La oligarquía local y su servilismo al intervencionismo extranjero

PorFadlala Akabani* Desde los albores de la lucha independentista en los países de América Latina, las élites locales encontraron en Estados Unidos un modelo de gobierno a imitar, pero también un agente e intereses extranjeros a los cuales obedecer y por los cuales ...

Por Fadlala Akabani*

Desde los albores de la lucha independentista en los países de América Latina, las élites locales encontraron en Estados Unidos un modelo de gobierno a imitar, pero también un agente e intereses extranjeros a los cuales obedecer y por los cuales trabajar, so pena de sus propios pueblos y países.

Actualmente, el pensamiento de las élites latinoamericanas poco ha cambiado: lo mismo en Argentina los sectores pro Milei alientan el remate de empresas públicas nacionales y la dolarización del país; en Venezuela, las élites apoyan el bloqueo económico y celebran las hasta ahora (no demostradas) acusaciones de narcotráfico sobre el gobierno de Nicolás Maduro. Ni qué agregar del comportamiento de estas mismas élites en países como Ecuador y Perú, donde se han ilegalizado partidos y perseguido judicialmente a políticos de izquierda, a tal grado de exiliar a Rafael Correa en Bélgica, y deponer y encarcelar a un presidente, Pedro Castillo, respectivamente.

Como no podía ser de otra manera, en México a la oligarquía neoliberal pocas cosas le salen mejor que celebrar cualquier disparate que pueda venir de la clase política de EU y su aparato de difusión de propaganda, la prensa del “mundo libre”. Un día puede ser el Departamento de Estado proponiendo calificar a los narcotraficantes mexicanos como terroristas, lo que les daría el fundamento “legal” para intervenir militarmente en el norte de México; otro día, secundar y replicar los infames ataques (sin pruebas) y graves acusaciones de medios como ProPublica o The New York Times.

López Obrador ha sido capaz de lidiar con dos presidentes (Donald Trump y Joe Biden) provenientes de las dos principales fuerzas políticas en EU, distintos y con intereses confluyentes y contrapuestos, retomando el liderazgo y la influencia geopolítica de México en AL, colaborando y abierto al intercambio diplomático y comercial con China y Rusia y apostando de facto por un orden geoeconómico multilateral, sin perder la relación comercial más importante de México, sino logrando lo mismo en contraposición, pues el país se consolida como el principal socio comercial de Estados Unidos.

Sin embargo, 2024 es un año electoral en ambos países y cierto es que republicanos y demócratas ansían el regreso de aquellos tiempos en que el Presidente de México era un empleado más del gobierno de Estados Unidos y no ven con buenos ojos el legado político de López Obrador: la creación de un movimiento político nacionalista y popular capaz de ganar elecciones; una redefinición del estilo del ejercicio público con base en principios y reglas simples, como austeridad y ética política, “no robar y no traicionar al pueblo de México”; así como un rumbo claro de proyecto de nación en cuanto a la soberanía energética y un relevo generacional comprometido con dichos valores, y a la altura de asumir este enorme reto en la persona de Claudia Sheinbaum. Ese es el trasfondo que alimenta las motivaciones para comenzar una operación de desprestigio del actual gobierno de México, con la finalidad de influir en el proceso electoral mexicano.

López Obrador se ha plantado frente a frente al gobierno de EU para señalar el incumplimiento de acuerdos y la hipocresía de la política exterior norteamericana, la más reciente, el apuntar el infame desperdicio de recursos asignados a la confrontación bélica con Rusia y Oriente Medio a través del fondeo a la guerra civil en Ucrania y el inhumano genocidio en Gaza, en cuyas negociaciones nuestro país es usado como moneda de cambio entre demócratas y republicanos.

La crítica puntual, vino desde la Ciudad de México y se fundamenta en la asignación de 20 mil millones de dólares a Kiev y Tel Aviv, condicionando medidas antimigratorias, como reducción de visas temporales y vigilancia en la frontera, mientras ambos partidos han incumplido acuerdos con el gobierno de México para destinar recursos a los países de América Latina y el Caribe, con el fin de atender el problema migratorio de raíz.

Pronto llegó la respuesta de Washington, que movilizó a su aparato mediático para contarnos lo inimaginable (entiéndase mi sarcasmo): que una fuerza imperial investigue y rastree la trayectoria de un político nacionalista como López Obrador, especialmente en uno de los momentos más álgidos de su vida pública como lo fue la elección presidencial de 2006. La verdadera historia sería que nos mostrasen las pruebas contundentes e irrefutables de alegatos que citan fuentes sin nombres, de supuestos allegados a oficiales que espiaron a un político latinoamericano. Todo adosado con el tono displicente con el que desde la América anglosajona se mira la realidad latinoamericana. Sí, el mismo tono que podemos esperar de una serie de Netflix, en la que todos los mexicanos somos narcotraficantes, escuchamos corridos tumbados y vivimos bajo un cielo de tonos ocres y amarillos.

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