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Turquía: claroscuros en el manejo de la epidemia

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Comparada con su vecino iraní, Turquía ha resultado mucho menos golpeada por la pandemia del COVID-19. Mucho tiene que ver con eso la prontitud con la que se actuó, pues desde el 10 de enero, tan sólo diez días después de que China informara a la OMS acerca del coronavirus, el ministro de salud turco, Fahrettin Koca, instaló un Cuerpo Científico Consultivo a cargo de planear las estrategias a seguir ante lo que se veía venir.

Así fue que desde el 11 de marzo, cuando todavía no se había registrado ni el primer caso en el país, el citado ministro de salud se dirigió a la nación advirtiendo que había que empezar a tomar medidas, ya que la avalancha del virus se avecinaba. Se inició con la orden de confinamiento para enseguida  anunciar el cierre de actividades económicas no esenciales; de escuelas, de fronteras y la suspensión de vuelos y arribos terrestres desde el extranjero, además de todas las precauciones adicionales ahora bien conocidas en todo el mundo.

Desde febrero, el ministro Koca emprendió la adquisición de material sanitario y médico necesario para la atención de quienes resultaran infectados, y todo ello contribuyó a que, a pesar de que se han registrados poco más de tres mil decesos hasta el día de hoy, desde el 24 de abril el número de pacientes recuperados diariamente ha superado la cifra de nuevos casos. Este dato es uno de los indicadores más confiables de que la epidemia está ya en retroceso.

Por otra parte, el camino de la recuperación económica de Turquía está siendo problemático. Que desde antes de la pandemia la situación fuera ya crítica ha hecho que las dificultades en esa área hayan crecido extraordinariamente, tal como sucede en tantas y tantas naciones. Pero un aspecto ciertamente preocupante de cómo se han dado las cosas en Turquía se refiere al respaldo que desde espacios del poder político y religioso nacional se ha brindado a narrativas que relacionan causalmente la homosexualidad y el adulterio con las enfermedades y la epidemia misma.

En un sermón del 24 de abril pasado, Ali Erbas, quien encabeza el Directorio de Asuntos Religiosos de Turquía, lanzó esas acusaciones, las cuales fueron criticadas por las organizaciones de derechos humanos y por las propias agrupaciones que representan al conglomerado LGBT.

Peor aún, en la medida en que el presidente Erdogan tiene a Erbas como uno de sus hombres cercanos y compartiendo, además, la vertiente religiosa islámica sobre la cual Erbas ha construido su aproximación al tema, Erdogan de inmediato salió en defensa de dicho personaje, señalando que “un ataque a Erbas es un ataque contra el Estado”, acusando, también, a los quejosos de estar erosionando los valores religiosos con su crítica. Varios altos funcionarios más se lanzaron también a la cargada, como el ministro del interior Süleyman Soylu (con el hashtag #AliErbasisnotalone), lo mismo que los directores de las facultades de teología, quienes emitieron una declaración confirmando que la homosexualidad va en contra de las enseñanzas islámicas.

El hecho es que esta situación se inserta dentro de una atmósfera de creciente homofobia en Turquía, donde, a pesar de que la diversidad sexual no es ilegal, la comunidad LGBT sigue estando, y ahora más que antes, sujeta a abusos, discriminación, violencia e, incluso, asesinatos, dado que ha corrido la versión, estimulada por los dichos de un buen número de altos funcionarios gubernamentales, de que los homosexuales son portadores del virus.

Una anécdota que ilustra hasta qué grado esos prejuicios son dominantes es la siguiente: el museo de arte moderno de Estambul convocó a una actividad en línea para los niños de todo el país invitándolos a dibujar arcoíris y colocarlos en las ventanas de las casas para alegrar el opresivo ambiente del confinamiento. La propuesta recibió un rechazo desde diversos frentes, al grado de que el sindicato de maestros notificó que varias autoridades del sector educativo avisaron a directores de las escuelas que no permitieran a sus niños participar en el proyecto debido a que se trataba de un complot de la comunidad LGBT para convertir a los niños en gays. Como se ve una vez más en este caso, crisis como la actual tienen la capacidad de sacar lo mejor de muchos y, también, lo peor de otros tantos.

 

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