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China, punto de partida y retorno del urgente feminismo

Francisco Javier Acuña

Francisco Javier Acuña

                A mi compañera Patricia Kurczyn, comisionada
                del Inai, por su perseverancia feminista.

 

China siempre ha sido fuente de misterio y contradicción para occidente.

Mientras que en 1989 se caía el muro de Berlín para regocijo del mundo democrático, en anticipo del fin de la “guerra fría”, paradójica y simbólicamente, en la Plaza de Tiananmén, Pekín, ocurría una espantosa masacre. Miles de mujeres y hombres murieron bajo las balas y las tanquetas del ejército que reprimió, así, una serie de manifestaciones en exigencia de libertad.

Seis años más tarde, en 1995, con el permiso de un ánimo oficial por redimir el bestialismo gubernamental de la China continental,  Beijing albergó el primer gran encuentro feminista de la historia. En esa primera cumbre de Beijing y en el suelo de un espacio indisoluble con las libertades comunitarias más representativas. Ahí nació un proyecto que vendría a cambiar la historia.  La idea: vencer al machismo aberrante.

A partir de ese momento se desencadenó un discurso que comenzó a uniformizar el legítimo reclamo: igualdad de género.

Después, los nuevos términos formaron un lenguaje incluyente orientado por la constante exigencia para la nivelación de las condiciones estructurales de la mujer, desde siempre infravalorada: mujeres  invisibles, mujeres sometidas.

A 25 años del foro de Beijing, apenas en el mundo se ha generado una mayor consciencia universal de la urgente causa, una que no cesará hasta lograr la ansiada paridad.

Pero el machismo persiste y, para colmo, a pesar de tanta inversión cultural por contenerlo y transformarlo en una convicción de dignidad paritaria, en los últimos meses se ha recrudecido el machismo criminógeno, se ha condensado en espantosos feminicidios que nos han aterrorizado a todos y,  por lo tanto, también avergonzado.

En las últimas semanas, horribles sucesos en nuestro país fueron posibles por la inacción de las autoridades en la toma de medidas precisas y oportunas para impedir crímenes de odio a la mujer, simplemente por ser mujer. Autoridades desautorizadas para hacer lo que debieron hacer, una sociedad cobarde que ha dejado solas a las mujeres que, por tantos motivos, viven una condición de vulnerabilidad peligrosa.

Para cerrar el círculo de los acontecimientos enlazados por signos y señales que encierran tres décadas de referencias entre la China continental y el resto del mundo en el delicado plano de la modernidad y las ancestrales manifestaciones del pasado más oscuro, el machismo como vestigio del primer homo erectus. “El hombre de Pekín”, que en realidad fue similar a sus contemporáneos en otras latitudes del planeta.

Si bien coincide que una vez más China hizo temblar al mundo por haberse generado en su interior, en la región de Wuhan, una nueva cepa de un virus mortal que podría alcanzar los niveles de una pandemia.

La penosa coincidencia con esta nueva tragedia de pronósticos reservados, nos obliga a emplear la metáfora.

El coronavirus (COVID-19) produce una severa afección respiratoria. Y esa es, precisamente, la clave del nexo con la temática de nuestra reflexión.

La ausencia de libertades plenas –entre ellas, la paridad entre hombre y mujer– se parece mucho a un enclave en el que no es posible vivir porque no se puede respirar.

La anemia de libertad se refleja en la falta de oxígeno democrático. Por esa razón, es válido vincular, metafóricamente, la propagación del nuevo virus mortal con la pervivencia del más atávico comportamiento “humano” que se ha colado invicto al nuevo milenio, el machismo como el vehículo por el que se transporta el instinto asesino que sigue matando a las mujeres bajo el monstruoso feminicidio.

 Apenas cobra efecto el germen de una nueva manera de ordenar la vida de la humanidad.

México se ha sumado al reclamo universal del 8 de marzo. Así que el próximo lunes 9 de marzo, las mujeres mexicanas pararán el país para dar testimonio del comienzo de una nueva era. 

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