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Tenemos que hablar

Fabiola Guarneros Saavedra

Fabiola Guarneros Saavedra

Mensaje directo

 

Han pasado 9 días de la tragedia ocurrida en el colegio Cervantes de Torreón. Durante este tiempo hemos conocido detalles del complicado entorno familiar del niño de 11 años que disparó dos armas aquel viernes 10 de enero. No fueron los videojuegos ni la fascinación que sentía por la masacre en Columbine (1999), tampoco sufría de bullying en la escuela; sus acciones fueron sembradas en su contexto familiar y social.

¿A qué me refiero? A que ese niño creció en una sociedad que ha normalizado la violencia, que permite la agresión física, verbal, emocional o económica en los entornos que debieran ser los más seguros para los menores de edad: la casa, la escuela y su comunidad.

Ese chico es el rostro de los miles de niñas y niños que viven en un país donde las armas se consiguen fácilmente en la ilegalidad —desde una pluma pistola hasta una de uso exclusivo del Ejército—; ese menor es uno de los tantos expuestos al crimen organizado, al narcomenudeo, a la trata.

Ese niño que mató y murió en Torreón puede estar viviendo en este momento en cualquier municipio de nuestro país, en el seno de una familia colapsada o dedicada a actividades ilegales.

Por eso tenemos que hablar de las causas, de los factores que son caldo de cultivo de entornos violentos y de situaciones delictivas, de tragedias irreparables: impunidad, tráfico de armas, homicidios, desapariciones, abusos sexuales, familias que se dedican al crimen.

Cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional indican que en los últimos 10 años (2009-2019) ingresaron a México dos millones de armas de forma ilegal (200 mil por año), y el 70% de éstas provenía de Estados Unidos.

En agosto del año pasado, el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, informó que un millón 679 mil 884 armas ilegales circulan por nuestro país. Dos de esas armas estaban en la casa del niño de Torreón y pertenecían al abuelo, las dos sin permisos, ilegales, de uso exclusivo del Ejército y de corporaciones policiacas.

Datos de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) revelan que desde el 2000 y hasta el cierre del 2019, cerca de 21 mil niñas, niños y jóvenes fueron víctimas de homicidio doloso.

Juan Martín Pérez García, director ejecutivo de Redim, dijo en el programa Punto y Coma, de Excélsior TV (miércoles 15 de enero), que en nuestro país hay 11 mil menores desaparecidos y cada día 3 son asesinados y desaparecen a 4 niñas y niños, en total impunidad.

Y a esa realidad hay que sumar el entorno familiar tóxico, porque ahí se enseña la violencia, el uso de las armas, se delinque, se “lava” dinero, se vende droga, se secuestra o se explota laboral o sexualmente al menor. Ocho de cada 10 abusos sexuales contra la niñez suceden en silencio en las familias.

La impunidad (99 es la tasa según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana) la ausencia del Estado favorecen estos ambientes hostiles que corrompen y dañan el tejido social.

Por eso tenemos que hablar de las causas de la violencia y revisar qué pasa en nuestros hogares, cómo están nuestras familias, cómo se comportan los miembros de nuestra comunidad, cómo nos relacionamos con la autoridad y nuestros legisladores.

Autoridades tienen la obligación de parar el tráfico de armas y cuestionarse por qué las familias mexicanas se están armando, por qué recurren al mercado negro, por qué siguen apareciendo los “justicieros”, por qué hay víctimas de balas perdidas, y actuar en consecuencia.

Gobernantes tienen el mandato constitucional de garantizar la seguridad de los ciudadanos mexicanos y para ello tienen que combatir la criminalidad, no ser omisos o cómplices de los delincuentes. Frenar las actividades ilícitas antes de que la muerte de una maestra y el suicidio de un menor ponga al descubierto las prácticas ilegales de una familia que operó bajo el manto de la impunidad.

Tenemos que hablar de la violencia y sus formas de expresión.

Reflexionemos sobre estos puntos, no distraigamos el debate. La seguridad es un tema sensible para todos nosotros, igual que la salud; por eso hablemos de los problemas, de las causas, de las fallas, reconozcamos los errores, busquemos soluciones, escuchemos a todos, revisemos las propuestas de ley, las políticas públicas, las medidas anticorrupción, pero no nos distraigamos con debates sobre videojuegos o rifas de avión.

 

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