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Anula Biden prohibición de Trump hacia musulmanes

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

En enero de 2017, una semana después de haber asumido la presidencia, Trump emitió una orden ejecutiva para prohibir la entrada a Estados Unidos a ciudadanos de siete países de mayoría musulmana: Irán, Irak, Libia, Somalia, Siria, Sudán y Yemen. La justificación para ello era la seguridad nacional, al asumir que existía un alto riesgo de posibles actividades terroristas por parte de los miembros de esas naciones. Esa intempestiva decisión provocó, en su momento, desconcierto, escenas de caos en los aeropuertos, protestas populares y demandas. Y aunque Irak fue retirado de esa “lista negra” poco tiempo después, el año pasado la administración Trump impuso restricciones al ingreso de nacionales de Eritrea, Kirguistán, Myanmar, Nigeria y Tanzania.

Con esas decisiones, Trump no sólo traicionó la tradición humanitaria de Estados Unidos como refugio para los perseguidos, sino que atizó, al mismo tiempo, el prejuicio antimusulmán que anidaba en los corazones de muchos norteamericanos, para quienes el conglomerado musulmán en su conjunto era temible, peligroso y una fuente indudable de violencia asesina. Con ello el entonces presidente reforzó en buena parte de su electorado la incapacidad de reconocer la diferencia entre un jihadista que se explota y una familia siria que huye del infierno en que se había convertido su patria.

Ni qué decir que la población musulmana de Estados Unidos vio en esos momentos amenazada su seguridad, pues qué mejor coartada para los supremacistas blancos violentos que la postura de su presidente, ratificadora de que en cada hombre, mujer y niño musulmán reside un potencial terrorista. Los ataques a ellos empezaron a proliferar, como también ocurrió con los latinos y los judíos, bajo el paraguas que les brindaba a sus agresores esa ambigüedad mañosa de los discursos de Trump, quien mezclaba un presunto respeto a las minorías, con muy claras muestras de que los ku klux klanes, los neonazis y los adeptos a las teorías de la conspiración de toda laya eran, finalmente, “buenas personas”, como también fueron “buenas personas”, ya hacia el final de su mandato, los Proud Boys y los miembros del Q-Anon, reconocidos por su racismo, su antisemtismo, su antiislamismo y su misoginia.

Por fortuna, Joe Biden ha eliminado, en el primer día de su gestión como presidente, la mencionada prohibición de entrada a su país de los conglomerados a los cuales Trump vetó. Junto con la detención de la construcción del muro con México, el regreso al Acuerdo de París y al seno de la Organización Mundial de la Salud, el mantenimiento del programa DACA y un más estricto y sensato manejo de la pandemia que tantas vidas ha segado, ha enviado el mensaje de que Estados Unidos retoma el camino de ser una nación que acoge a los inmigrantes y a los refugiados de manera racional y no a partir de criterios fundados en estereotipos y prejuicios.

Ahora bien, la reversión en la política migratoria se encuentra hoy en su primera etapa y la pandemia en curso significa que los trabajos de embajadas y consulados de Estados Unidos en los diferentes países en los que existe representación se están desempeñando en cámara lenta, por lo que el cambio emprendido por Biden tardará tiempo en recrear la normalidad que existía en la era preTrump. Simultáneamente, organizaciones de apoyo a la inmigración están llamando al Congreso a enmendar el Acta de Inmigración y Naturalización para asegurar que ninguna futura administración pueda imponer un veto a la manera en que lo hizo Trump, sin ofrecer evidencia firme que lo sustente.

También están pidiendo a Biden que cumpla su promesa de admitir a 125 mil refugiados en 2021, comparados con los 15 mil que fueron recibidos por Trump. Un ejemplo de cómo se dieron las cosas entonces es que en 2016 el número de refugiados musulmanes recibidos había sido de 40 mil, mientras que en 2020 la cifra se redujo a tan solo 2,500. Junto con la eliminación del veto de Trump, Biden ha anunciado que enviará al Congreso una iniciativa de legislación que incluya políticas de promoción a la inclusión e integración de quienes sean aceptados en el país, además de la aprobación de recursos para la enseñanza del inglés y la asistencia personalizada para la posibilidad de convertirse en ciudadanos de Estados Unidos.

Esta disposición a abordar el tema de los refugiados y la inmigración a través de una lente muy distinta a la que usaba Trump constituye, sin duda, una muy buena noticia también para México, ya que asoma en ese mismo horizonte la posibilidad de concreción de la ansiada reforma migratoria para legalizar a millones de compatriotas nuestros que han vivido por tanto tiempo en condiciones de fragilidad e inseguridad altamente desgastantes.

 

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