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¿Cuántos somos hoy en el mundo?

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Según los estudios demográficos realizados por el Banco Mundial en 1978, la población del planeta alcanzaba entonces los cinco mil millones de habitantes. De ahí partió la iniciativa de empezar a analizar sistemáticamente y con seriedad los factores inherentes al crecimiento poblacional global y sus consecuencias.

Desarrollo económico y social, planificación familiar, igualdad de género, salud materno-infantil y derechos humanos en general fueron considerados a partir de entonces como aspectos clave para evaluar los datos demográficos del presente y ofrecer, desde una perspectiva amplia, lineamientos de políticas públicas con miras al futuro.

En el marco de esas preocupaciones, la fecha del 11 de julio fue designada en 1989 por el Consejo de Gobierno de Naciones Unidas para el Desarrollo como el Día Mundial de la Población, por lo que justamente hace nueve días se emitieron las cifras correspondientes al tema demográfico en la actualidad.

En el planeta somos ya siete mil 700 millones de personas y se calcula que cada 14 meses la cifra se elevará en 100 millones. Así, si las tendencias continúan como van, para 2030 la cantidad total será de ocho mil 300 millones, y de nueve mil 800 millones para 2050.

  ¿Habrá recursos suficientes para sustentar ese crecimiento? ¿Qué trastornos se producirán en el de por sí frágil equilibrio ecológico en que vivimos? ¿Cuáles serán los desafíos para cada región, cada continente y cada nación? Porque no es lo mismo proyectar políticas públicas al respecto en el contexto del continente africano, que tiene las tasas de natalidad más altas del planeta junto con indicadores de desarrollo generalmente bajos, que hacerlo con la rica Europa donde la cifra de nacimientos ha caído dramáticamente con el consecuente envejecimiento de su población y las derivaciones negativas de este fenómeno en la esfera de la productividad y el crecimiento económico. Se está así ante el escenario de poblaciones decrecientes y envejecidas en los países desarrollados y, en contraste, poblaciones jóvenes y en aumento en países subdesarrollados.  

   Es en esa situación desigual donde puede insertarse el fenómeno de los amplísimos flujos migratorios de los que somos testigos en la actualidad. Porque, más allá de la violencia y las guerras responsables de la expulsión de millones de personas de sus entornos naturales, está la incontenible migración de quienes se ven obligados a exiliarse a fin de encontrar alternativas de empleo y sustento dignas que puedan proporcionarles un mejor futuro.

Por desgracia, ya bien sabemos de las convulsiones políticas, sociales e ideológicas que el fenómeno migratorio está provocando en nuestro presente, con su cauda de crisis humanitarias y campañas racistas que se fortalecen día con día, abriendo de nueva cuenta la caja de Pandora de muchos de los odios y prejuicios primitivos que creíamos haber superado tras la experiencia histórica brindada por las catástrofes del siglo XX. 

  El factor demográfico resulta así insoslayable para la planeación de políticas públicas dirigidas a fomentar el desarrollo con estabilidad, objetivo para el cual el crecimiento económico es sin duda fundamental. Pero para que éste pueda regularse de una manera apropiada tienen que contemplarse necesaria y paralelamente mecanismos redistributivos de la riqueza capaces de beneficiar a las mayorías poblacionales en cada lugar.

 Lo que también está fuera de duda en este tema es la urgente necesidad de promover la igualdad de género y el empoderamiento femenino, no sólo por su relación con los derechos humanos que le corresponden a la mitad de la población del planeta, sino también por constituir las mujeres el factor imprescindible para alcanzar la productividad exigida a fin de enfrentar el reto de la creciente masa de seres humanos que poblarán al mundo en el futuro cercano y que estarán demandando, con toda justicia, empleo, salud, educación, sustento y condiciones de vida dignas.

 

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