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¿Generación de cristal?

Francisco Javier Acuña

Francisco Javier Acuña

Se asegura que los muy jóvenes, aquellos nacidos entre 1995 y el 2000 –quienes rondan ya la mayoría de edad legal– son una categoría social de ánimo inestable, un grupo humano paradójicamente inseguro en relación con las capacidades personales y económicas de sus componentes. Ubicados en un bloque en el que, al margen de sus atributos y potencias humanas, sobresale su fragilidad emocional.

Podríamos decir que, en común, padecen una condición de vulnerabilidad congénita de la era digital, aunque esa no sea la causa de su debilidad emocional, sino sólo un factor de la misma. Con ligereza se les etiqueta dentro de ese núcleo poblacional, atendiendo a la edad en la que confluyen los millennials y los centennials. Pero en realidad la juventud de cristal es un estamento más selecto, aunque la selectividad sea una limitación producida por la insuficiencia emocional que los agobia permanentemente.

La “generación de cristal” es un estigma en peyorativo que experimentan solamente chicos pertenecientes a un estatus económico superior y que se extiende también a jóvenes indirectamente solventes (que, aunque no acaudalados, habitan en espacios de privilegio habilitados por patrocinios institucionales o empresariales como becas; además de aquellos que cuentan con el mecenazgo de parientes y amistades pudientes). Hablamos de jóvenes que estudian en escuelas o universidades privadas y/o que trabajan en el sector público o en el privado en puestos directivos alcanzados, más que por su corta trayectoria, por la influencia de sus benefactores. La generación de cristal exige tres elementos: nativos digitales; que inciden en las redes sociales y que participan en los círculos del consumo y las costumbres de la clase económica y política de mayor relevancia.

Estos muchachos, a pesar de su buena instrucción escolar y de haber vivido, a su corta edad, magníficas oportunidades sociales y culturales en anticipo de grandes expectativas profesionales, son de salud emocional quebradiza. Así lo señalan los estudios que miden patrones de comportamiento y señas de identidad societaria.

Se les acusa de integrar “La generación de cristal” por “delicados” (hipersensibles) que en buena metáfora se “rompen” al menor contacto con la adversidad. Ésa es la clave de su peculiaridad, están preparados al éxito, al triunfo, a la fortuna, pero si algo sale mal, si tropiezan con un imponderable que arruina la meta o el objetivo o son criticados por quienes no se ubican en esa situación, se desata en ellos una intolerancia desproporcionada a sus detractores que puede culminar en ira, violencia física y verbal o, ante situaciones de máxima presión, en una peligrosa propensión al suicidio.

No estoy convencido en afirmar que exista una “generación de cristal” en el plano en el que se les ha encasillado. Curiosamente, sí veo en ellos cercanía con esa circunstancia que los hace ser el “ciudadano de cristal”, que es la regla antitética del Estado democrático. El ciudadano de cristal es aquel siervo de un régimen totalitario que lo tiene cautivo y controlado y del que sabe todo a través de sus datos personales (que lo vigila y documenta su vida privada para someter sus actuaciones al control del gobierno despótico. A la vez, el ciudadano de cristal es un consumidor del cual el Mercado sabe todo, al grado que lo controla como pieza de sus estrategias de inducción comercial. En cualquier caso, debemos ver en los integrantes de la “generación de cristal” un efecto o consecuencia de las contradicciones de la forja social de la que han surgido sus integrantes. Hablo de la sociedad y el esquema de estímulos y riesgos que operan en ella y que los ha lastimado hasta volverlos débiles emocionales a pesar de tantas comodidades y satisfacciones materiales. Una penosa represalia social de la que somos responsables y a la que debemos comenzar a revertir con insumos que no son bienes fungibles en el estado o en el mercado: amor aplicado en dosis precisas y permanentes para aliviar ese individualismo ambicioso y solitario que los marchita sentimentalmente en amenazante aviso.

Hemos puesto en peligro de extinción al planeta que habitamos por los métodos de explotación de los recursos naturales y la basura industrial, pero tenemos que reconocer que hemos sido aún más nocivos como sociedad por la indiferencia a los hábitos destructivos del medio ambiente y ya padecemos los reveses: la fragilidad de la salud ante las más inusitadas enfermedades y pandemias.

Acaso sí vamos rumbo a un planeta de cristal.

 

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