penal pierde toda su capacidad de persuasión. El delincuente ya no es disuadido por las fuerzas del orden que han perdido el total respeto y credibilidad y el sistema penal creado para castigarlo es una lotería imposible de que caiga en su casilla.

Sin ánimo de amarillismo, le pido en este momento que haga un ejercicio, olvídese de lo que hace, si tiene hijas sobrinas o alguien cercano de 8 años, tráigalo a la escena, imagine a “Anita” llevada por un conocido de la familia a un lugar en donde nadie la va a socorrer, un cuartucho de paredes húmedas de pintura deslavada, imagine a un cerdo tocándola sin que ella pueda entender, piense en el momento en que el enfermo hijo de la chingada consume su asquerosa intención, lastimándola, como es lógico, ella sangrando, llorando y gritando. Imagine el miedo, el desconcierto, la soledad de una bebé de 8 años, que sigue soñando, jugando con muñecas, imaginando mundos de colores y quien, después de esta brutalidad, será todavía asesinada a puñaladas. El primer cuchillazo que corta su piel, sin entender, sumida en un miedo que, seguramente, hizo que todo su cuerpo temblara y sus esfínteres se relajaran. Hasta que, finalmente, en manos de un enfermo pierde la vida. Una niña que a los 8 años sucumbe ante la furia incontrolable de su primo, tan sólo 4 años más grande que ella, porque abusa de las drogas. Una bebé que quizá tenía cólico y su única forma de comunicarse era el llanto, el cual fue ahogado a madrazos por su propio padre. Le pido que imagine por qué estamos acostumbrados a ver, leer y escuchar estas noticias como autómatas, no nos causa ni rabia ni dolor, ya es tan común, que perdimos la capacidad de sorprendernos, de horrorizarnos, de llorar desconsoladamente ante la mierda de sociedad en que nos hemos convertido. Sé que estas tres niñas no son de su familia, pero le pregunto algo: ¿Sabe qué tan cerca los pone a usted y a sus niñas de vivir algo así, ante una impunidad del 98.5%? No lo quiero asustar, pero, en su propia espalda, en su patio, al alcance de un volado, está que una bebé de su familia pierda.

Esta realidad no la cambia nadie, ni el gobierno menos corrupto ni el que tenga las mejores intenciones. Sólo una sociedad que imagine el dolor que le acabo de describir y sea empática y entienda que mañana, las lágrimas, los sollozos, el dolor y la sangre pueden estar en su propia sala. Espero que no nos quedemos esperando a un mesías y entendamos que la podredumbre es nuestra.

 

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