Recién vimos una escena vergonzosa en el Congreso: una diputada golpeó a otra en plena tribuna. Hay video. Hay testigos. No hay duda. Y aun así, horas después, salió frente a los micrófonos a decir que su partido no es violento. No es un error. No es un exceso. No es un malentendido. Es algo peor. Es la comodidad de la mentira cuando se vuelve rutina.
En la política de hoy, la mentira ya no provoca vergüenza, porque todo el mundo miente. Golpean y dicen que no golpearon. Roban y dicen que no robaron. Desaparecen instituciones incómodas y dicen que es por el bien del pueblo. Y lo hacen con absoluta tranquilidad, porque saben que no están solos. Cuando todos mienten, mentir deja de ser una falta. Se vuelve norma.
Y cuando la norma es la mentira, la conciencia se adormece. Ya no hace falta ocultar demasiado. Basta repetir el mismo discurso que repiten los demás. Basta alinearse. Basta no desentonar. Así es como muchos políticos terminan creyéndose su propia versión. La mentira, repetida todos los días, termina pareciendo verdad. ¿La ética? Para muchos hoy ya no es necesaria. Es un estorbo. Así, hoy vivimos en un país donde ya no escandaliza el golpe, sino quien se atreve a señalarlo.
Ahí está el meollo de este nudo gordiano que es la política mexicana: la pérdida de lo elemental. Hace más de 2,400 años, Aristóteles explicó con claridad que la ética y la política son dos expresiones de la misma moral. La ética es el examen moral del individuo; la política es la manera en que esa moral se expresa en lo colectivo.
Por eso, cuando se ejerce la política sin ética, no estamos frente a simples errores, sino frente a personas que han olvidado su función esencial. La política no existe para enriquecerse. No existe para blindarse. No existe para justificar la violencia ni para anestesiar la conciencia. La política existe para proteger el bien común.
Cuando vemos a representantes públicos comportarse sin freno moral —golpeando, mintiendo, negando lo evidente— no estamos viendo sólo corrupción. Estamos viendo una degradación profunda del ser humano investido de poder. Personas que han reducido la política a una técnica de supervivencia personal y que ya no se preguntan qué reflejan como individuos ni qué daño dejan al conjunto de la sociedad.
Ser político es un privilegio enorme. Es conducir los caminos de una nación. Es decidir sobre la vida, la libertad y la dignidad de millones de personas. Hoy muchos lo viven como una licencia para llenarse los bolsillos, justificar cualquier cosa y seguir adelante sin mirar las consecuencias. Y como todos lo hacen, como nadie paga costos reales, terminan convencidos de que están haciendo bien.
Ése es el problema de fondo: no la violencia ni la corrupción, sino una política ejercida sin ética, vaciada de su propósito original. Personas convencidas de que han triunfado en la vida porque entendieron un sistema y viven de él, para su beneficio personal y el de su clan.
A ellos les falta un examen más profundo de conciencia. Nadie puede vivir creyendo que hace el mal; creen que están haciendo bien. Motivos habrá muchos: por fin salimos de la pobreza, nuestra lucha llegó al poder, estamos asegurando el bienestar de nuestra descendencia, los demás también lo hicieron y lo harán, tonto el que no toma, político pobre es pobre político, y muchos más. Todas esas justificaciones revelan lo mismo: una ética superficial. Pero cuando alguien ocupa una posición que afecta a otros, no tiene derecho a quedarse ahí, tiene que ser más profundo; no puede evaluarse en función del beneficio para sí mismo y los suyos; debe evaluarse por su impacto en la sociedad. Ésa es la ética que debe regir al servidor público.
Los seres humanos vivimos en sociedad desde nuestro estado natural. Estamos llamados a formar parte de ella aportando nuestro ser para hacerla crecer. Sin duda, existe mérito en la conquista del poder; pero llegar sólo para llenarse las bolsas y exhibir pobreza interior no es a lo que está llamado quien busca dirigir una colectividad.
Dejen de mentirle al pueblo. Dejen de mentirse ustedes mismos. Y sólo entonces habrá una transformación real y un lugar digno en la historia.
