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Arriba y adelante (presidencialismo longevo)

Francisco Javier Acuña

Francisco Javier Acuña

Luis Echeverría encarnó la Presidencia y le puso un ingrediente especial: energía inigualable; fuente de una disciplina física y mental extraordinaria. Para bien y para mal. Hace unos días, el polémico expresidente cumplió un siglo de vida. Era un misterio su poder de concentración para hablar sin descanso durante horas. Las reuniones con su gabinete eran terribles para sus colaboradores; reuniones de trabajo que se prolongaban hasta 12 horas y jamás se levantaba para ir al baño. La matanza de 1968 y el Halconazo de 1971, lo marcaron de por vida y aún vive para contarlo, si quiere.

Durante su presidencia 1970-1976, el dogma presidencial se estableció en todos los términos: el presidente era y (aunque así no fuera) tendría que ser, el más sabio, el más listo, el más rápido, el mejor… Ese dogma se alargó un periodo sexenal al concluir José López Portillo, quien lloró en su último informe… Fue la oficina de la Presidencia de Miguel de la Madrid quien anunció que, el señor presidente tomaría unos días de reposo debido a un resfriado, sí, también la gripe ataca al portador de la milagrosa banda presidencial.

Cuando inició su sexenio en 1970, un servidor tenía apenas cinco años. Recuerdo la visita presidencial, desde el balcón de la casa de mi abuela para verlo pasar, los balcones abarrotados de las casas del Centro Histórico de la ciudad capital de mi estado.

Abajo en las banquetas repletas de gente en vallas con banderines tricolores. Por la mañana temprano, tocaron el timbre, eran empleados del gobierno del estado y dejaban en cada casa una caja llena de confeti tricolor. La orden era echar puños de confeti al paso del automóvil descubierto en el que iba de pie saludando como recitando: “Arriba y adelante”, enfundado en una guayabera y al sol, la sonrisa rígida, los lentes y la reluciente calva deportiva.  

Vicente Fox fue intervenido quirúrgicamente de la columna; Felipe Calderón apareció durante varias semanas con un cabestrillo que le sujetaba el brazo que, se dijo, se lastimó tras sufrir una caída de bicicleta (hubo conjeturas periodísticas de si hubiera sido ésa u otra la causa de su accidente); Enrique Peña Nieto fue intervenido quirúrgicamente de la tiroides y adelgazó en extremo (se especuló que estaba enfermo de un mal incurable). Ayer se avisó que el presidente López Obrador había sido hospitalizado para un procedimiento de cateterismo cardiovascular, antes y ahora abordó directamente el infarto que padeció hace 8 años y hasta habló de su “testamento político” y también dos veces fue reconocido oficialmente que tuvo covid-19.    

Antes, la salud presidencial se entendía como un tema del que no era conveniente hablar, porque se daba por hecho que era perfecta, sólo por ser la salud presidencial. Ellos –los presidentes– sólo eran de carne y hueso en los rumores populares.

Don Luis Echeverría ha sido el presidente más longevo de la historia, Emilio Portes Gil (1928-1930) llegó a los 88 y Porfirio Díaz, a los 85. Daniel Cosío Villegas le dedicó un libro: El estilo personal de gobernar y todavía no podemos decir “adiós guayabera mía”.

 

La energía vital de Luis Echeverría le permitió profetizar. En cierta ocasión expresó que para permitir que la obra de un presidente de México logre sus efectos, se requieren 50 años de mandato y no sólo seis. Aquí hablaba por sí y para sí. LEA, por sus siglas, ha sido el presidente más obsesionado con el poder y el más longevo. Con él no cabe duda aquel pensamiento: la vitamina P todo lo cura y si es de la buena, te permite llegar a la eternidad.

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