Logo de Excélsior                                                        

Israel: normalización en curso y nuevo gobierno

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

El covid-19 apareció en Israel antes que en el continente americano y logró ser domado mediante una política sanitaria con abundantes pruebas y un control estricto de los contagiados o de los sospechosos de portar el virus. Sofisticados mecanismos tecnológicos sirvieron para rastrear las rutas posibles por donde se movía la pandemia, además del ordenamiento de que cualquier persona que arribara al país, ya fuera nacional o extranjera, debía guardar catorce días de confinamiento obligado. Todo ello sumado, por supuesto, a las directrices de permanecer en casa, respetar la distancia social, usar cubrebocas, etc. El caso es que con la curva de contagios en evidente descenso, y con una contabilización total de 266 decesos, poco más de 16,500 contagiados y ningún miembro del personal médico o sanitario fallecido, el país ha entrado ya en el proceso de reinstalación paulatina, pero firme, de la normalidad.

A la par, Israel inaugura mañana su nuevo gobierno, después de una larga espera, pues tras dos procesos electorales en 2019 —que no lograron producir una coalición gobernante— es hasta ahora que, como producto de una tercera elección, entrará en funciones el nuevo gobierno, calificado como de emergencia nacional y encabezado por Benjamin Netanyahu, quien, paradójicamente, logró hacerse del cargo a pesar de tener que enfrentar, a partir del 24 de mayo próximo, un juicio por las acusaciones que pesan en su contra por soborno, abuso de confianza y corrupción. Ello gracias a que, al amparo de la crisis por covid-19, su principal opositor, Benny Gantz, del partido Azul y Blanco, aceptó unirse al Likud, de Netanyahu.

Se tratará de un gobierno que agrupa a fuerzas políticas de derecha y de centro, junto con los dos partidos religiosos ultraortodoxos los que han sido acompañantes fieles de Netanyahu a lo largo de sus más de once años de gobiernos consecutivos. Si bien se ha anunciado que su prioridad en los próximos seis meses será manejar la salida de la pandemia y resolver sus secuelas económicas de la forma más adecuada posible, se ha presentado a la opinión pública otro objetivo más: someter a consideración y votación —dentro del gabinete y en la kneset o parlamento— la anexión de cerca del 30% del territorio de Cisjordania, específicamente los bloques de asentamientos judíos y el Valle del Jordán.

Tal anexión ha sido, en el último año y medio, uno de los ofrecimientos más constantes de Netanyahu en calidad de promesa de campaña a fin de atraer a más votantes de la derecha. Lo que refuerza este propósito es, sin duda, la aprobación que el presidente Trump le ha manifestado, a pesar de que una anexión unilateral infringe la legislación de derecho internacional, la cual condena, abiertamente, ese tipo de prácticas.

La postura del mandatario norteamericano no tiene que ver con cálculos relacionados con la dinámica del Medio Oriente, sino, sobre todo, con su intención de complacer a la amplísima base de evangélicos en Estados Unidos que han votado por Trump en función de considerarlo un político capaz de tomar ese tipo de decisiones, las cuales apuntalan la concepción mesiánica de los evangélicos. Para ellos, la segunda venida de Jesucristo requiere, previamente, de la concentración del pueblo judío en la totalidad de la tierra consagrada para éste en el texto bíblico. Ahora que Trump batalla por reelegirse, retener a esta base electoral que abarca más de una cuarta parte del electorado le resulta fundamental. Así que, para quienes en Israel aspiran a la anexión, este momento constituye una ventana de oportunidad que debe de aprovecharse, más aún si el riesgo es que Biden lo sustituya a partir del 2021.

Sin embargo, para muchos israelíes es claro que la anexión unilateral proyectada no puede sino acarrear una verdadera catástrofe para su país y para la de por sí convulsa región en la que viven. Desde ya aparecen las sombras: Jordania advierte que en ese caso podría romper su acuerdo de paz con Israel; la Liga Árabe ya declaró que la anexión es inaceptable y, por tanto, significaría un descalabro en las frágiles relaciones tejidas recientemente entre Israel y naciones árabes sunitas; una buena cantidad de países miembros de la Unión Europea han dado aviso de que tal paso podría ser sancionado por ellos con una ruptura de acuerdos comerciales y de cooperación; el candidato Biden ha expresado su desacuerdo con esa medida la cual, además, abriría la puerta a una posible nueva intifada palestina en el área, así como a una respuesta violenta del Hamas que gobierna Gaza. En síntesis, al escamotear la posibilidad de concretar la fórmula de “dos Estados para dos pueblos” se estaría abandonando la posibilidad de conseguir un arreglo negociado que permitiera convivir a ambos pueblos en paz y con dignidad.

 

Comparte en Redes Sociales