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Esto apenas empieza

Francisco Zea

Francisco Zea

Línea estratégica

Me preocupa que el bicho más letal que ataca a México y al mundo no es el coronavirus, sino la pérdida del sentido común. El “pendejovirus” avanza y, ése sí, sin duda, nos puede matar, y a muchos más que el virus más violento que, en promedio, mata al 10% de los infectados. Yo sigo insistiendo en que todo aquel que no sea infectólogo, que no sea especialista de la salud, no opine sobre el asunto, pues lo hacen con una seguridad salvaje que da miedo. Los videos lacrimógenos en la red hacen un daño puntual. La emergencia es real, no es broma y va a causar muchos muertos y, sobre todo, ha causado mucho miedo y mucho dolor en muchos países. Los muertos e infectados, lejos de que el gobierno esté llevando un correcto conteo o esté traqueando las cifras con las neumonías atípicas, se van a contar por miles. Sin embargo, hay otra cifra más alarmante, en este 2020 los mexicanos que morirán por diabetes serán cerca de 120 mil, que, sin duda, superarán con creces los muertos por el COVID-19, que en este momento andan por el orden de 10 mil.

Yo no voy a polemizar por los controvertidos mensajes de capitanes de la industria que tampoco les queda estar pontificando al respecto de qué debe hacer cada quien para enfrentar la pandemia. Cuando su caudal económico se logró con favores y complicidades. No puedo más que reconocer que coincido en que la crisis económica posterior a esta inactividad laboral dejará, a la postre, más muertos que el propio virus maldito. Y me explico, sin duda derivado del cierre de restaurantes, de la cancelación de viajes a destinos turísticos, del endeble equilibrio con el que vive un vendedor callejero de comida, ropa o hasta chicles y de la extinción de plazas de trabajo, de todo esto tendremos tres consecuencias principales: una, el recrudecimiento de la violencia, pues ante el pasmo gubernamental para tener listos programas que puedan ayudar a estos sectores que van a ser aniquilados por el virus y su cuarentena, muchos en algún momento pueden, no digo que esto sea una ley, engrosar las filas del crimen organizado, pues no tendrán para mantener a sus familias de manera honrada. La desesperación por llevar algo a la casa, en tiempos del “postcoronaviruscrisis” no la imagino. Entiendo bien que, en materia de criminología, esto no es un factor determinante, pero imagino que puede presionar una situación de por sí muy grave. En segundo término, nuestro de por sí colapsado sistema de salud saldrá de esta crisis en estado de coma, poniendo en peligro la vida de muchos más mexicanos de los que van a contraer este COVID-19 y, eso sí lo garantizo, causando muchas más muertes que las que, en general, causará está pandemia. En tercer lugar, me queda perfectamente claro que la solución o el paliativo más importante de este asunto es el cortar la cadena de transmisión. Es decir, quedarnos en casa y que conjugar una variable económica con la vida de un ser humano es algo que no está en el mapa. Jugar a Dios en toda la historia de la humanidad nos ha costado más caro que las vidas en particular.

La odisea del loco de Hitler se convirtió en una desconfianza orgánica y un desmembramiento del mundo que intentaba unirse para hacer frente a muchos peligros comunes. Hoy tenemos líderes globales que no han enfrentado esta pandemia con seriedad. Trump sigue en la negación, mientras su pueblo se infecta por miles diariamente. De hecho, su variable más importante, la política, está empezando a sufrir de forma muy importante. Por primera vez en estos días su reelección se ve comprometida por su necedad, incluso su base está empezando a dudar de su liderazgo y salud mental. El caso de Jair Bolsonaro, en Brasil, es impresentable. El tipo, un loco furioso que le tiene sin cuidado el incendio en el Amazonas o el coronavirus. En México, López Obrador, que ha entregado el liderazgo a Hugo López-Gatell, pero que cae en la tentación de no dejarse checar la temperatura por un médico, al que acusa de provocador. De menos, hay que reconocer su radical cambio en el que el subsecretario, en funciones de secretario, porque Alcocer creo que ni en Lieja No. 7 lo dejan entrar, es quien dicta las medidas y hace el desesperado llamado para que la gente, en nuestra última oportunidad, se guarde en su casa.

Lo que de verdad no puedo admitir es que, hasta el día de hoy, niñas y niños, fifís y chairos, o como sea que se quieran denominar, siguen inundando las redes con una serie de opiniones totalmente desinformadas. Con videos y datos que, sacados de contexto, resultan escandalosos y sólo causan un miedo que no lleva a cuidarnos, sino a tomar decisiones equivocadas.

Finalmente, estoy convencido de que, como sigamos compartiendo histeria y pendejadas, lo que falta de la cuarentena, que para muchos ha sido un ejercicio de “mamones” desmedido, será mucho más complejo, porque esto apenas empieza, si es que lo vamos a hacer de forma responsable. Por piedad, dejen de compartir en sus redes mensajes de “quédate en casa” y recomendaciones, cuando no han entendido qué significa llegar a la casa en donde hay cinco personas que no tienen qué comer. Dejen de increpar pendejadas cuando su conocimiento del país sólo pasa de tener sospechas del virus por regresar de Europa o Florida. Hay mucha gente que sufre, se infectará y sólo ha trabajado, porque su situación no da más que para tragar saliva, salir a la calle, hacer caso a las recomendaciones y si no se encomiendan a las estampitas, fuera de lugar, se encomiendan a San Judas. Porque, como decía mi madre: “Cuando el burro de mi abuelo se acostumbró a no comer, se murió”. ¡Carajo, sentido común, este México es más complejo que las pinches redes!

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