Romantizada por el cine de Hollywood, la piratería fue y sigue siendo un arma económica, pero sobre todo política; se ganan recursos que pierde el adversario, un juego suma cero. Los piratas anglo-americanos que saquearon ciudades y embarcaciones españolas en Europa y el Mar Caribe durante los siglos XVII y XVIII contaron con la anuencia de la corona inglesa al trabajar para su interés.
Caso emblemático el de Francis Drake, famoso por circunnavegar el globo terráqueo (1577-1580), fue también un exitoso pirata, nombrado “Sir” y formó parte del parlamento de Isabel I de Inglaterra a finales del siglo XVI, tras significativas aportaciones a la disputa por la hegemonía global frente a España.
Con doble rasero y el perpetuo afán de extender su jurisprudencia allende su territorio, una vez que la piratería sirvió al Reino Unido para controlar las codiciadas rutas marítimas atlánticas —ya entrado el siglo XIX—, Londres decidió ilegalizar la piratería, que le sirvió para justificar incursiones coloniales en Asia y África.
Herederos del imperialismo anglosajón en América, Donald Trump y Estados Unidos reeditan para el siglo XXI un nuevo episodio de piratería en el Caribe mediante operaciones navales contra buques con petróleo venezolano, tres al cierre de 2025. Abordaje e incautación del Skipper el 10 de diciembre, so pretexto de un “warrant” federal del Departamento de Justicia; intercepción del Centuries el 20 de diciembre; y la persecución del Bella 1. Como membrete legal a la contravención del derecho aplicable en aguas internacionales, Washington dice actuar en función de sanciones contra PDVSA, China, Irán.
Cabe ponderar que la justificación jurídico-mediática de esta agresión imperial a Venezuela yace en el supuesto objetivo de combatir a los cárteles del narcotráfico y al fentanilo —etiquetados por Washington como organizaciones terroristas y arma de destrucción masiva, respectivamente—, empero, la soberbia de Trump le ha hecho admitir públicamente que el interés es recuperar el control de la mayor reserva hidrocarburífera en el mundo. Esto ha desatado memes y burlas, bajo el supuesto de que el petróleo venezolano le fue prometido a Estados Unidos hace tres mil años, alusión a la disparatada narrativa sionista para justificar el robo de territorio y genocidio en Palestina.
Con el avance del amasijo reaccionario y entreguista en algunos países de América Latina, Washington está de plácemes, pues crece el encono y la división de nuestra región. Muestra reciente, el choque por Venezuela entre Brasil y Argentina en la LXVII Cumbre de Presidentes del Mercosur (2025), Luiz Inácio Lula da Silva, soberanista; su contraparte argentina, Javier Milei, subordinado al intervencionismo norteamericano. Como bien anticipó el escritor nacionalista argentino, Arturo Jauretche: “Si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”.
No sería la primera vez que un país latinoamericano apoyase la intervención del imperialismo anglosajón en nuestra región, ese penoso papel ya lo jugó el Chile de Pinochet, cuya dictadura colaboró con la Real Fuerza Aérea británica durante la Guerra de las Malvinas (1982) en tareas de espionaje, e incluso movilizó tropas a la frontera con Argentina para hacerla retener sus mejores recursos en el continente.
Inaceptables los cuestionamientos y amenazas a la soberanía de México, que ante agresiones imperialistas ha observado una posición latinoamericanista y humanitaria, como lo es la colaboración histórica con la isla de Cuba.
