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Irán e Israel: cambios en puerta

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Curiosamente, dos enemigos acérrimos coinciden en estar a punto de dar un viraje importante en lo que se refiere a la conformación de sus respectivos gobiernos. Mientras en Israel está por prestar juramento mañana una nueva coalición gobernante que logró mandar a la oposición al partido Likud y a Benjamín Netanyahu tras 12 años consecutivos de hegemonía política, en Irán los comicios presidenciales que se celebrarán el 18 de junio, muy probablemente le arrebatarán la gestión presidencial al bando reformista iraní.

¿Qué es lo que preludia el ascenso de una presidencia conservadora y apegada a las posturas duras de los Guardianes de la Revolución en el país persa? Simple y sencillamente que los siete candidatos que competirán son producto de una selección realizada por el Consejo de los Guardianes, el cual eliminó a cientos de aspirantes y dejó en la lid sólo a siete, de los cuales cinco pertenecen al bando conservador, mientras que los otros dos son personajes débiles y casi desconocidos, sin que en realidad se incluyera a ninguna figura destacada del bando reformista.

Es así que todo apunta a que el clérigo y actual ministro de justicia, Ebrahim Raisi, muy cercano al ayatola Khamenei, sea quien sustituya a Hassan Rohani en la presidencia. Lo que también se observa en estos comicios es que la democracia electoral de la que presume Irán es, cada vez menos, una democracia. El sólo hecho de que el Consejo de Guardianes sea el filtro que determine quién compite, y de que en esta ocasión ya ni siquiera se postule a algún reformista con trayectoria destacada y suficientes simpatizantes dispuestos a apoyar su candidatura, expresa la determinación del big brother Khamenei y su equipo cercano de que hay que imponer a quien ellos quieren en el puesto, sin riesgos, pero también sin abandonar la farsa de estar celebrando elecciones libres y democráticas.

No sorprende así que, de acuerdo con la más reciente encuesta, la intención de votar el próximo 18 de junio sea tan sólo de 34%, cifra baja en extremo si se compara con elecciones presidenciales previas en las que la afluencia a las urnas fue de entre 72% a 85%. Buena parte del público, desilusionado por el creciente deterioro económico, la catástrofe sanitaria por la pandemia, la acumulación de violaciones a los derechos humanos, la falta de libertades y, por añadidura, la inexistencia en la boleta electoral de algún personaje en el cual confiar y por el cual votar, ha decidido abstenerse. Flota en el ambiente un enorme desinterés por los comicios, de tal suerte que en la práctica empieza a afianzarse en Irán el modelo de dictadura de partido al amparo de procesos electorales que son, en realidad, una vil fachada sin sustancia.

Por otra parte, casi simultáneamente a la celebración de los comicios iraníes entrará en funciones un nuevo gobierno en Israel, en esta ocasión con Naftalí Bennett como primer ministro quien, a partir de un acuerdo de rotación, entregará el puesto, dentro de dos años, a Yair Lapid. Este nuevo gobierno, que jurará mañana en el parlamento o Knéset, está integrado por ocho partidos disímbolos en extremo, que, sin embargo, lograron llegar a un acuerdo de colaboración a fin de impedir que Netanyahu continuara en el poder. Se pronostica que tal diversidad hará imposible el avance en una serie de temas sobre los que el desacuerdo dentro de la propia coalición gobernante es profundo. Abordarlos con seriedad detonaría una inmediata disolución de este nuevo gobierno dependiente para sostenerse de una fragilísima mayoría. Por tanto, no está en la agenda, por ejemplo, abordar el conflicto palestino-israelí, sobre el que claramente hay discrepancias insalvables.

De hecho, es sabido desde ahora que las prioridades serán, principalmente, la aprobación del presupuesto —pospuesta por Netanyahu una y otra vez desde hace casi tres años—, la implementación de una reforma electoral que, entre otras cosas, elimine la posibilidad de reelección indefinida de la que han gozado anteriores primeros ministros y, por último, atender con mayor honestidad y eficiencia asuntos diversos relacionados con el desarrollo social.

Los temas que están en la agenda son pobreza, carestía de la vivienda, crimen y pandillerismo en aldeas y comunidades árabe-israelíes por mucho tiempo descuidadas, combate a la coerción religiosa impuesta en diversas áreas de la vida nacional a partir del poder ejercido por los partidos ultraortodoxos aliados de Netanyahu y, por último, fortalecer a las instituciones clave de la democracia israelí que sufrieron embates serios por parte de los gobiernos de Netanyahu, a los que les estorbaban los contrapesos institucionales. Descrito todo la anterior, habría que aclarar que los importantes cambios políticos que están en curso en Irán e Israel son irrelevantes en cuanto a la intensa rivalidad existente entre ambas naciones.

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