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Reconversión del museo Hagia Sophia en mezquita

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

La sucesión histórica de dominios imperiales tiene como uno de sus registros topográficos la transformación de los espacios centrales de las culturas conquistadas en algo distinto. En ese aspecto, la intención de los imperios triunfantes ha sido, fundamentalmente, la de borrar los vestigios de lo que hubo en esos sitios para imprimirles nuevas formas y contenidos que transmitan el mensaje de quienes son ahora los amos que dominan. Catedrales construidas por encima de templos prehispánicos, sinagogas vueltas iglesias e iglesias incrustadas en mezquitas, tales son ejemplos de la inclemente voluntad de los nuevos propietarios por imponer su rostro colectivo.

Uno de esos casos hoy en curso ante nuestros ojos es la intención anunciada por el gobierno turco, encabezado por Recep Tayyip Erdogan, de transformar el espectacular museo de Hagia Sophia, en Estambul, en mezquita. Se trata de una magna estructura que originalmente fue construida como catedral en la Constantinopla del siglo VI, pero que fue convertida en mezquita a partir de la conquista otomana de 1453. A lo largo de centurias tal fue su fisonomía, hasta que hacia 1934, en el contexto del régimen de Mustafá Kemal Ataturk, pasó a ser la sede de un riquísimo museo revelador de la trayectoria histórico-cultural experimentada en esas tierras, testigos elocuentes de tantas epopeyas y vuelcos en el devenir de los distintos poderes imperiales que ahí dejaron su impronta.

La islamización creciente de Turquía como proyecto central de Erdogan en su larga presencia como jefe de Estado, incluye, sin duda, el borramiento de lo que fue la república secular implantada por Ataturk en la década de los años veinte del siglo pasado. Aunque es evidente que no se trata únicamente de reforzar el perfil islámico del país, sino también, en este caso específico, de apelar por medio de este proyecto a los votantes nacionalistas y religiosos en estos tiempos de presiones económicas graves derivadas de la crisis por el covid-19. La corte turca ya está en estudio de los argumentos esgrimidos por el presidente para poner fin a los 86 años de vida del lugar como museo y convertirlo, de nuevo, en una gran mezquita.

Al respecto, Soner Cagaptay, director del Programa de Investigación sobre Turquía en el Instituto para las políticas del Cercano Oriente en Washington, ha comentado: “…el museo fue una pieza central en el intento de Ataturk de crear una república secular que mirara hacia Europa; un siglo después, Erdogan está llevando a cabo su propia revolución… modelar a Turquía a su imagen, socialmente conservadora, políticamente islamista y de cara al Cercano Oriente…él está usando Hagia Sophia para remarcar su propia revolución, a saber, una revolución que inunde el espacio público de Turquía, su educación y su gobierno, con religión”.

En cuanto al aspecto meramente político de esta iniciativa, todo indica que constituye una eficiente arma electoral para reforzar al partido de Erdogan, el AKP, después de la derrota que sufriera en la última elección municipal en Estambul, cuando el puesto de alcalde fue ganado por su rival del Partido Republicano del Pueblo, Ekrem Imamoglu, un político cosmopolita opuesto a la reconversión del museo. Esta oposición, por otra parte, lo pone en riesgo de perder parte de su base electoral que quizá estaría tentada a abandonarlo al percibirlo como desleal a los valores islámicos que tanta fuerza han adquirido en estas dos décadas.

Por ahora, la crítica más dura que ha recibido el intento de reconversión ha provenido del patriarca Bartolomeo, líder espiritual de los cristianos ortodoxos de Turquía, quien advirtió que la medida va a provocar discordia entre cristianos y musulmanes en el mundo. En la misma línea se expresaron distintos líderes griegos, quienes aprecian Hagia Sophia como uno de las más importantes herencias culturales del cristianismo ortodoxo. Del otro lado del mundo también apareció la crítica: intervino el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, aduciendo lo lamentable que sería perder un espacio que ha servido de puente entre diferentes fes, culturas y tradiciones, además de que constituye un sitio catalogado por la Unesco como patrimonio de la humanidad.

Falta ver cómo se inserta esta crítica en la compleja relación de Erdogan y Trump, pues, como se ha registrado tantas veces, hay una tendencia muy marcada a que ambos mandatarios ejerciten a conveniencia de sus intereses prioritarios del momento un pragmático toma y daca que podría ser decisivo para el destino que se le depare a Hagia Sophia.

 

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