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El escusado de frustraciones

Francisco Zea

Francisco Zea

Línea estratégica

En un sólo acto lo bueno y lo malo de las redes sociales. En un principio tardé en encontrar a una mujer que estaba perdida. En el segundo siguiente se presentó la mezquindad para atacarla con crueldad inusitada... Reconozco las redes sociales como un extraordinario instrumento para la seguridad y para la búsqueda de personas que pueden, en algún momento, estar desaparecidas, pero también reconozco las redes como un espacio asqueroso de linchamiento.

El caso de Karen, la mujer, la chava, la niña o la madre de tres que desapareció, ha sido una absoluta radiografía de lo que sucede principalmente en Twitter. En un principio no recordaba la solidaridad de toda la gente tratando de encontrarla porque al minuto siguiente ya estaban los insultos que la calificaban como una auténtica prostituta.

En este momento me pregunto si en las redes sociales cualquier execrable patiño, cualquier opinador con tendencias pederastas, puede juzgar a diestra y siniestra a alguien que, evidentemente, cometió un error. A mí me queda claro que el caso de Karen le incumbe a ella y a su familia; le incumbe a su pareja, le incumbe a su entorno, pero a nadie más. Quiénes somos nosotros, quién es el puto Twitter para tratar de juzgar o entender las razones de una persona que decidió irse de peda y después hacer lo que se le dio su gana como el adulto que es.

Si Karen tiene que dar explicaciones se las debe a su familia, a su madre que estaba muy preocupada, a su hermano que fue quien subió el mensaje a las redes sociales y, quizá, a sus hijos. A los demás qué nos da derecho a opinar sobre el asunto. Haber retuiteado el mensaje de ayuda de su familia no nos da derecho a opinar. Como si cuando donamos a la Cruz Roja tuviéramos el derecho de decirle al conductor de la ambulancia cómo manejar o al paramédico cómo atender una emergencia. ¿Cuando ayudamos al teletón tenemos derecho a decirle al Chobi Landeros cómo darle terapia a un niño con discapacidad? El altruismo es un acto hermoso, es un acto desinteresado, pero no nos da derecho a absolutamente nada. Menos a opinar de la vida de alguien más.

Yo no entiendo de qué manera vamos a luchar contra los géminis y Dios, cómo vamos a luchar, como país, en contra de la violencia hacia las mujeres cuando, por un error inundamos las redes sociales de adjetivos negativos. Lo menos que me encontré es que Karen era una puta. Que a sus 30 años no se puede tener un error así. ¿Quién es el juez que decide a qué edad se pueden cometer errores? ¿La soberbia desde la que escribimos en Twitter, desde la que juzgamos a personas que ni siquiera conocemos?

¿Es justo que podamos meternos en la vida de una familia para acabar con ellos, para exponerlos ante todo el mundo? En las redes sociales también  hubo muestras de bondad pero, reitero, jamás ayudar nos da derecho a meternos en la vida de una familia, mucho menos a juzgarla, mucho menos a calificarla de prostituta.

Así no vamos acabar con la violencia en contra las mujeres. Pude ver, además, que gran parte de las que atacaban a Ana Karen eran mujeres. Las mujeres convertidas en jueces de las propias mujeres. Las mujeres que pueden a darle en la madre al Ángel de la Independencia, que pueden quemar una librería Gandhi, que pueden acabar con la rectoría de la UNAM, pero que también pueden deshacer a su propio género

Lo he dicho 1000 veces y lo repito, Twitter se ha convertido en el escusado en donde todo el mundo defeca sus frustraciones, en donde actores políticos han descubierto cómo controlar este mercado y han contratado mercenarios y mercenarias que venden su opinión para acabar con reputaciones sencillamente porque no tienen dinero.

Lamento profundamente que un instrumento tan poderoso este a merced de gente sin escrúpulos, de tontos inútiles que son presa del pensamiento disparatado de mezquinos que se venden sin ton ni son por un interés específico.

 

 En el estribo

Sigo sosteniendo y apoyando la idea de mi amigo Alejandro al respecto de que es urgente un colegio nacional de policía, en el cual se pueden homologar las decisiones y los procedimientos y el actuar de la Guardia Nacional, de los policías municipales y los policías estatales.

Es claro que la parte más flaca de la seguridad y en donde se encuentra el filón para que los grupos del crimen organizado pueden actuar es en la colusión de las policías municipales y estatales. Mientras eso no se corrija, cómo dice el presidente de multisistemas empresariales de seguridad, no hay nada qué hacer y los índices seguirán subiendo.

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