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Túnez: buenas noticias para las mujeres

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Las cosas regresaron a un estatus parecido al que prevalecía anteriormente, con el agravante de que en el camino se perdieron, sin provecho alguno, numerosas vidas, recursos y esperanzas. Egipto, Libia y Siria ni están hoy en mejores condiciones que antes de 2011, ni se prevé que puedan lograrlo en el futuro próximo. Violencia, pobreza, desempleo, autoritarismo gubernamental, injusticia, impunidad y falta de horizontes prometedores para la juventud han quedado ahí, como si fueran maldiciones nacionales de las que ha sido imposible escapar.

Sólo Túnez, el pequeño país árabe norafricano donde las protestas iniciaron, ha sido capaz de superar varios de los retos y moverse hacia una situación que si bien no es óptima, es, sin duda, mejor que la de antes. Se han celebrado elecciones con un aceptable nivel de democracia y han emergido de ellas gobiernos como el actual, encabezado por el presidente Beji Caid Essebsi, que ha conseguido, entre otras cosas, impulsar una agenda social dirigida a liberarse de los nefastos excesos del fanatismo religioso islamista, para generar así una atmósfera de respeto e igualdad mayor hacia las mujeres. 

En una reciente alocución televisiva del presidente Essebsi con motivo del Día Nacional de las Mujeres, anunció que en virtud de que la igualdad de género como valor ya está incluida en la constitución del país, él respalda la iniciativa de que las mujeres puedan recibir herencias en términos iguales que los hombres, argumentando que, a pesar de que en la sharía o ley islámica el varón debe recibir al menos el doble que las mujeres, se trata de un asunto entre seres humanos, señalando que “Dios y su mensajero han dejado ese tema en manos de nosotros”.

En febrero pasado, el recién formado comité sobre libertades individuales e igualdad dio su informe. Su vocera, de nombre Bojra Bel Haj, se congratuló de que comparativamente con el resto de los países árabes hermanos, la agenda feminista en Túnez ha progresado notablemente. Aunque aún se discuten asuntos como si se permitirá que los hijos porten el apellido materno, está ya aprobado que mujeres puedan casarse con no musulmanes, que deben recibir pagos iguales a los de los hombres por el mismo trabajo y que de ningún modo un violador puede escapar a su castigo merecido casándose con su víctima, tal como era aceptado tradicionalmente en esas regiones. Esta última modificación legal fue, incluso, imitada en Líbano y Jordania.

También vale la pena mencionar que el año pasado se criminalizó en Túnez la violencia doméstica y se legisló para dar asistencia a las víctimas de ésta. Aunque la religión sigue siendo en Túnez la principal fuente de legislación para tratar los temas de matrimonios, divorcios, custodia de los hijos y herencia, los cambios experimentados dan fe de que si existe la voluntad, siempre es posible encontrar interpretaciones capaces de legitimar adaptaciones necesarias que apunten al ejercicio del respeto por los derechos humanos elementales. 

Al parecer, hasta ahora, en el caso tunecino, los elementos extremistas religiosos del país —que los hay en buena cantidad— no han logrado detener la ola progresista, no obstante su rechazo a los cambios. Mientras tanto, en otros espacios del mundo árabe, Arabia Saudita, por ejemplo, de la que mucho se ha hablado recientemente ya que el príncipe Muhamad bin Salman permitió a las mujeres conducir automóviles y asistir a los estadios deportivos, nos llega esta semana la noticia de que su fiscalía pública ha pedido la pena de muerte para una mujer chiita acusada de participar en las protestas que se dieron en 2011, en el marco del reclamo de la minoría chiita en Arabia, debido a la discriminación que sufren dentro de ese reino eminentemente sunnita.   

Es evidente así que la causa de la igualdad femenina se mueve con velocidades y ritmos distintos en los diferentes espacios, sin embargo, es esencial entender que por más que las legislaciones innovadoras contribuyan sustancialmente a romper con los esquemas del pasado, es, sobre todo, en el terreno de la educación familiar y escolar, desde los mensajes emitidos por los medios y las autoridades, lo mismo que dentro de la atmósfera cultural que se respira en la vida cotidiana, donde el esfuerzo por modificar los tradicionales patrones de convivencia social tiene su mayor reto.

 

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