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¿Retornar a la “nueva normalidad”?

Francisco Javier Acuña

Francisco Javier Acuña

Resulta difícil aceptar que habrá un retorno a una nueva normalidad. Acaso será obligado reconocer que el mundo es otro y que tendremos que referir el antes o el después del #covid-19.

El siglo XXI comenzó con un episodio macabro: el 11/09 del 2001. En ese entonces el mundo se estremeció al confirmarse la amenaza cumplida de la progresiva escalada del terrorismo universal.

La caída de las torres gemelas transformó la concepción de la seguridad aérea en una vorágine de protocolos de corte paranoico. No volvió a ser lo mismo abordar un avión.

Y menos aún lo será después del 2020. Por el #covid-19, seguramente, además de las extremas medidas de seguridad que ya existen, habrá que portar cubrebocas durante el vuelo, eternamente; habrá que pasar por filtros adicionales e invasivos, como la medición de la temperatura y la desinfección.

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La OMS (Organización Mundial de la Salud) afirmó que la pandemia por #covid-19 no desaparecerá  a corto plazo, que permanecerá con predecibles menores efectos y posibles rebrotes. Hemos visto como la Organización Mundial de la Salud ha tenido que rectificar respecto a la posibilidad de reinfecciones.

 La “inmunidad de rebaño” fracasó en Suecia. Las pruebas aplicadas masivamente a la población, como un deber generalizado de los países, así como el uso obligatorio de cubrebocas, fueron dejados a discreción de cada uno de los gobiernos.

 En el caso de México, el responsable de la emergencia sanitaria desechó la necesidad de efectuar pruebas masivas y desaconsejaba —hasta hace unos cuantos días— el uso de cubrebocas.

El manejo de las cifras de contagiados y defunciones ha sido fuente de polémica. El modelo Centinela, reconoció tarde el subsecretario de salud (para justificar que hubieran aumentado de manera inexplicable los diagnósticos de “neumonías atípicas”), habría perdido utilidad al ingresar a la fase 3 de la emergencia sanitaria.

Tampoco se ha sabido cuántos países siguieron el modelo Centinela y si también lo estimaron innecesario en la fase 3. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud ha dado muestras de conformidad o complacencia con el manejo de la crisis sanitaria por parte de México.  

La pandemia será historia y la OMS no ha sido enérgica, no ha querido o podido hacer de las medidas de prevención superior un deber inexcusable para la comunidad internacional afectada por el coronavirus, tampoco ha efectuado medidas de control para que los gobiernos asuman la responsabilidad por incumplirlas o atenderlas de manera voluntariosa.

Es probable que la Organización Mundial de la Salud haya sido omisa en esas y otras exigencias, reflejo de su preocupación por dejar de recibir las cuotas de los Estados.

Si la OMS ha sido laxa para evitar exhibir como renuentes a los países que decidieron optar por modelos adaptados a la libre interpretación, esa cuestión tendrá consecuencias.

Al margen las justificaciones del gobierno de los Estados Unidos para romper relaciones con la OMS, acusándola de ser “títere de China”. Cada gobierno puede jugar a su estilo con la Organización Mundial de la Salud: o de asociado con licencias a sus métodos o de ser víctima de un complot geopolítico. En cualquier caso, eso mina la autoridad mundial de la agencia mundial de la salud de la (ONU) la Organización de las Naciones Unidas. 

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No puede haber retorno a una normalidad que se ha esfumado porque lo que viene será distinto. La crisis económica se agudizará y por consecuencia el desempleo masivo y la contracción económica. También aumentará la inseguridad, el flagelo más agresivo y cruel que hemos padecido desde comienzos del siglo que cursamos. Lo que necesitamos es superar la crisis con expectativas para transformar la nueva realidad. Una nueva realidad a lo visto peor que la “vieja normalidad”, perdida tras el #covid-19.

 

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