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Biden encara el desastre humanitario en Yemen

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Seis años de guerra civil, veinte millones de yemenitas azotados por la hambruna y las epidemias, un millón de niños infectados por el cólera, decenas de miles de muertos por los inclementes bombardeos, escenas dantescas de menores de edad escuálidos que nos recuerden imágenes de campos de concentración nazis o de niños de Biafra de fines de los años sesenta. Todo lejos de los reflectores de los medios de comunicación internacionales, impasibles ante la tragedia monumental que ocurre en el país más pobre del mundo árabe, donde 24 millones de personas, 80% de su población, dependen para su sobrevivencia de la ayuda humanitaria, a menudo bloqueada por alguno de los bandos en pugna. Y es que, desde hace poco más de un lustro, Yemen se convirtió en el ring donde Irán y los países árabes sunitas del Golfo, encabezados por Arabia Saudita, confrontados a muerte desde hace tiempo, decidieron medir fuerzas para marcar el territorio sobre el que aspiran desplegar su influencia y su control.

Cada cual, Irán y Arabia Saudita, tiene su respectivo luchador que se juega la vida en ese ring. El primero apoya a los rebeldes chiitas huthíes, y el segundo, acompañado de sus aliados en la zona de Golfo, pretende reinstalar en el poder a los representantes del que fuera el gobierno internacionalmente reconocido y que fue depuesto en 2015.

En esta lid, Estados Unidos brindó su apoyo desde un principio a la coalición militar encabezada por Arabia Saudita mediante asistencia logística e inteligencia compartida, además de que a partir de 2018 la administración Trump le proporcionó apoyo aéreo. La población civil yemenita quedó atenazada así en calidad de rehén, en medio del fuego cruzado de los combates terrestres y los bombardeos de la coalición.

Ahora, con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, parece anunciarse al fin un posible cambio en esta trágica contienda. En su primer discurso sobre política exterior, Biden declaró que cortaba el apoyo militar a las operaciones ofensivas de la coalición comandada por el reino saudita y nombró asimismo a un diplomático de carrera y alto oficial para asuntos árabes del Golfo, Timothy Lenderking, como enviado especial a Yemen. Personal de la Secretaría de Estado ha descrito a Lenderking como un excelente diplomático que conoce los entretelones del conflicto yemenita, sabe hilar fino y aspira genuinamente a terminar con el sufrimiento de la población civil. Uno de sus objetivos es apoyar a la ONU en las diversas iniciativas que ha lanzado a fin de promover negociaciones entre las partes y resolver la espantosa crisis humanitaria que prevalece desde hace tanto tiempo.

Concomitante con estos objetivos, ya en días pasados el presidente Biden decidió congelar la venta de aviones de combate F-35 y demás armamento sofisticado a Emiratos Árabes y Arabia Saudita; venta que en los últimos días de su mandato Trump aprobó, en el contexto de su gestión de los Acuerdos Abraham, para normalizar relaciones entre Israel y esos Estados árabes. Ello hasta no revisar el impacto que tal surtido de arsenales tendría sobre la guerra en Yemen y el entorno regional, ya que es evidente que una mayor disposición de armamento sofisticado sólo prolongará, en este caso, el sufrimiento de tantos millones de civiles. De igual manera, la administración Biden está revisando la decisión de Trump durante los últimos días de su gestión, de designar a los huthíes como organización terrorista, lo cual, entre otras consecuencias, tiene la capacidad de obstaculizar negociaciones promovidas por Naciones Unidas a fin de reducir las tensiones y significar, además, un descalabro para las raquíticas actividades económicas y financieras que aún sobreviven en el país.

Diversas agrupaciones internacionales dedicadas a la defensa de los derechos humanos y resolución de conflictos han hecho declaraciones positivas acerca de esta nueva visión presentada por la actual administración en Washington, aunque afirman que se trata tan sólo de un primer paso. Señalan que habrá que desplegar muchos más, incluida una advertencia a Irán de que, así como se está poniendo un alto a la manga ancha que prevaleció respecto a lo que se les permitió hacer al reino saudita y sus aliados en territorio yemenita, tampoco se tolerará mayor injerencia de Irán en esa área donde aspira a asentar su presencia como punta de lanza del poder islámico chiita.

 

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