Logo de Excélsior                                                        

Pigmentocracia y racismo inverso

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

 

 

Ni somos ni nacemos iguales. Es importante tener los mismos derechos ante la ley, pero eso resulta insuficiente cuando las oportunidades son tan dispares y, peor aún, cuando en la sociedad perduran resabios clasistas, racistas y xenófobos, prejuicios que hacen que para unos las cosas sean mucho más difíciles que para otros.

Es de elemental justicia buscar que el terreno se empareje para que sean los méritos, el esfuerzo y las capacidades los que determinen el lugar de cada persona en el ámbito profesional, en vez de la cuna, nacionalidad, género, pertenencia étnica, preferencia sexual o color de piel. Combatir efectivamente cualquier forma de discriminación debiera ser factor de unidad nacional, pero su uso demagógico aviva la polarización.

En un programa de televisión, conducido por Genaro Lozano, la panelista Estefanía Veloz quiso ilustrar el elitismo de la Fórmula Uno, que felizmente seguirá realizándose en la Ciudad de México, con el fenotipo de sus asistentes, asegurando que ahí se acredita la “pigmentocracia”, refiriéndose a la preponderancia política y económica de personas blancas en un país donde predomina la tez morena. Dicho comentario generó intensa polémica en redes sociales.

Estudios, como el que coordina Patricio Solís en El Colegio de México, demuestran correlación –si bien no única ni determinante– entre el tono de piel y cargos directivos. Encuestas no dejan lugar a dudas: nuestra sociedad es extendidamente discriminante.

Los promotores de la 4T personalizan el tema y se lanzan contra los privilegiados de nacimiento, a quienes identifican con los opositores a su proyecto. De esta manera, lo que es un profundo problema estructural se convierte en expresión de la perversa voluntad de los adversarios del régimen. Curioso deslinde, porque bastaría con ver al gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador para constatar que son parte de lo mismo.

No hace mucho, un comunicador oficialista estigmatizó a la comunidad de una universidad privada en un medio público, y antes a los participantes de una marcha opositora, por su clase social, con la intención de descalificar moralmente a disidentes, pues pretenden ligarlos a la defensa de privilegios aberrantes.
Es parte de la narrativa épica reiterada hasta la saciedad por la propaganda gubernamental que necesita de enemigos poderosos a los que derrotar, así
sean inventados.

Repiten que no existe racismo inverso como si eso diera derecho a ofender, bullear y ridiculizar a personas por tener genes de un grupo socialmente favorecido. Si bien éste es un aporte teórico valioso que ayuda a no confundir la discriminación como parte de un enraizado esquema de dominación sobre grupos históricamente relegados de lo que son prejuicios y agresiones no sistémicas, la Constitución está en lo correcto al no hacer tal distinción y prohibirlas igualmente.

Al asociar privilegios raciales y de clase con opositores, se discrimina a minorías políticas en pos del autoritarismo. Tan grave como eso es la impostura. Ubicado el problema en las desventajas de origen, se debieran implementar políticas públicas dirigidas a revertirlas, pero lo que se ve es decepcionante.

Educación y Salud son los dos grandes pilares de la igualdad social. Pero en la primera regresó el control de plazas a burocracias sindicales, dañando el derecho de los más pobres a una educación de calidad. La cancelación del Seguro Popular y de los suplementos alimenticios a los niños va contra la evidencia, lo mismo que el fin de Prospera y el cierre de Estancias Infantiles que ayudan a madres trabajadoras y contribuyen al desarrollo en la primera infancia. Brillan por su ausencia las Acciones Afirmativas que beneficien a sectores marginados, se debilita al Coneval y la militarizada Guardia Nacional persigue migrantes en pobreza.

Es irresponsable que desde el poder se remuevan resentimientos sociales en la lucha política; está visto que la cuestión racial es materia inflamable que puede salirse de control si se le azuza con fines facciosos. Transferir dinero en efectivo genera clientelas y compra de votos, pero no significa un cambio estructural a favor de la igualdad ni atenta contra la pigmentocracia.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de Fernando Belaunzarán